Capítulo XXIX
Tal vez pensamos en lo malo y en lo bueno, los separamos y de inmediato se sabemos que está bien y qué está mal. Pero hay quienes han creído eso toda su vida, y luego cambian de opinión, los motivos pueden ser muchos, pero siempre van a ir a un mismo objetivo: No importa si tienes una religión, si no la tienes, o te crees una persona íntegra, al final cada uno ha pensado en momentos de venganza o como reaccionaríamos si tan solo las cosas hubieran sido diferentes, o te hubieras atrevido a hacer algo de lo que jamás de creíste capaz.
En la quinta avenida Lombard, solo ha ocurrido un hecho más, ¿la verdad?... Jamás hay verdad.
Cuchicheos se escuchan en una cuadra completa, con toda una tira de chismosos, aún con sus bolsas de pan para el desayuno, se detienen para poder observar mejor lo que pasa con tantas sirenas de policías, ambulancias y bomberos, y el intenso humo negro que emana de varias casas, no hace que se muevan de ahí.
—Dicen que un horno explotó —dice una señora de más o menos cuarenta años, que está muy sumergida en la conversación que tiene junto a una ancianita—. Yo no lo creo. En esa casa, que dice que vivía un viejo millonario, dicen que por herencia lo mandaron a matar.
La ancianita parece dudosa.
—No creo, hubiera sido más fácil dispararle y no armar tanto jaleo.
—Ya saben que esa gente no es inteligente, hacen cualquier cosa por dinero, sin importarles el jaleo.
—Chismes, chismes, señoras. Yo creo… —las interrumpe un señor que tiene bien sujeta una bolsa con sus compras del supermercado— … que fue un crimen pasional, porque se ve que accidente no fue. Y no era un viejo.
La señora abre sus ojos de sorpresa.
—¿Una amante? ¿Y cómo que no era un viejo?
—Es Seth Gibson.
—¿El niño rico ese?
La ancianita también abre sus ojos de sorpresa.
—Al que mi nieta ve en esa revista de economía, ¿vivía ahí?
El señor asiente.
—Sí, el gerente de la empresa televisiva de noticias.
La señora, señala a un carro de policías que está estacionado a unos diez metros de donde están ellos.
—Me lo imagino, y seguro los inservibles esos no lo saben, o si lo saben, se hacen los tontos. Ya está más que claro que fue una mujer quien le hizo eso, los ricachones tienen mujeres por todos lados.
—O un hombre. —Los tres se sobresaltan, y voltean para quedar mirando a un hombre esbelto, bastante alto para el gusto de las señoras, pero no pueden decir nada del rostro, porque lo tiene cubierto por la enorme capucha de su sudadera—. Hoy existe variedad señores.
—¿Qué dice? —Se atreve a preguntar el señor.
El hombre saca un cigarrillo de su bolsillo, y se toma su tiempo para encenderlo, luego se lo lleva a los labios, dando una enorme calada y exhalar el humo de una forma casi artística. Las tres personas ahí, solo se limitan a verlo, y como es de madrugada, por un momento piensan que es un carterista a punto de robar sus billeteras.
—Digo —continúa el hombre como si no hubiera existido ninguna interrupción—, que no solo pudo haber sido una mujer. A veces, entre hombre se suele armar mucho más drama, es excitante.
Lo miran como si él hubiera dicho una barbaridad.
—¿Quién eres tú? —suelta la ancianita.
—Creo que ya me hago tarde para preparar el desayuno —dice la señora y jala a la ancianita para que camine con ella. Y juntas, aún mirando extrañadas al hombre, desaparecen por una esquina.
—¿Dices qué sí pudo ser un crimen pasional? —le pregunta el señor, que ha ignorado el hecho que las señoras se fueron totalmente incómodas.
—No estoy afirmando nada.
El señor, algo arto de la actitud del hombre, sostiene bien su bolsa de compras y se aleja, al igual que la señora y la ancianita, dejando ahí parado, a un hombre que mira curiosamente las patrullas de policía y varios bomberos yendo hacia el incendio que no parece tener esperanzas de apagarse.
Varias personas no notan para nada su misteriosa presencia, siguen inmersas en conversar sobre lo que pudo haber pasado. Pero él, está más involucrado de lo que creen. La noche anterior, había ocurrido un hecho horrible de venganza, y el hombre, parecía entender todo, mientras sonreía y se decía así mismo: “Bien hecho, Liz, siempre tan ingenua y estúpida, pero a la vez me sirve, y mucho”.
Podrían decir cualquier cosa del aspecto del hombre, pero no sabían que él, piensa hacer que la sociedad cambie, para bien o para mal. Llegando a tener retorcidos planes en mente, y celebrando los “pequeños triunfos” de una desconocida para todos, llamada Lucía.
El hombre se aleja de la avenida Lambard, caminando por dos cuadras llenas de gente curiosa, hasta detenerse en una calle estrecha y oscura, donde se puede ver que lo espera un chico desalineado, con manchas de sangre en su camiseta, que las intenta cubrir con un grueso abrigo negro.
—Si lo vieras —le dice el hombre al chico entre risas—, todo lo que ha ocasionado esa chica, es increíble. —El chico finge una sonrisa, como si le doliera las palabras del hombre—. ¿Es su sangre? ¿Cómo está ella?