Cuando te observa (#1 trilogía Secretos olvidados)

Capítulo XXVII

Capítulo XXVII

Diciembre – 2019

Ethan

Corro sin parar, hasta llegar a aquel callejón sin salida. Tengo la respiración agitada y mis pulmones pueden reventar.

¿Por qué a mí? Justo cuando uno intenta ser bueno, llegan estas cosas. Cuando me logro separar de esa mugrosa secta y ahora tengo que lidiar con egocéntricos que lo único que hacen es culpar sin pruebas.

—¿Saben la diferencia entre ratas y sabandijas? —Al final del callejón, viene caminando un sujeto que ni siquiera conozco, pero que me ha dado la golpiza de mi vida. Al notar que nadie le responde, lo hace por sí solo—. Que las ratas tienen que esconderse y jamás las encuentras, en cambio, puedes desaparecer una sabandija con solo una pisada. ¿Cuál crees que eres tú, niño bonito?

—Shane —dice uno de sus amigos—. Déjalo, es noche buena.

—¿Qué? ¿Temes qué Santa no te de tu regalo? —bromea otro chico de su costado.

Se van acercando más, y ya solo me queda apoyarme en contra de la pared y aceptar que esta es mi última noche buena y que ni siquiera llego a navidad para tomar chocolate caliente.

Pobre de mí.

El líder se detiene frente a mí. Tiene un rostro tosco y la barba mal afeitada, se va acercando tanto, que puedo percibir su mal olor, como si no se hubiera bañado en semanas, lo cual, no me sorprendería descubrir. Levanta una ceja, para luego inclinar su cabeza un poco para estar más a mi altura, y apega sus labios en mi cuello, sentir su resuello, provoca que se me erice la piel, el roce es suave, pero da miedo que se pueda convertir en vampiro y me clave los dientes.

—Sé quién eres —susurra—. Sé lo que hiciste.

Trago saliva, para aliviar el nudo que hay en mi garganta.

—¿Qué sabes? ¿Qué hice? —Aprieto mis puños, por si la siguiente palabra que puede salir de su boca, venga acompañada con un golpe.

—Mi hermana, desgraciado. Sé en lo que estuviste estos meses. Abandonaste a tu mejor amigo, a tu supuesta familia, e hiciste cosas de las cuáles ahora te arrepientes.

—¿Cómo me conoces? —pregunto, casi tartamudeando—. ¿Quién es tu hermana?

Él susurra, para que nadie de sus amigos de atrás lo escuchen. Ahora lo veo claro, me acusó de ladrón, para que me diga esto:

—Tal vez el nombre te suene… Giovani.

Mi respiración se acorta, y su resuello deja un rastro húmedo en mi cuello.

—Se lo merecía —digo sin reparo, si va a matarme, al menos que no me vea dudar.

—Entonces ¿tú qué mereces?

—¿Cómo me encontraste?

—Tiene una foto tuya en la habitación de ese espantoso lugar. Le diste un peor destino que la muerte. ¿Será muy poco solo dejarte agonizando?

—No eres capaz, ¿estoy mal si solo supongo cosas? Como que a los de atrás recién los has conocido —digo, refiriendo a los chicos que están detrás de él sin hacer nada—. No eres capaz de matar, eres un puto cobarde que quiere vengar a su hermana, pero que busca ayuda para eso, como el niñito asustado que es.

—¿Qué quieres decir con cobarde? ¿Soy yo quién ataca a chicas indefensas?

—Me lavo las manos como Pilato, con la diferencia que no tengo la culpa. Todo tiene consecuencias, deberías enseñárselo.

¿Por qué Pilato? ¿En serio Ethan?

Recibo un puñete en el estómago, echo un vistazo a sus amigos y puedo notar como están impacientes por golpear a alguien hasta matarlo. Recibo otro golpe, haciéndome caer de cara al suelo. Casi como tierra, pero él me levanta el rostro y pasa su dedo por mi nariz sangrante.

—¿Qué tal si le das un mensaje a tu patrón? —sisea.

—Te mataría si solo le digo tu nombre.

—Maldito enfermo.

Y recibo más patadas en el estómago. Veo mi fin, cuando alguien grita, haciendo que los golpes cesen. Tengo el presentimiento de que voy a vomitar en cualquier momento.

—¡Hey! ¡Hey!

Unas manos me ayudan a levantarme. Veo quién es, y me sorprendo al encontrarme con un chico que lleva una diadema hippie en la frente. Él chico les dice unas cuantas palabras que no logro entender bien, y el grupo de amigos se van, sin antes, uno de ellos golpearme el hombro, y el chico que reclamaba por su hermana, aprovecha el descuido de quién me salvó, para susurrar unas últimas palabras en mi oído:

—Sé dónde vive tú querido Bryce.

Y se van. Trato de procesar un poco las palabras de este chico, pero quién sea que me haya salvado, me regresa hacia él y me mira enfadado.

—Tienes que defenderte —dice.

—No-no es tan fácil.

—Hermano, claro que lo es, ¿acaso no sabes pelear? Unos golpes por aquí y otros por allá y listo.

—Repito, no es fácil.

Él me suelta y me extiende la mano.

—Soy amigo, no enemigo —asegura—. ¿Cómo te llamas? Hay que hacernos amigos y mis hombres de enseñan a pelear.




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