Cuando una flor se encuentra con las estrellas

Capitulo 3

La noche había caído por completo, y el cielo despejado ofrecía un tapiz infinito de estrellas. Amelia se sentó en el pequeño balcón de su apartamento, con las piernas cruzadas y una taza de té de manzanilla entre las manos. Una suave brisa meció los mechones sueltos de su cabello.

Frente a ella, el cosmos se desplegaba en todo su esplendor. La constelación de Orión dominaba el cielo, sus estrellas centelleando como si quisieran contarle secretos antiguos.

—Buenas noches, cielo —susurró Amelia, alzando la mirada—. Hoy conocí a alguien curioso. Parece un oso gruñón, pero creo que tiene una historia escondida, como tú con tus constelaciones.

Se recostó contra el respaldo de la silla, dejando que la quietud de la noche la envolviera. Las estrellas siempre habían sido su refugio, un lugar donde sus pensamientos podían vagar sin miedo.

Mientras tanto, a varios kilómetros de distancia, Gabriel también observaba el cielo desde el patio trasero de su casa. Había extendido una manta sobre el césped y se había tumbado, con las manos entrelazadas bajo la cabeza.

El aire olía a tierra húmeda y a lirios. Cerró los ojos por un momento, recordando la sonrisa de Amelia, cálida y genuina, como un rayo de sol colándose en un bosque sombrío.

—Las estrellas no guardan secretos —murmuró para sí mismo—. Solo los muestran a quien sabe mirar.

Se sintió un poco ridículo hablando solo, pero las noches estrelladas siempre habían sacado ese lado filosófico de él.

De regreso en su balcón, Amelia se levantó, dejando la taza vacía sobre una mesita. Dio un par de pasos hacia la barandilla, sintiendo el frío del metal contra las palmas.

—Me pregunto si alguien más estará mirando las estrellas esta noche —pensó en voz alta.

Gabriel, en su patio, sonrió sin saber por qué. Era una sonrisa leve, pero genuina, algo poco común en él.

Las estrellas continuaron brillando, ajenas al mundo terrenal, pero tejiendo hilos invisibles entre dos almas que, sin saberlo, ya comenzaban a acompasar sus miradas hacia un mismo cielo.

Esa noche, Amelia y Gabriel hablaron con las estrellas, cada uno en su rincón del universo, sin imaginar que pronto también hablarían el uno con el otro.

"A veces, basta con mirar las mismas estrellas para que dos corazones empiecen a hablar el mismo idioma. "




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