Cuando una flor se encuentra con las estrellas

Capitulo 2

El cielo comenzaba a teñirse de naranja cuando Amelia cerró la puerta de la floristería tras el último cliente de la mañana. El aroma de las flores llenaba el aire, mezclándose con el tenue perfume que emanaba de las plantas recién regadas. El mostrador estaba salpicado de pétalos caídos, un desorden hermoso que hablaba de una mañana ocupada.

Se ajustó el delantal y comenzó a organizar los pedidos que debían entregarse más tarde. Una de sus manos rozó los tallos suaves de un ramo de rosas blancas, su madre había amado esas flores. Aunque Amelia prefería las flores silvestres, aquellas rosas siempre le evocaban recuerdos dulces.

Mientras cortaba los tallos de unos crisantemos, su mente voló al hombre que había cruzado la puerta de la tienda horas atrás: grande, de mirada severa y presencia intimidante, pero con una vulnerabilidad que había vislumbrado en su voz grave al pedir flores para una tumba.

—Gabriel— murmuró para sí misma, probando su nombre en los labios. Había algo intrigante en él.

Una ligera campanilla la sacó de sus pensamientos. Levantó la vista justo a tiempo para ver a Claudia, su vecina de tienda, asomarse por la puerta entreabierta.

—¡Amelia! Venía a ver si querías un cafecito —ofreció la mujer, levantando una taza humeante.

—¡Claro! Justo necesitaba un descanso. Gracias, Claudia.

Ambas se sentaron en una pequeña mesa junto al ventanal de la tienda. Amelia sopló el café y tomó un sorbo, disfrutando del calor reconfortante.

—Hoy he visto entrar a alguien interesante —comentó Claudia con una sonrisa traviesa.

—¿Interesante? —preguntó Amelia, arqueando una ceja.

—Sí, un hombre grandote y con cara de pocos amigos. Me recordó a un oso gruñón.

Amelia rió suavemente.

—Se llama Gabriel. Venía a comprar flores para una tumba.

Claudia asintió con comprensión.

—A veces los que parecen más duros son los que llevan el corazón más roto.

Amelia reflexionó sobre eso mientras terminaba su café. Las palabras de Claudia se quedaron con ella mientras regresaba al mostrador y continuaba con su trabajo. Había algo en Gabriel que la intrigaba, como si cada gesto suyo escondiera una historia que merecía ser contada.

Cuando el día llegó a su fin, bajó la cortina de la tienda y se apoyó contra la puerta, disfrutando del aire fresco de la tarde. Las primeras estrellas comenzaban a brillar en el cielo, y Amelia sonrió al reconocer la constelación de Orión.

—¿Qué historia cuentas hoy, cielo? —preguntó en voz baja, como si las estrellas pudieran responderle.

Al otro lado de la ciudad, Gabriel aparcó su camioneta frente a su casa. El ramo de lirios descansaba sobre la mesa del comedor, desprendiendo un aroma suave que llenaba el espacio. Se quitó la chaqueta y se pasó una mano por el cabello desordenado. Había sido un día extraño.

Se sirvió otro café y se sentó en el sillón, observando el ramo. Pensó en Amelia, en su sonrisa cálida y su voz suave. Había algo en ella que lo desarmaba, como si su luz pudiera atravesar las capas de su fría coraza.

—No seas tonto —se dijo a sí mismo, intentando sacudir esos pensamientos.

Pero mientras el aroma de las flores llenaba la habitación, Gabriel supo que ese encuentro había dejado una marca en él. Y aunque no lo admitiera, parte de él quería regresar a esa pequeña floristería para verla de nuevo.

El cielo oscuro se llenó de estrellas, y en dos puntos distintos de la ciudad, Amelia y Gabriel contemplaron el firmamento, sin saber que sus caminos estaban destinados a entrelazarse una vez más.




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