La noche siguiente Eider se quedó junto a la ventana de su habitación de hotel viendo las estrellas. Y es que minutos después de que la fiesta de la boda concluyera, Ezra y Eider salieron corriendo del salón para alcanzar el avión que los llevaría a Orlando, en Estados Unidos, para celebrar su luna de mial; a pesar de eso todavía le habían quedado energías para detenerse a contemplar el cielo. Y mientras lo hacía, ella pensaba en todo lo que había ocurrido unas horas antes.
Eider estaba segura del amor que sentía por Ezra y de que él era el hombre con quien deseaba pasar el resto de sus días; incluso cuando la duda le había invadido antes, sabía que no podría imaginarse su futuro con alguien más.
No obstante Elián estuvo esperando en su interior, durante toda la ceremonia, que Eider decidiera cambiar de opinión, que volteara a verlo a los ojos y anunciara a la multitud que él era a quien en realidad amaba. Al punto en el que se encontraban sus sentimientos no le importaban los de alguien más, pues de lo único que estaba seguro era que amaba a Eider con todas sus fuerzas y que no quería dejarla ir con nadie más.
Pero no sucedió.
Su amada anunció que aceptaba el compromiso y él sintió cómo su corazón se estrujaba con cada letra que enunciaban los labios de Eider, las cuales estuvieron acompañadas de una bella sonrisa que se dibujó en su rostro al final.
Y después supo que todo ese tiempo se estuvo comportando como un cretino, como el peor amigo del mundo.
¿En qué cabeza cabía creer que Eider dejaría todo por un amor del pasado, que ni si quiera había comenzado, y que solamente viviría en lo más recóndito de su memoria?
Cuando un amor es destinado a ser no hay nada que pueda evitar que se realice, no hay horizonte que se pueda alcanzar para lograr que se detenga; porque, por más que se desvíe al inicio, siempre encontrará el camino de regreso para que todo ocurra tal y como se planeó desde el principio.