Empezó a caminar sus religiosos quince minutos, pero con la lentitud que llevaba, quizá se tomaría unos veinticinco, miró su reloj y faltaba más de una hora para su entrada al banco, por lo que no tenía prisa, fue su paso de tortuga lo que lo hizo percatarse de la librería e inmediatamente surgió una extraordinaria idea.
Entró y compró el bendito libro de Stephen King, así cuando subiera al tren al día siguiente, si y contaba con la fortuna de volver a ver a la colorida mujer, le mostraría el libro y tendría una conversación en puerta.
Siempre había sido tímido y lo admitía, no podía ser como esos hombres que iban por ahí dilapidando seguridad y de la nada conseguían obtener la atención de las mujeres, posiblemente porque siempre se esmeraba en apegarse más a lo intelectual que a lo sexual, y lamentablemente, la mayoría de las mujeres preferían que elogiaran su cuerpo a su inteligencia, ya había tenido suficiente experiencia con eso.
Sí, bien sabía reconocer los atributos físicos en una mujer y podía perfectamente hacérselo saber, pero no era su estilo cuando alguien llamaba su atención más allá de unas horas de sexo.
Estaba seguro de que no podía llegar y solo hacerle ver el libro, se suponía que debían tener un tema de conversación y sin duda «Bellas durmientes» se lo haría más fácil, por lo que salió de la librería y siguió con su camino.
Entró al Starbucks, se pidió su caramel macchiato y el rollo de canela de todos los días, esperó su pedido y con bandeja en mano se fue a una mesa. Esa mañana no la perdería tonteando con el teléfono, si no que se decidió a empezar el libro, tenía poco menos de una hora para adentrarse en la historia con toda su atención puesta en cada palabra para poder debatir con argumentos exactos.
Empezó a leer la sinopsis, era bastante interesante, incluso pudo identificar a su chica arcoíris con una de esas mujeres.
—Las molestan o tocan el capullo que las envuelve, reaccionan con una violencia extrema. Y durante el sueño se evaden a otro mundo. Los hombres, por su parte, quedan abandonados a sus instintos primarios... —Adam concluía que era igual a esa chica en el vagón que se aislaba del mundo, definitivamente ella estaba dentro de ese capullo, solo esperaba que cuando por fin él le dirigiera la palabra, no estallara en ira.
Suspiró ruidosamente y se puso más cómodo en su silla, al tiempo que abría el libro, a pesar de que era un lector bastante apático, la historia consiguió atraparlo en las primeras páginas, el tiempo se le pasó volando, y si no hubiese sido por una de las chicas que trabajan en el café y que ya conocían sus horarios que lo alertó, se habría quedado por mucho más tiempo.
De un trago se tomó el poco de macchiato ya frío que le quedaba y guardó el libro en su maletín, se lo colgó atravesándolo en su pecho, agarró el otro café que ya había pedido para llevar, se despidió de los jóvenes que atendían en el lugar y con paso apresurado se dirigió a su trabajo.
Una vez más su pequeño cubículo en el JP Morgan, lo absorbía, quería continuar con la lectura, pero no podía porque sus obligaciones en el banco eran su mayor responsabilidad y tenía mucho por hacer, siempre tenía mucho por hacer, ese no era un trabajo que le permitiera holgazanear.
Ese piso era un constante sonido de tecleos desesperados, repiques de teléfonos y murmullos. Muy pocas ocasiones se escuchaban conversaciones que fueran más allá de lo estrictamente laboral, en las cuarenta horas semanales que pasaba en ese lugar.
Veinte minutos antes de su hora de comida, Josh envió un mensaje al grupo de WhatsApp que compartía con todos los de la oficina, preguntando dónde comerían, las respuestas no se hicieron esperar, una a una las opciones iban entrando en la conversación, las mujeres que sumaban mayoría votaron por Greenleaf.
No le quedó más que estar de acuerdo, era un lugar agradable de comida orgánica, y lo más importante de todo, se encontraba bastante cerca.
Todo lo que no podían hablar en el banco lo liberaban en el restaurante, mientras hacían sus pedidos o comían.
Adam se pidió una ensalada primavera, y como realmente tenía mucha hambre, la acompañó con un sándwich de pollo Philly y agua; entretanto sus compañeros debatían acerca del mundial de fútbol, era un tema al cuál le había perdido total interés mucho antes de empezar, específicamente desde que Estados Unidos perdió ante Trinidad y Tobago en las eliminatorias y no clasificó. En definitiva, él no podía irle a otro que no fuese su país.
De inmediato se arrepintió no haber llevado su libro, para no estar tan perdido en esa conversación sobre un tema que no le interesaba.
El resto del día lo pasó inmerso en sus labores cotidianas, esas que lo dejaban estresado y hecho polvo, así que cuando el reloj marcaba las seis de la tarde, agarraba sus cosas y se largaba. De regreso a su casa contaba con la fortuna de subir al tren en la parada por lo que hacía el recorrido de más de media hora sentado, por primera vez en mucho tiempo, más específicamente desde que terminó la universidad que no usaba el teléfono para entretenerse sino un libro.
Volvió a adentrarse al mundo de los personajes creados por Stephen King, retomó en el capítulo seis donde lo había dejado esa mañana. Aunque estuviese en ese vagón repleto de gente cansada, él le hacía compañía a Jeanette Sorley en la carpintería de la cárcel.