Cuando una flor se encuentra con las estrellas

Capitulo 5

La brisa fría seguía acariciando la colina mientras las estrellas brillaban impasibles sobre ellos. Gabriel permaneció tumbado sobre la manta, con las manos cruzadas tras la cabeza y el ceño fruncido, como si el firmamento le debiera alguna explicación.

Amelia, a su lado, mantenía una sonrisa suave. Sabía que Gabriel no era del tipo que buscaba conversaciones profundas, pero tampoco quería dejarlo atrapado en su propio silencio.

—¿Nunca te has sentido pequeño mirando el cielo? —preguntó ella, rompiendo la quietud.

Gabriel soltó un bufido.

—No me da tiempo de pensar en esas tonterías.

Amelia se inclinó ligeramente hacia él.

—No creo que sea una tontería. Es bonito, ¿sabes? Recordar que hay algo mucho más grande que nosotros.

—Bonito no es la palabra que yo usaría —replicó él—. Prefiero no complicarme la vida con cosas que no tienen sentido.

—A veces las cosas que no tienen sentido son las más importantes.

Gabriel rodó los ojos, claramente escéptico.

—Dime algo, ¿siempre eres así de positiva o es solo para molestarme?

Amelia soltó una risa suave.

—Solo trato de equilibrar tu pesimismo, supongo.

—Buena suerte con eso —gruñó él—. Llevo años perfeccionándolo.

Amelia lo observó con curiosidad.

—Debe ser agotador.

Gabriel la miró de reojo.

—¿El qué?

—Mantener esa fachada de tipo duro todo el tiempo.

—No es una fachada —respondía él secamente—. Es solo quien soy.

Amelia no insistó. En cambio, se tumbó de nuevo sobre la manta, dejando que el cielo llenara sus pensamientos.

—Me gusta pensar que las estrellas también tienen historias —dijo después de un rato—. Quizá fueron deseos de alguien hace mucho tiempo.

Gabriel soltó un resoplido incrédulo.

—¿Ahora las estrellas cumplen deseos? Vamos, Amelia, eso es demasiado hasta para ti.

Ella se encogió de hombros, sin perder su serenidad.

—No importa si es verdad o no. Lo importante es creerlo.

Gabriel negó con la cabeza, pero a pesar de su habitual escepticismo, no se levantó ni puso fin a la conversación. Había algo en la suavidad de Amelia que le hacía quedarse, aunque no quisiera admitirlo.

—Supongo que alguien tiene que ser el optimista en este mundo —dijo él con un tono casi sarcástico.

Amelia lo miró con una sonrisa sincera.

—Y alguien tiene que gruñir para que haya equilibrio, ¿no crees?

Gabriel la miró de reojo, una chispa casi imperceptible de humor asomando en sus ojos.

—Supongo.

La noche avanzaba, y aunque el cielo seguía siendo el mismo, algo había cambiado entre ellos. Un pequeño puente invisible se había tendido, conectando sus mundos opuestos.

A veces, las conversaciones bajo las estrellas no resuelven nada, pero dejan el alma un poco menos sola.




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