Cuando te observa (#1 trilogía Secretos olvidados)

Capítulo XII

❞𝕃𝕒 𝕔𝕠𝕟𝕗𝕚𝕒𝕟𝕫𝕒 𝕕𝕖𝕝 𝕚𝕟𝕠𝕔𝕖𝕟𝕥𝕖 𝕖𝕤 𝕝𝕒 𝕙𝕖𝕣𝕣𝕒𝕞𝕚𝕖𝕟𝕥𝕒 𝕞𝕒́𝕤 𝕦́𝕥𝕚𝕝 𝕕𝕖𝕝 𝕞𝕖𝕟𝕥𝕚𝕣𝕠𝕤𝕠❞

(Stephen King)

Capítulo XII:

Presente

Seth

Sin casi nada de ‘preocupaciones’ en estos días, llega esto para sacarme de quicio y rechazar por completo la invitación de Liz a salir por fin de mi casa. Y eso que lo estaba considerando hasta hace un rato.

“¿Seguro qué puedes confiar en él?” dice en letras muy…muy claras y grandes en la hoja. Adjuntando por supuesto la foto de mi amigo.

¿Por qué?

No quiero desconfiar de Stan, pero creo que ya hay muchas cosas en su contra que no le hacen ver tan inocente como parece.

El sonido del timbre me saca de mi concentración. Me levanto con cuidado y algo tambaleante, pero consigo abrir la puerta, algo que ya no me causa tanto malestar como antes. De hecho, cuando sé que se trata de Liz, creo que mi fuerza de voluntad es más grande.

—¿Estás bien? —pregunta. La miro a los ojos, y por su expresión, puedo deducir que no me veo tan bien como uno esperaría—. Bueno —entrecierra sus ojos desconfiada, mientras se deja caer sobre el sillón—, ¿ya lo pensaste?

Es entonces cuando la miro bien, ella está muy arreglada.

Me apena mucho.

Liz tiene el cabello suelto, un tanto revuelto que se deja caer como cortinas en el costado de sus hombros. Y, por último, tiene una faldita de cuadros rojos, que combina perfecto con su camiseta negra. Se ve que ella si espera que salgamos.

—La cosa es que… —No puedo decirlo.

Ella rápidamente pone su expresión seria y me mira decepcionada—. No podrás salir. Creo que debí suponerlo.

Se vuelve a levantar y está lista para irse.

Yo no quiero que se vaya, por lo que la sujeto del brazo, un poco fuerte debo decir, y es lo que hace que ella se vuelva enojada.

Sin soltarse de mi agarre, comienza a casi gritar—: Primero eres bueno conmigo —brama con la cara roja—: recibiéndome aquí para huir de mis padres; curando mis heridas, pero luego me rechazas en cada oportunidad que tienes ¿cómo mierda quieres qué te entienda?

—¡Hey! Cálmate ¿quieres?... Bien, lo siento —también grito.

En sus ojos se puede ver una pequeña chispa de no sé qué, pero no es nada bueno para que ella se ponga así. No sé lidiar con mujeres, pero al parecer no debe ser nada fácil el poder entenderlas.

De Lucía, su expresión se relaja y baja la mirada a sus pies—. Lo siento, soy una tonta —su voz ahora suena como un sollozo.

Es raro, hace un instante casi explota de ira, y ahora parece que quiere llorar. Inconscientemente, aprieto más fuerte mi agarre en su brazo y la atraigo hacia mí, casi haciendo chocar su cara con mi pecho.

—No eres una tonta, deja de decir eso —le digo, dejando mis manos libres para abrazarla.

Ella hipa y no se despega de mi abrazo—. Y se supone que soy yo quien debe entenderlo y pedir disculpas —asevera muy bajo.

—Ya no importa —intento calmarla y paso mi mano por su cabello, acariciándola para que se calme más rápido. Suerte si es que funciona.

Ella se aparta lentamente y me mira directo a los ojos, aunque ya lo he mencionado mucho, y cualquier persona se cansaría de escucharme hablar sobre esto, pero…Liz es hermosa, y sus maravillosos ojos, encantarían a cualquiera.

—Debo hacerlo —murmura.

—¿Qué quieres de…

Pero soy interrumpido por el beso que ella tan precipitadamente me da. Confundido, tardo un rato en corresponder el beso, pero cuando lo hago, es la sensación más maravillosa que he sentido hasta ahora.

El beso, de pronto deja de ser tierno y delicado, para convertirse en algo más posesivo y salvaje. Enredo mis manos en su cabello y la atraigo más hacia mí, para besarla más feroz.

Me excito tan de repente.

Nuestras lenguas juegan entre ellas y en un dos por tres, no sé ni cómo ni en qué momento, pero ya estamos en mi habitación: con la camiseta en el piso cerca de la puerta y haciendo un pequeño esfuerzo para que salga el broche del pantalón.

—No quiero que… —dice Liz entre gemidos y con la voz agitada— … pienses que…

La beso de nuevo, para darle a entender que no ya no importa.

|

—¿Sabes? —dice Liz, con su cabello rozando el dorso desnudo de mi pecho—. Hay algo que no te he dicho.

—¿Qué cosa? —pregunto para seguirle la corriente.

—Soy yo.

Me confunde de inmediato—. No te entiendo, sé que eres tú. A menos de que, se trate de alguien que asesinó a la verdadera Liz y seas una impostora.

—Como se nota que has visto muchas películas en tu encierro.

Me encojo de hombros—. Quizá, pero en serio, ¿qué quieres decir con “soy yo”?

Exhala profundo—. Que yo soy la amiga que tenía agorafobia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.