Cuando te observa (#1 trilogía Secretos olvidados)

Capítulo III

Capítulo III:

El cielo muestra una espesa nube negra, seguro va a llover. Debería decirle que ya se vaya, pero es tan necia que hasta es posible que se pegue con pegamento a la silla.

—¿Cómo sabes qué tengo agorafobia? —pregunto, mientras ella daba un sorbo de su limonada.

—Bueno, digamos que una amiga lo sufrió un tiempo —dio un suspiro largo y luego continuó—. Sé que es posible que te puedas ahogar en tus propios pensamientos de peligro, por eso siempre es bueno tomar aire fresco. Eso ayuda con los cuadros de ansiedad que genera la agorafobia.

Levanto las cejas sorprendido—. ¿Eres psicóloga o algo así? ¿Por eso me obligaste a subir hasta aquí?

—Estudiaba, pero ahora ya no. Y qué mejor lugar que la azotea para respirar aire fresco.

Quiero preguntar por qué ya no estudia, pero no es prudente y tampoco es que me importe tanto. Después de todo, ella tiene que irse, la música ya se apagó desde hace un rato. Eso quiere decir que los invitados ya se fueron.

—¿Cómo te llamas? —pregunté.

—Lucía, pero Luz para la familia y Liz para los amigos —contesta sonriente, como casi todo el tiempo desde que la conozco.

—Bien, Lucía —digo cortésmente—. Es hora de que te vayas.

Ella se pone de pie y dejando su vaso de limonada a un lado: comienza a hablar sin dejar de mirar por el muro de la azotea. Justo hacia su casa—. Me estás botando desde hace rato, así que, me mejor me voy. Pero, no porque quieras, sino porque yo quiero, eso tiene que quedar claro.

—Como digas.

Lucía no dijo nada más y dando media vuelta: se aleja, dejando tras de ella, un rastro de suave perfume.

Y…ahora, vuelvo a estar solo. Qué triste.

Pienso y pienso en mi repentina soledad, quiero recordar todo de una buena vez, no quiero quedarme el resto de mi vida encerrado en mi propia casa sin ninguna oportunidad de poder salir. Tengo el dinero suficiente como para hacerlo, pero sé que mi yo del pasado, hubiera detestado que piense de esta forma. Sobre todo, viendo esas fotos, están llenas de aventuras, viajes y buenas relaciones sociales, odio que me haya convertido en esto.

Hace mucho frío aquí en la azotea, pero por alguna razón no quiero moverme de donde estoy, por ahora, prefiero quedarme esperando que el frío me consuma, hasta que tenga la fuerza de voluntad suficiente como para ir a la cama.

—TE HE DICHOO QUE TE VAYAS —olvidando el frío y mis bajas ganas de hacer la cosas: me levanto rápidamente y me dirijo al borde de la barandilla, para ver por qué eran esos gritos.

—Rosalinda, por favor, entra a la casa. —El hombre intenta que su esposa entre a la casa azul, pero la señora parece estar muy enojada, porque con todas fuerzas empuja a su esposo, haciendo que él caiga al suelo bruscamente.

—ERES UN MAL-DI-TO —cada palabra lo acompaña con un golpe en la cabeza o espalda o…de hecho, en donde cayera del pobre señor.

—¡Mamá! —Es Lucía, que sale corriendo del interior de la casa. Ella intenta que su madre se aleje un poco de su padre, pero no lo consigue.

—Mamá, por favor. —A ese chico no lo conozco, pero debe ser el hermano de Lucía. Entre los dos hermanos, intentan a jalones que su madre deje de golpear a su padre.

—¡PAPÁ! ¡SAL DE AQUÍ! —grita Lucía mientras sostiene el brazo de su madre, quien parece haberse cansado y está a punto de desplomarse en media calle. El señor a lo que puede, se levanta y antes de entrar a la casa: da una pequeña mirada alrededor, porque hasta este punto, todos los vecinos están desde sus ventanas enterándose de todo.

—Entra a la casa —dice el hermano despacio, pero con un gesto de furia que asustaría a cualquiera. Su madre no hace caso y es Lucía quien a empujones hace que ella entre a su casa.

El único que se queda afuera y no entra, es el hermano. Quien al igual que su padre, da una mirada a todas las luces prendidas de las casas del vecindario. En su pálido rostro, se nota que no quiere tener más de eso en esta noche y colocándose la capucha de su sudadera negra: camina calle abajo y desaparece por una esquina.

—Pero, ¿qué acaba de pasar? ¿por eso ella no quería volver a su casa?

Debo admitir que esta fue una noche interesante, no sé lo que ocurre con esa familia, pero no debe ser nada bueno.

Mejor ya me voy a dormir, tal vez esto que acaba de pasar, distraiga a mi mente de las pesadillas.

Estoy bajando las escaleras, cuando me detengo en seco—. ¿Qué fue eso? —Bajo corriendo las escaleras hasta llegar a la sala. Eso sonó como…

El vidrio está roto, mis oídos no escucharon mal, el vidrio de la ventana que da a la calle: está roto.

Siento la angustia recorrer mis venas, esto es mucho más que miedo. Pero en vez de alejarme y llamar a la policía como cualquier persona en su sano juicio lo haría, yo prefiero acercarme a la ventana.

Ahora solo está el marco de la ventana, ni siquiera para decir que queda algún trozo de vidrio, han destrozado esta venta y no han dejado nada.

Esto es malo, me alejo y subo corriendo hacia mi habitación, donde tengo el celular y podré llamar a Stan. Mi garganta arde y una extraña sensación de incomodidad recorre mi cuerpo, es como si alguien me estuviera observando. Llego a mi habitación y para mi eterna mala suerte, no encuentro ese maldito celular por ninguna parte.




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