Cuando te vayas

Capítulo 5

En tanto Frank aparcaba su camioneta plateada en uno de los espacios libres en el estacionamiento subterráneo del edificio, Narella recorría las calles que la conducían a una de las tres empresas con las que alguna vez había soñado trabajar dejando el tumulto de personas cada vez más lejos. Mientras Drummond descendía del enorme vehículo y se ajustaba los botones del saco al torso, Carson descubría una parte de la ciudad que nunca antes había visitado.

Los edificios allí eran tan elevados como en el centro, pero los sonidos resultaban menos intensos. Se divisaba un flujo bajo de coches en movimiento, la mayoría dirigiéndose al área céntrica. También descubrió tres restaurantes: uno de ellos de comida italiana, otro ofrecía una promoción de descuento del 2×1 en desayunos solo por ser día viernes, y el último, un poco más alejado de los demás, era un lugar vegano cuyo menú del día eran tallarines con pesto de espárragos y piñones.

Narella pasó de largo, enfocada en hallar los mismos números escritos en la pantalla del teléfono móvil o el nombre del edificio. Porque aquel lo tenía y ella se lo había repetido tantas veces que ya se lo sabía de memoria. Por otra parte, no muy lejos de allí, Frank salió del elevador mirando el escritorio de Harriet. La saludó en su costumbre matutina y luego reparó en las tres sillas vacías situadas a un costado de la entrada de su oficina.

—¿Ha llamado? —consultó serio, mirándola sin aletear las pestañas.

—No, señor, pero puedo hacerlo. Seguro está en camino —explicó nerviosa, temía que su reemplazo fuese vetado.

—No lo hagas —replicó antes marcharse y encerrarse tras dos puertas de gruesos cristales.

Se posicionó en su habitual lugar y se quedó con la mirada clavada en la carpeta que aún continuaba en la superficie del escritorio. Por aburrimiento o por intentar alejarse de pensamientos no relacionados con el trabajo, se dispuso a echarle el vistazo que el día anterior había dejado por marcharse. Mientras tanto, a las afueras de la edificación, una jovencita de ojos negros y cabello castaño sonreía plenamente, observando fijamente la numeración de cuatro dígitos.

Un hombre de tez morena vistiendo pantalones formales color gris y una camisa blanca de mangas cortas con el logo de una compañía de seguridad estampado en el pecho, la escudriñó con gesto analítico. Lo saludó inmersa en su propia felicidad y cuando se dispuso a atravesar la entrada oyó la voz cálida del hombre regresándole el gesto.

Y entró admirando el pulcro vestíbulo. Avanzó sintiendo el impacto de un sueño haciéndose posible. Se sumergió en un bucle donde los nervios se le agolpaban en el vientre y los latidos parecían escalar hasta la garganta. De repente todo en su cuerpo funcionaba medio mal, pues sentía las manos volviéndose pegajosas y las piernas pesadas como nunca antes imaginó sentir. Aun así, se animó a continuar.

Mencionó su nombre ante la estilizada recepcionista y luego, con dedos temblorosos, ratifico la información mostrándole la identificación. La chica tomó el tubo de un teléfono gris opaco y movió la boca ante la mirada nerviosa de Narella. La misma, segundos después, le tendió un gafete donde figuraba la palabra visitor.

Casi de inmediato, el recepcionista —cuyos rasgos eran marcados— le pidió que lo acompañase. Narella lo siguió un poco atolondrada por las facciones masculinas del muchacho e incluso confundida ante la desorientación típica de estar por primera vez en un lugar.

En el último piso estaba Frank, impaciente por la impuntualidad e incluso pensando en llamar a Gianluca para regresar a la búsqueda de una persona capaz y responsable que supiese llevar las funciones, hasta el momento, cumplidas por Harriet.

Su impaciencia lo llevó a pararse y caminar, luego, viéndose a sí mismo como a un animal enjaulado, volvió a sentarse y comenzó un movimiento suave con el pulgar que paraba justo sobre su barbilla rasurada. En tanto lo hacía, mantenía la vista fija en la puerta, deseando que alguien apareciera antes de que sus ganas por irse en busca de aventuras cobrasen más fuerza. Y como si de un ángel se tratase, apareció Harriet.

—Ha llegado —informó con una sonrisa.

—Bien. Que pase —dijo, entrelazando los dedos a la altura del mentón.

Su expresión cambió, se volvió más dura y glacial que nunca. Segundos después del anuncio vio a Narella atravesar el umbral siguiendo los pasos de Harriet.

Para nada se parecía a lo que la noche anterior había idealizado en su imaginación. Esperaba a una mujer, a una señora que estuviera rozando los cincuenta con la yema de los dedos. Esperaba a alguien de porte cansado y mirada severa, pero no. Refutando cada uno de sus ideales, habían enviado a una persona jovial cuyos ojos brillaban de curiosidad y de alegría inexplicable.

Sin ser notado, frunció el gesto. Por primera vez en semanas, mostrando algo: completo desagrado.

Observó cada uno de sus movimientos cuando lo saludó, guardando distancia y se sentó. Fijó los ojos en ella intentando ahondar en sus cuestionamientos internos. E incluso quiso hacerle entender, a través de una observación sagaz, que aquel lugar no era para alguien tan fulgente como ella. Pero desprendía demasiada felicidad como para combatirla o llegar a intimidarla. A sus ojos, la chica parecía soltar hilos de colores arcoíris por los poros.

Ya exponía aquel girasol sonriente que tipo de persona era la intrusa.

Seguro alguien que saltaba en vez de caminar. Del tipo que grita canciones en plena avenida. Seguro una niña sin complicaciones, sin actos del destino que turben su vida. Una enredadera de emociones constantes, del tipo que pregunta idioteces desagradables.

Sintió asco.

Ver tanta luminosidad le revolvió el estómago y eso que aún no había desayunado. Quiso echarla, pero él velaba segundas y hasta terceras oportunidades. No se quedaba con primeras imágenes y quizá la individua ahora sentada en uno de los sillones frente al escritorio podría contrariar sus pensamientos al hablar.



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En el texto hay: tragedia, ilegal, opuestos

Editado: 17.06.2024

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