—Voy a casarme la próxima semana —Elián habló después de un momento, haciendo que Eider girara su cabeza para verlo.
—¡Pero qué gran noticia, Elián! ¿Por qué no me dijiste nada, ah? —Eider hizo un ademán de falsa indignación y luego golpeó levemente su brazo.
Fue increíble la confianza que se desató, entre ellos dos, en tan poco tiempo.
—Es complicado —Elián replicó haciendo una mueca con su boca.
—¿Por qué podría ser complicado?
—Porque quizá no ame a Esther tanto como para dar el siguiente paso.
—¿Pero qué dices, Elián? Si se nota en tus ojos cuán feliz te hace sentir con simplemente existir. ¡No me salgas con esas cosas! Además, Esther es la mejor compañera que podrías tener. Vamos, hombre, como si no la conocieras; eres su amigo desde la secundaria, ella...
—No quiero casarme con Esther porque de quien estoy enamorado en realidad es de ti, Eider —simplemente le soltó a mitad del próximo discurso que ahora no valía la pena para Eider seguir—. Yo... yo te amo.
El muchacho se negaba a verla a los ojos, pero la mirada fija de su acompañante lo obligó a hacerlo, así que simplemente movió sus vista para divisar su rostro de reojo.
—Estás loco —Eider quitó el seguro de la puerta y la abrió para salir del auto lo antes posible, pero la mano de Elián detuvo el movimiento que estaba apunto de hacer—. Si esto es una broma, es de muy mal gusto, Elián.
—No es ninguna broma. Sólo escúchame, por favor —Le suplicó en un susurro.
—¿Qué tengo yo que escucharte? Suéltame.
Eider salió del auto y caminó con pasos presurosos hacia la puerta de su casa, pues su mente estaba hecha un lío después de las palabras que oyó salir de la boca de su acompañante y quería despejarla un poco.
Lo cierto era que realmente llegó a quererlo en un principio, cuando sus sentimientos hacia Ezra eran completamente nulos, y evidentemente su confesión la había confundido. Así que decidió irse de su lado por un momento; solo eso iba a bastar para aclarar las ideas que deambulaban como locas en su mente.
Pero la figura de Elián se detuvo justo frente a ella, impidiendo que realizara su cometido.
—Escucha, todo sucedió muy rápido, ¿sí? Fue el día de nuestra última reunión el año antepasado. Tú estabas tomando un poco de refresco junto a Ezra y una punzada en mi pecho apareció de la nada. Después de ese día no pude evitar verte diferente, lucías más bonita cada vez y, cuando me di cuenta, no dejaba de pensarte por la noche. Siempre pienso en ti, Eider. Es demasiado difícil sacarte de mi mente.
—¿Estás escuchando lo que dices? —Ella inquirió con los ojos puesto fijamente en él.
—Cada palabra.
—Esto es una gran locura —Eider lanzó una risa con un sello de incredulidad mientras rascaba su nuca—. Mira, jamás fue mi intención crear esos sentimientos en ti, Elián, y te pido una disculpa si lo pensaste así —Se quedó callada por un segundo—. Creo que es mejor que te vayas.
Elián hizo caso omiso de aquella petición y comenzó a acercarse lentamente a Eider. Ella retrocedió por pura inercia y pronto se dio cuenta que ya no había más espacio para seguir caminando. Su espalada estaba totalmente pegada contra su puerta.
Al percatarse esto, Elián decidió posar su mano a unos centímetros de la cabeza de Eider y finalmente se aproximó a su rostro.
—Estoy seguro que sentiste algo por mi, Eider. Tú sabes, es una verdad universalmente conocida: las miradas pueden delatar —susurró cerca de su oído.
—Hasta ahí, que te pasaste —Eider alejó el cuerpo de su acompañante con un ligero empujón—. Escucha, en el caso hipotético de que eso haya sucedido, ¿crees que importa ahora? Estoy a menos de dieciséis horas de casarme, Elián —enfatizó la última frase en su voz—. Estás traicionando al que dices que es tu mejor amigo.
—En el corazón no se manda —Elián mencionó y comenzó a acercarse de nuevo—. Sé que llegué a gustarte en el pasado, cuando Ezra no había ocupado un lugar en tu corazón. Así que mis esperanzas comenzaron a crecer al saberlo —la mirada de Eider se abrió con exageración al escuchar esas palabras. ¿Quién se lo había dicho?—. Y se hicieron aún más grandes cuando aceptaste cenar conmigo hoy. Necesito que sepas lo que siento, Eider, y también que sepas que aún hay tiempo.
Los ojos de la joven camarera se comenzaron a llenar de lágrimas mientras negaba con su cabeza.
—Dieciséis horas son suficientes para que tomes una decisión; escucha, no quiero ser una persona que se quede con la incertidumbre para siempre, ni que se pregunte en el futuro las posibilidades del pasado. Y tampoco quiero que tú lo seas —Hizo una pequeña pausa para tomar aire—. Por favor, Eider, prométeme que lo vas a pensar.