Nicole llegó a casa con el corazón todavía inquieto.No era miedo, ni alegría. Era algo que no sabía nombrar.Mientras caminaba por el pasillo, murmuró en su mente:"¿Por qué no deja de latir? ¿Por qué no se calma?"
Se acordó de Alex.De cómo le había respondido.De cómo la miraba.Y sin querer, se sonrojó.
Respiró hondo.
—Ya basta —se dijo
.Se sentó frente a sus cuadernos y empezó a hacer los deberes.
Pero no podía concentrarse.Cada vez que leía una pregunta, su mente la respondía con
otra:
"¿Y si le hablo otra vez? ¿Y si me habla él?"
El lápiz temblaba en su mano.La frustración crecía.No por los deberes, sino por lo que le estaba pasando.
"¿Por qué no puedo estudiar tranquila? ¿Por qué me importa tanto?"
Y aunque no lo decía en voz alta, sabía la respuesta.Porque Alex ya no era solo “ese chico”.Era el que le había movido el corazón sin tocarlo.
Se levantó con fastidio, empujando la silla sin cuidado. “Necesito despejarme”, pensó.
Caminó hacia el baño, se quitó la ropa con movimientos lentos y se metió bajo el agua tibia. El vapor le envolvía el rostro, pero no lograba apagar el eco de su corazón.
“¿Por qué me late así?”, murmuró en su mente, mientras se enjuagaba el cabello. Cerró los ojos. El rostro de Alex apareció sin permiso. Se sonrojó, sola, bajo el agua.
Al salir, se secó sin apuro, se puso ropa cómoda y se dejó caer en la cama. “Ahora sí… solo una siesta”, pensó, y se rindió al sueño con el corazón aún inquieto.
Al día siguiente, Nicole despertó temprano. Se cepilló los dientes, se duchó, se peinó con cuidado y se puso el uniforme. Mientras ajustaba el cuello de la blusa, una inquietud le apretaba el pecho.
“¿Y si el profesor me castiga por no entregar la tarea?” Ella era aplicada, siempre cumplía. Faltar a una entrega no era común en ella, y eso la hacía sentir aún más nerviosa.
Pero decidió ignorarlo. “No pasó nada grave… fue solo un día”, se dijo, y salió rumbo a la escuela.
Al llegar, pensó en buscar a Michelle. Pero luego recordó que hacía tiempo no hablaba con sus otras amigas. Se dirigió hacia donde estaban Angelina, Joselin y Ernestina, que conversaban animadas con una chica nueva.
Nicole se acercó y las saludó con una sonrisa. Ellas también se alegraron de verla. “Ya nos hacías falta”, le dijo Joselin.
Nicole miró a la chica nueva con curiosidad. —¿Quién es ella? —le preguntó a Angelina.
—Es Hengely —respondió—. Una amiga mía de primaria. Se inscribió este semestre.
Nicole asintió, pero no le prestó demasiada atención. Solo notó algo extraño: Hengely se parecía mucho a Michelle. Demasiado.
Era hora de inglés. Nicole se sentó en su butaca con el mismo gesto de siempre: recta, atenta… pero por dentro, desganada. No le gustaba esa materia. No le interesaba. Las conjugaciones, los verbos, las frases sin alma.
“¿Para qué me va a servir esto?”, pensó mientras abría el cuaderno. “Ni siquiera me gusta cómo suena… ni cómo lo enseñan.” Suspiró sin hacer ruido. “Pero tengo que seguir. No puedo fallar. No puedo ser la que no escribe.”
El profesor comenzó a dictar, y Nicole anotó todo sin quejarse. Su letra era impecable, como siempre. Pero sus ojos se veían apagados. Su mano escribía, sí, como en cualquier clase. Pero su mente estaba lejos. Muy lejos.
Al rato, el profesor se detuvo en medio de la explicación. Miró a Nicole con atención. —¿Estás bien? —preguntó, con voz neutra pero amable.
Nicole sintió que todos los ojos se posaban en ella. El corazón le dio un salto. Se puso nerviosa.
—Sí… estoy bien —respondió muy bajito, apenas audible, pero lo suficiente para que el profesor la escuchara.
Él asintió con discreción y siguió con la clase, dándole su espacio.
Cuando terminó la hora, Nicole guardó sus cosas con una cara seria. La verdad, se sentía muy aburrida. Vacía.
Sus amigas se acercaron, preocupadas. —¿Estás bien? —preguntó Joselin.
Nicole les sonrió con suavidad. —Sí, solo estoy aburrida. Nada grave.
Ellas entendieron y se fueron a sus butacas. Nicole las miró mientras se alejaban. “Se preocupan mucho por mí… eso vale más de lo que creen”, pensó.
En el recreo, se reunió con sus amigas como habían acordado. Se dirigieron juntas a la cafetería para comprar algo.
Mientras estaban en fila, Nicole pensaba qué elegir. “Quiero algo dulce… algo rico”, se dijo.
Como buena glotona, terminó comprando varias cosas dulces: galletas, chocolates, y una bolsita de gomitas.
Al salir de la cafetería, se dirigieron a unos bancos para sentarse y hablar. Mientras caminaban, Nicole empezó a comer como nunca.
Mordía, abría envoltorios, metía gomitas en la boca sin parar. Sus amigas reían, acostumbradas a su forma de comer.
Pero justo en ese momento, Alex pasó por ahí. La vio.
Nicole lo notó. Sintió que la había visto como una glotona.
Se puso nerviosa. Tan nerviosa que dejó caer sus chuches al suelo.
—¿Qué pasó? —preguntó Angelina.
—Se me cayeron —respondió Nicole rápido, agachándose.
Sus amigas no insistieron. Siguieron caminando hacia los bancos, mientras Nicole trataba de calmar el corazón que le latía como si hubiera corrido.
Ya sentadas en los bancos, Nicole y sus amigas empezaron a hablar entre risas, mientras ella seguía comiendo sus dulces con entusiasmo. Pero entonces, Alex se acercó. —Hola, Nicole —dijo con una sonrisa tranquila.
Las chicas lo miraron enseguida. Joselin abrió los ojos. —¿Es tu novio?