Amelia ordenaba meticulosamente las flores en la vitrina de la floristería. El aroma dulce de las rosas y los lirios llenaba el aire, mezclándose con la cálida luz que se filtraba por los ventanales. Colocó un ramo de tulipanes amarillos en el centro, satisfecha con el equilibrio de colores.
El suave tintineo de la campanilla sobre la puerta la sacó de su concentración.
—¡Bienvenido! —dijo alegremente, sin levantar la vista.
—Vaya, esto sí que es un lugar alegre. No sabía que aún existían sitios así —bromeó una voz ronca y ligeramente burlona.
Amelia alzó la mirada y se encontró con un hombre alto, de cabello desordenado y sonrisa traviesa. Llevaba una chaqueta de cuero gastada y una actitud relajada.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó con una sonrisa amable.
—¿Eres Amelia? —preguntó el hombre mientras sus ojos recorrían el lugar con curiosidad.
—Sí, ¿nos conocemos?
—No, pero soy Joel, el mejor amigo de un gruñón con el que al parecer te cruzaste recientemente.
Amelia parpadeó, sorprendida.
—¿Te refieres a Gabriel?
—El mismo. —Joel se acercó al mostrador—. Me intriga saber qué tipo de brujería haces para que alguien como él no te haya ahuyentado.
Amelia soltó una risa suave.
—No creo en la brujería, pero sí en las flores. Quizá deberían darle una oportunidad.
—Flores para Gabriel... —Joel fingió pensarlo seriamente—. Suena tan probable como que él use una camisa rosa con volantes.
—Todo el mundo puede sorprenderte —dijo Amelia con un brillo travieso en los ojos.
Joel la observó por un momento, como si intentara descifrar un enigma.
—Así que eres la famosa florista de la que Gabriel no ha dicho absolutamente nada pero que claramente le dejó pensando.
Amelia sintió el calor subir a sus mejillas.
—No sé de qué hablas.
—Claro, claro. Lo que digas. —Joel sonrió—. Pero, en serio, tenía curiosidad por conocerte. Gabriel no suele cruzarse con personas que logren sacarlo de su caparazón.
—Solo fui a arreglar mi bicicleta —respondió Amelia modestamente.
—¿Y eso es todo? —Joel la miró con incredulidad fingida—. Debes ser un milagro ambulante si lograste que no te echara de allí.
Amelia rió, disfrutando de la conversación ligera.
—¿Te gustan las flores, Joel?
—Bueno... no lo había pensado, pero supongo que no están mal.
—Entonces déjame preparar un ramo especial para ti. —Amelia comenzó a seleccionar flores con destreza—. ¿Colores brillantes o algo más suave?
—Sorpréndeme —dijo Joel, apoyándose en el mostrador.
Mientras Amelia trabajaba, Joel la observó en silencio. Había algo en ella, una calidez genuina que resultaba difícil de ignorar.
—¿Cómo es que acabaste en este negocio? —preguntó con curiosidad.
—Siempre me han gustado las flores. Tienen una forma especial de alegrar incluso los días más grises.
Joel asintió, pensativo.
—Supongo que todos necesitamos algo que nos mantenga cuerdos.
Amelia le entregó el ramo terminado, una mezcla vibrante de colores que parecía capturar la esencia misma de la alegría.
—Aquí tienes. Espero que te alegre el día.
Joel lo tomó con una sonrisa sincera.
—Gracias, Amelia. Creo que ahora entiendo un poco mejor por qué Gabriel no te echó de su taller.
Amelia solo sonrió mientras Joel se dirigía hacia la puerta.
—Nos vemos, florista mágica.
—Hasta pronto, Joel.
El tintineo de la campanilla marcó su salida. Amelia se quedó unos segundos mirando la puerta cerrada, con una sonrisa suave en los labios.
A veces, el destino se presenta con una sonrisa descarada y un ramo de flores.