Capítulo XI:
Julio – 2019
Liz
Por fin, el buen ambiente lo dice todo. Todo me está saliendo bien, nada puede arruinar este maravilloso día.
—Eres una floja, Luz. —Bryce me da un golpecito en la frente, mientras se sienta en la mesa y se sirve jugo.
Es suficiente para que se arruine mi infantil emoción—. ¿Ahora qué te pasa? —Ni siquiera mi torpe hermano me va a arruinar este día.
Él me mira mal—. Tu cama, ¿cuántas veces tengo que decirte que tiendas tu cama cuando te levantas?
Me encojo de hombros, queriendo parecer inocente—. Es mi cama, tú no duermes ahí.
Él le da un mordisco a su pan, de muy mala gana—. Solo porque soy el menor tengo que hacer todo.
—Pau va a venir a recogerme hoy, ¿seguro qué quieres quedarte a tender mi cama, a ir con nosotras?
Eso cambia su expresión, con sus ojos negros casi brillando—. Tal vez te perdone por hoy.
—Claro.
Me concentro en terminar mi desayuno y terminar de arreglarme antes de salir hacia la mejor oportunidad de mi vida.
—Repite —dice mi hermano cuando ya estamos cerrando con seguro la puerta de la casa—. ¿Desde cuando quieres que te acompañe? ¿No bastó con acompañarte a tu cita con ese pelele?
Le doy una mirada asesina y comienzo a caminar: dejándolo atrás—. No voy a dejarte solo en casa cuando mis papás no están, y si me acompañaste a la cita, es porque Daila iba a pasarle el chisme a mi papá.
Bufa—. ¡Claro! Usen al pequeño Bryce para sus mañoserías.
—No te quejes. Después de todo. —Lo miro con complicidad—. ¿No querías darle esa carta a Pau?
Fue suficiente para que su rostro se sonroje y comience a caminar más rápido, evitándome.
—¡Oye! Espérame… Y Zayn no es ningún pelele.
—Solo te gusta, porque te va a ayudar a que consigas trabajar como practicante en esa empresa.
Eso me ofende—. Claro que no.
Pero él no deja de seguir caminando rápido—. Es un Don Juan, a cuántas chicas seguro les da el mismo discurso y caen a sus pies.
Sé que lo dice para molestarme, y claro que lo está consiguiendo. Prefiero no decir nada hasta conseguir un taxi.
Llegamos a esa tan lujosa avenida, por donde solo pasan personas elegantes y existen edificios tan grandes que mi simple vista no alcanzaría a ver nunca, algo que me intimida al instante.
Pero como dijo Zayn: “Soy inteligente y segura de mi misma” y conseguiré a como dé lugar ese puesto.
—Esperaré en el parque —dice Bryce pasando algo de bloqueador por mis cachetes—. Impresiónalos.
—¿Pensé que…
—Olvida lo que dije —dice, guardando el bloqueador de nuevo en mi bolso y viendo detenidamente mi cara—. Maquillaje perfecto, ropa perfecta, actitud perfecta, curriculum perfecto, los vas a dejar impactados, hermanita.
Sonrío y le doy un abrazo corto—. Vas a ver que sí.
Me despido y entro a ese lujoso edificio, por un momento pensé que el guardia me reclamaría algún pase o algo, pero no lo hizo y entro normal.
No existen palabras para describir lo maravillo de este lugar, unas cuantas personas con traje saliendo del elevador, y la recepcionista en su gran escritorio de cristal hablando por teléfono – seguro con el jefe – y personas con un carnet colgando de su cuello, parecían locas corriendo de un lugar a otro.
—Buenos días —saludo a la recepcionista, que tiene el cabello castaño recogido en un moño y mantiene una expresión muy amable.
—Buenos días —me saluda sonriente, mientras cuelga el teléfono—. ¿En qué te ayudo, linda?
De la nada siento el nerviosismo recorrer mi cuerpo—. Yo… bueno, tengo una entrevista de trabajo, de hecho…
—¿Practicante? —indaga.
Asiento con mi cabeza algo tímida.
Ella sonríe y me da una tarjeta—. El director del área te espera en el piso 15, buena suerte. Muéstrale la tarjeta al chico del ascensor, no es muy amable con quienes no tienen pase.
Sonrío más confiada que nunca—. Gracias.
Ella hace un ademán de que no tiene importancia—. Si lo consigues, seguro seremos amigas. Soy Eva, mucho gusto. —Extiende su mano, esperando que la estreche, lo que hago con mucho gusto.
—Soy Liz, mucho gusto —digo, y esto es suficiente para recuperar toda mi confianza y estar lista para cualquier cosa.
Muestro la tarjeta al hombre ceñudo del ascensor. Subo y presiono el número 15. A esto se le llama adrenalina de trabajo, siento que este día va a ser el inicio de…
—¡Auch! —me giro para ver qué diablos me acaba de golpear en la cabeza.
Ahí parado: se encuentra un hombre de más o menos la edad de mi abuelo, me mira como si fuera una loca y tiene los labios fruncidos – marcando más sus arrugas – No tiene nada de cabello y me está diciendo con su sola expresión: “Cállate lunática”.