Cuando te observa (#1 trilogía Secretos olvidados)

Capítulo V

Capítulo V:

“Deberías cuidarte la espalda, no queremos incidentes. Al menos, no los queremos ahora”

Apenas puedo pensar con claridad. Esto es más que malo, esto es preocupante y escalofriante a la vez.

—Seguro es algún bromista. —Yo solo quiero convencerme de lo que no es cierto.

Ese correo había llegado en la madrugada y yo recién lo veo a las diez de la mañana. Justo una semana después de lo ocurrido con la ventana. Esta vez no pienso llamar a Stan, porque comenzará con sus especulaciones.

Mis manos tiemblan y mi camisa está empapada en sudor, esto no lo resuelve un simple inhalador, ni el aire fresco. Esto se resuelve sabiendo quién carajos está enviando esto.

¡RIN! ¡RIN! ¡RIN! ¡RIN!

Tocan el timbre con desesperación, ¡¿quién jode en este momento?! Estoy sufriendo y chancándome la cabeza para intentar calmarme, y ahora tengo que ir a abrir esa maldita puerta.

Esa sensación de pánico al abrir la puerta, me causa una fatiga casi de inmediato, solo necesito calmarme y atender a quien está molestando. Me acerco a la puerta y corro el seguro, siento como al instante mi cabeza quiere explotar, y la imagen de ese auto azul invade mi mente, haciendo que la sensación de vómito y desesperación aumente.

La luz entra de una manera inquietante, nublando mi vista casi por completo.

—Buenos días —la voz gruesa de esa mujer, hace que quiera cerrar la puerta y no preocuparme por lo que digan—, veo que recién se despierta.

Mi vista se recupera un poco, es ahí donde veo que no era una mujer quien está ahí parada: son tres mujeres más y dos señores casi al fondo de ellas.

—¿Qué-qué se les ofrece? —murmuro a duras penas. El pánico me invade mucho más.

La señora se para más rígidamente y dibuja una sonrisa en su regordete rostro, es una sonrisa que más parece una mueca muy bien ensayada—. Nosotros, en nombre de todos los vecinos de aquí. —Hace que sus manos formen un arco y luego baja la mirada hacia unos papeles que tiene en sus manos la señora de su costado—. Estamos recogiendo firmas para hacer que la familia Roberts, deje de manera inmediata esta buena vecindad.

Ya no aguanto—. Lo siento, pe-pero…

—Sabemos que hasta usted está conmocionado con los gritos y peleas que ocurren casi a diario en esa casa. Por lo que…

Un escalofrío recorre mi cuerpo al escucharla.

—¡Por favor! —esa voz gritando yo la conozco, pero me siento tan mal que apenas puedo verla bien—. Entendemos que los hemos molestado mucho, pero…prometo que no volverá a pasar. —La luz del sol hace que su brillante cabello blanco tenga pequeños destellos que van directo a mis ojos.

—Señorita —dice educadamente una voz masculina desde el fondo de las mujeres—. Nosotros entendemos que las familias tengan sus problemas, pero no creo que sea necesario llevarlo hasta la calle.

Iba a cerrar la puerta, pero una mano la detiene—. Juro que hablaré con mis padres, pero no creo que sea necesario esto. Además, el joven aquí está muy mal, si no es molestia… —Su suave piel hace contacto con mi mano, provocando que el brazo con el que sostengo la puerta, quede liberado y luego se escuche la puerta cerrar; con las voces de las quejas de los vecinos de afuera.

—¿Por qué sigues abriendo la puerta? ¿Por qué no simplemente haces qué se cansen de tocar y se vayan?

No tengo ganas de contestar, por lo que camino hasta la sala y dejo que mi cuerpo descanse en el sillón.

—Eres terco, ¿no te preocupa tu salud? —sigue reclamando.

—¿No te preocupa lo que los demás digan de las discusiones de tu familia? —contesto algo enojado.

Recuperando la vista un poco, abro los ojos y la veo parada con los brazos cruzados, justo delante de mí.

Lucía no tiene expresión alguna de incomodidad o molestia, sino más bien, tiene una expresión de seriedad—. No hablemos de mi familia, es incómodo. Mejor hablemos de por qué sigues saliendo si…

—No salgo, solo abro la puerta.

—Casi colapsas delante de esas personas.

—Que querían mi firma para que te saquen de aquí.

Ella relaja sus brazos, dejándolos caer a lo brusco—. ¿Ibas a firmar? —pregunta con una sonrisa, lo que no entiendo, ¿por qué una sonrisa en una situación así?

Arqueo mis cejas, bien… quiere hablar de eso—. No hasta averiguar quién te golpea —digo, sintiendo mis párpados pesados.

Lucía entre cierra los ojos y baja la vista hacia sus brazos, que están descubiertos y dejan ver claramente una serie de moretones y algunos cortes, algo que a lo lejos se deduce como heridas físicas graves—. Nadie me golpea —dice aún con la cabeza agachada.

—Entonces, debo suponer que te lo hizo tu perro.

Menea la cabeza y se limpia los ojos, seguro por las lágrimas—. No es tu problema.

—Al igual que no es tu problema estar diciéndome que no salga.

Lucía se voltea y está dispuesta a salir, pero con un movimiento rápido, me pongo de pie y sostengo su mano—. Lo siento, no quise molestarte así.




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