Capítulo XXIII
¿Renacer? ¿A qué se refieren cuándo dicen: “voy a renacer” ?, jamás lo entendí. ¿Se puede renacer cómo uno quiere? o ¿Renaces según tus acciones? ¿Tienes qué morir para renacer? o ¿Puedes hacerlo estando en vida? pero, ¿qué pasa si tu alma está muerta y tu cuerpo se sigue moviendo?... Son preguntas que no me dejan dormir, mucho más allá de las pesadillas que me deshacen el cerebro, teniendo que maquillar las oscuras ojeras y la piel color gris que puedes obtener por el insomnio.
—Di algo. ¿Qué pasa, Seth?
Daila tenía razón, él tiene unas huellas en su mano por haber presionado demasiado el arma, pero para mi sorpresa, no la veo por ningún lado. Se le pudo haber caído.
—No lo sé —responde, sin quitar la vista del camino.
Al ser tan tarde, apenas hay autos por las autopistas. Pero pronto, dejan de aparecer autos y las luces se alejan. Estoy tan perdida, que siento el bulto en mi bolsillo del objeto encargado de escribir el final de la hoja, al menos, de mi capítulo.
—¿A dónde vamos? —pregunto, temerosa, al ver que estamos saliendo de la autopista principal, justo a la parte desértica de la ciudad, y lo conozco muy bien, porque antes venía a visitar a mi abuelito a este lugar. Él decía que estar lo más apartado de la gente, es lo mejor que le pudo haber pasado después de desheredar a mi mamá.
—Tenemos que salir de aquí. —Es lo único que contesta.
Estoy por sacar el arma de mi bolsillo, cuando escucho el gatillo de otra, muy cerca de mí.
Levanto la vista, para encontrarme con una pistola muy nueva, apuntándome directo a los ojos. La poca adrenalina que pasaba por mi sangre, se acaba de esfumar, ahora el ya conocido miedo, recorre cada parte mi cuerpo, mi corazón se exalta y la cabeza me empieza a palpitar tan fuerte, que puede explotar sin necesidad de una bala traspasando por ella.
—¿Qué te parece si repasamos cómo es un interrogatorio policial, cariño? —pregunta, de lo más normal, como si hiciera eso todos los días.
Se escucha mis dientes chocar entre sí, esto no era parte del plan. Seth sigue manejando con una mano, mientras que, con la otra, sostiene tan fuerte la arma, que roza mi nariz.
Si me muevo, dispara.
Si intento hacer algo, como quitarle la pistola, dispara.
Aunque, por más que intentara hacer algo, mis músculos están tan tiesos que es imposible mover un simple dedo. Esto no era parte del plan, joder, y yo que hasta hace una hora lo creía inteligente.
Pudieron haber pasado horas o días, y yo sigo sin moverme, con las lágrimas amenazando con salir, hace tiempo que no lloraba de verdad, y vengo a hacerlo justo ahora, cuando el miedo y la rabia me están torturando. El auto se detiene, abro mis ojos lentamente y veo como el arma se aleja y Seth baja, abre la puerta de dónde estoy y me jala del brazo para que yo también baje.
La única luz en todo ese oscuro camino, es la del auto. Seth me vuelve a apuntar, y es cuando lo veo bien, él no está como siempre, no está vestido como el chico que me abrió la puerta, temeroso, negándose a recibir el regalo, por el que obligué a mi madre hacer la cena de bienvenida, acusándola de nunca recibir su apoyo. Seth ahora, está tal y como temía que volviera a vestirse. En sus ojos, ya se puede ver la indiferencia y la frialdad que siempre emanaron de ellos.
Adiós Seth, hola de nuevo Zayn.
Enero – 2021
Liz
Han pasado seis horas desde que Bryce salió con Paula y hasta ahora no regresa, ¿creen qué alguien no se preocupa? Es media noche, ¿por qué los dejé salir? ¿por qué?
Es entonces, cuando mi celular suena. Corro hacia la cama, chocándome de paso mi dedo del pie. Veo de quien es la llamada y… ¡sí!
—Bryce, será mejor que…
—Soy yo. Daila.
—¿Daila? ¿Por qué llamas desde…?
—No hay tiempo, Eva me llamó, al parecer ni tu número le has dado a la pobre.
—Pero…
—Nuestras diferencias después, aún no he olvidado lo que me dijiste.
—Dail…
—Eva tiene algo que decirte, te la paso.
Se escucha pequeños cuchicheos, hasta que la muy reconocible voz de Eva, habla:
—Soy yo.
Resoplo—. Ya sé que eres tú.
—Es importante que sepas algo.
—Ya tengo suficientes preocupaciones, así que… lanza nomás.
Ella parece pensarlo un rato.
—El jefe, él… quizá sostiene muchas mentiras.
—¿Qué tiene qué ver las mentiras del jefe? Tiene un negocio grande, es obvio que engaña de vez en cuando.
—Liz…
—¡Ash! ¿Qué pasa? Habla de una vez.
—Si te llamo desde el celular de tu hermano, es porque ya todos lo saben, y alguien con buen uso de la palabra tiene que decírtelo.