Cuando te vayas

Capítulo 1

La patrulla se salió de carril, golpeando fuertemente al vehículo estacionado frente a ellos y alzando la alarma de dos coches más que se hallaban aparcados en el área. El copiloto impactó la frente contra la guantera, ganándose así una herida que comenzó a manar sangre tan sorpresivamente como el inesperado choque posteriormente premeditado por Frank, el lunático arrestado en el centro comercial.

El conductor alzó la cabeza y se llevó una mano a la boca, aturdido por el golpe recibido contra el volante. El líquido carmesí brotaba de sus encías y también, un sangrado más intenso, escapaba a borbotones de su nariz respingona. Y Frank habría sonreído de no ser porque sus ideas parecían verse más enredadas de lo usual. Su sien izquierda se había estrellado primeramente contra el cristal divisor de los asientos delanteros con el trasero y luego, sin haberlo planeado y producto de los movimientos, había acabado yéndose de bruces contra el cristal de la ventanilla.

Maldijo entre dientes y se llevó una mano notando la humedad tibia resbalándose desde su frente hasta la comisura izquierda de su ojo. No obstante, y aún doloridos por el confuso impacto, los oficiales descendieron de la patrulla en busca de heridos en el coche delante del suyo. Al no haber nadie corriendo peligro, y oyendo las quejas de la propietaria de un vehículo, regresaron forzando a Frank a bajar.

El moreno de altura reducida y mandíbula marcada lo sujetó del antebrazo y lo acorraló contra el mismo vehículo, escupiendo literalmente un largo cuestionamiento. Gotas de sangre mezcladas con saliva salpicaron la camisa clara que aquella mañana había seleccionado antes de marcharse al trabajo, pero no le importó, luego la mandaría a lavandería y quedaría nuevamente impecable. Ahora, lo que le importaba era la furia deambulando en los ojos marrones del oficial novato y la fuerza con la que resaltaba la definición cuadrada de su mentón.

—Estás enfermo —masculló el policía, colocándose el dedo índice sobre la cabeza en un intento por subrayar la cordura del prisionero—. ¿Crees qué es chistoso? —farfulló al vislumbrar las comisuras del hombre alzándose con diversión.

—Lo siento —mintió alzando las manos aún esposadas.

—Siente esto, malnacido —profirió el joven oficial y arraigado en su talante le atestó dos golpes secos en el abdomen—. ¿Sigue siendo divertido? ¿Sigue siendo una puta broma para ti? —aseveró propinándole otro puñetazo más, esta vez en la nariz por venganza.

E iba a continuar hasta erradicar su enfado, sin embargo, su compañero de turno lo detuvo sujetándole el brazo poco antes de que el mismo cayera sobre el pómulo pálido del pelinegro.

—Hay personas viendo —susurró mirándolo con seriedad—. No puedes seguir, no con él —señaló, observando de refilón el cuerpo inclinado de Frank—. Toma nota de la matrícula del otro coche, él se hará cargo de los daños —aseveró la orden.

El moreno se soltó con brusquedad e intentando deshacerse de la sangre percudiendo su imagen de autoridad, se aproximó a la conductora, y también espectadora, del otro vehículo implicado en el accidente. Por otro lado, Frank seguía sintiendo el resultado del arduo ejercicio del policía en oleadas calientes descendiendo de su nariz a su boca.

Sabía que en las próximas horas, luego de dejar sus arriesgadas aventuras atrás, debía presentarse en la sala de juntas a rendir explicaciones sólidas a sus dos socios y el comité de ejecutivos que lo rodeaban. Recibiría una amonestación por parte de su asociado más veterano y quién le había impuesto una serie de cláusulas que él discrepaba seguir, no por rebeldía, sino porque odiaba sentirse tan vacío. Odiaba tener tanto y seguir sintiendo la falta que ellas habían dejado en su vida.

No estaba vivo, y de todo lo que había hecho en sus treinta años nada daba efecto más gratificante que ser violentado.

Así, acudiendo a sitios que las personas de su importante alcurnia repugnaban pisar, se sentía más humano y menos como una máquina de generar y recibir dinero por montones.

Había probado de todo, pero el alcohol surtía efectos que refrescaban sus memorias y lo llevaban al día en que perdió a sus dos razones de existencia. Las drogas lo sedaban, algunas más severas lo hacían perder por días, tantos que olvidaba el deber que debía cumplir sentado a una silla de escritorio. El recurrir a bares y mujeres que dejaban poco a la imaginación con prendas minúsculas era una pérdida de tiempo, pues siendo espectador de las bebidas pasando de mano en mano y de bailes exóticos, todavía podía pensar, recordar a detalles lo que no pudo evitar.

—En la jefatura deberá llamar a su abogado —dijo el oficial a su lado, colocando una palma sobre el fornido hombro de Frank con la intención de que recuperase su postura erguida—. Y no vuelva a hacer una cosa así. Sabemos su condición, pero nuestro deber es cuidar a la ciudadanía. Eso lo incluye a usted —declaró e inconscientemente elevó una comisura, apenado.

—Ya dije que lo siento —soltó en un gruñido contenido.

No le gustaba presenciar falsa aflicción en los ojos de quienes lo rodeaban. Primero porque suficiente carga tenía viendo la suya cada vez que su rostro se reflejaba ante la pantalla apagada de su portátil, el espejo que aún conservaba en el cuarto de baño o en cualquier superficie que pudiera reflejarse. No le agrada, no le transmitía nada. Y se odiaba un poco más cuando se descubría pensando en ello, recordando el momento exacto en el que había dejado de sentir, de apreciar aquellas cosas que las personas normales eran capaces de sentir. En la piel. En el pecho. En el aire. Donde fuera. Donde fuera él solo contaba con el sentido de la audición y visión.

Vagas eran las ocasiones en las que su nariz, ahora rota, captaba un olor capaz de atraer un instante contado de su atención. Desde aquella tarde su sentido del olfato se había esfumado, así, como su deseo a vivir y las ganas de seguir explorando los rincones de una propiedad que constantemente le rememoraba lo solo que estaba. Sin familia, porque había cortado lazos. Sin amigos porque detestaba ver el lamento en ellos. Sin esposa, porque de todas las personas aquella mujer solo se cruzaba en su camino para añadir más culpa y carga a su espalda. Sin nada.



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En el texto hay: tragedia, ilegal, opuestos

Editado: 22.02.2024

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