Cuando una flor se encuentra con las estrellas

CAPITULO 7

El viento soplaba con suavidad mientras la colina comenzaba a despertarse completamente bajo la luz del día. Las estrellas habían cedido su lugar al sol, pero algo de su magia parecía quedar suspendido en el aire. Amelia estiró los brazos y se incorporó lentamente, sus mejillas sonrojadas por el viento fresco.

—Supongo que es hora de volver —dijo ella, aunque su voz cargaba una pizca de nostalgia.

Gabriel, sentado con los codos apoyados sobre las rodillas, asintó sin mirarla directamente.

—Demasiado frío para quedarse más tiempo.

Amelia sonrió con suavidad.

—¿Siempre tienes que ser tan dramático?

—No es drama, es sentido común —gruñó él.

Amelia se levantó y sacudió la manta, dejando caer las pequeñas briznas de pasto.

—Tal vez el frío sea parte del encanto —dijo mientras doblaba la tela con movimientos pacientes.

Gabriel la observó por el rabillo del ojo, sin poder evitar notar la forma tranquila en que hacía incluso las cosas más simples.

—Encanto... —murmuró—. No entiendo qué ves de encantador en pasar la noche en una colina helada.

Ella sonrió, ladeando la cabeza.

—Tal vez no tienes que entenderlo. Solo sentirlo.

Gabriel resopló.

—Preferiría no congelarme mientras lo intento.

Amelia soltó una risa ligera.

—Eres incorregible.

—Gracias. Me esfuerzo.

Cuando terminaron de recoger todo, comenzaron a descender por el sendero que los había llevado a la cima. El camino estaba cubierto de hojas secas que crujían bajo sus pasos.

—¿Siempre vienes aquí sola? —preguntó él tras un rato de silencio.

—Sí. Me gusta la paz que encuentro aquí. Aunque... —hizo una pausa y lo miró de reojo—, hoy no estuvo mal tener compañía.

Gabriel frunció el ceño.

—Supongo que podría haber sido peor.

Amelia contuvo una risa.

—Eso es lo más cercano a un cumplido que te he escuchado.

—No te acostumbres.

El silencio volvió a caer entre ellos, pero esta vez era cálido, como si las palabras ya no fueran necesarias. Cuando llegaron al final del sendero, el pueblo comenzaba a despertar. Las calles aún estaban tranquilas, con solo un par de tiendas abriendo sus puertas.

Amelia se detuvo frente a una bifurcación del camino.

—Creo que este es mi camino —dijo suavemente.

Gabriel asintió, su expresión indescifrable.

—Nos vemos.

Ella sonrió con esa dulzura que parecía iluminar todo a su alrededor.

—Gracias por venir. Aunque protestaras todo el tiempo, sé que lo disfrutaste un poquito.

—No apuestes por eso.

Amelia se alejó, sus pasos ligeros mientras el viento jugueteaba con su cabello. Gabriel la observó por un momento antes de girar en la dirección contraria. Había algo en ella que lo desconcertaba, algo que no sabía cómo manejar. Pero por primera vez en mucho tiempo, no lo molestaba del todo.

A veces, incluso las despedidas silenciosas pueden dejar ecos que resuenan en el corazón.




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