Cuando una flor se encuentra con las estrellas

CAPITULO 13

Gabriel observó el taller en silencio después de que Amelia se fue. El espacio parecía más grande, casi vacío, a pesar del desorden habitual. Sus palabras seguían flotando en su mente, como una brisa suave que no se disipaba fácilmente.

Soltó un gruñido bajo mientras volvía a sus herramientas, intentando distraerse. El sonido metálico de una llave inglesa chocando contra el banco de trabajo rompió el silencio. Sin embargo, la tranquilidad no duró mucho.

—¡Eh, oso gruñón! —Una voz ronca y cargada de burla lo hizo detenerse en seco.

Gabriel soltó un suspiro exasperado antes de girarse lentamente. Allí estaba Joel, su mejor amigo desde tiempos que prefería no recordar. Con su cabello desordenado y una sonrisa descarada, Joel parecía siempre listo para soltar alguna broma o meterse en problemas.

—¿Qué haces aquí tan temprano? —gruñó Gabriel, cruzándose de brazos.

—¿Esa es tu manera de decir 'Buenos días, querido amigo'? Qué frío eres, hermano. —Joel se llevó una mano al pecho, fingiendo estar herido.

—No tengo tiempo para tus tonterías. —Gabriel volvió a concentrarse en el portón, asegurándose de que quedara bien abierto.

—Siempre tan acogedor —bufó Joel, siguiendo a Gabriel al interior del taller—. ¿Sabes que tu taller necesita un poco de vida? ¿Qué tal unas luces de neón? O, no sé, unas plantas.

—¿Plantas? —Gabriel lo miró como si acabara de proponerle pintar el taller de rosa.

—Sí, hombre. Las chicas aman las plantas. ¿O me vas a decir que no tienes interés en cierta florista? —Joel alzó las cejas con una sonrisa maliciosa.

Gabriel sintió un calor incómodo subirle al cuello. Se obligó a no reaccionar.

—No sé de qué hablas.

—Claro que no —rió Joel—. ¿Sabes? No todos los días veo a una chica salir de tu taller sonriendo como si hubiera descubierto el secreto del universo.

—¿Qué quieres, Joel? —cortó Gabriel, buscando desviar la conversación.

Joel se encogió de hombros, pero su sonrisa persistió.

—Pasaba por aquí y pensé que te vendría bien un café. —Le tendió un vaso de cartón—. Aunque con tu actitud, tal vez debería habértelo traído amargo.

Gabriel tomó el café sin agradecer, pero el aroma caliente y reconfortante le arrancó un gruñido menos hostil.

—Gracias —murmuró a regañadientes.

—Ahí está. Sabía que el oso tenía modales escondidos en algún rincón —bromeó Joel.

Los dos se acomodaron junto a la mesa de trabajo, el taller llenándose del sonido familiar del café siendo sorbido y el tintineo de herramientas.

—¿Y qué tal la vida? —preguntó Joel después de un rato.

—Tranquila, hasta que apareciste.

Joel soltó una carcajada.

—Siempre me has querido, solo que eres malo para demostrarlo. Pero hablando en serio, deberías salir más. A veces me preocupo por ti, viejo.

Gabriel resopló, pero una parte de él sabía que Joel tenía razón.

—Estoy bien.

—Claro, claro. Dilo todas las veces que quieras, a lo mejor terminas creyéndotelo.

El taller volvió a quedarse en silencio, salvo por el zumbido distante del mundo exterior.

Joel le dio una última palmada en el hombro antes de levantarse.

—Bueno, te dejo en tu cueva. Pero en serio, piénsalo: luces de neón y plantas. Es la revolución que este lugar necesita.

Gabriel negó con la cabeza mientras lo veía salir, pero una sonrisa diminuta, casi imperceptible, se formó en sus labios.




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