Cuando una flor se encuentra con las estrellas

CAPITULO 16

El suave clic de la llave girando en la cerradura resonó en la tranquilidad de la floristería. Amelia exhaló al ver cómo las luces interiores se apagaban, dejando el escaparate apenas iluminado por el débil resplandor de la calle. Colocó el bolso sobre su hombro y comenzó a caminar por la acera, disfrutando del aire fresco que acariciaba su piel.

El día había sido largo pero satisfactorio, lleno de visitas agradables, incluida la inesperada compañía de Sofia. Pensar en él la hizo sonreír, aunque sabía que esa sonrisa le molestaría si lo supiera. Era un gruñón empedernido.

Mientras avanzaba por la calle adoquinada, el sonido de sus pasos se mezclaba con el murmullo distante de la ciudad. Las luces de los faroles proyectaban sombras alargadas sobre el pavimento. Amelia siempre había disfrutado de esos paseos nocturnos, pero esa noche algo se sentía distinto.

Un escalofrío recorrió su espalda.

Se obligó a respirar hondo y mantener el ritmo de sus pasos, pero el presentimiento persistía. ¿Sería solo su imaginación? Miró por encima del hombro y su corazón se aceleró al notar una figura a cierta distancia detrás de ella. Caminaba despacio, pero con una constancia inquietante.

—Tranquila, Amelia —se dijo en voz baja—. Seguramente es alguien que vive por aquí.

Aun así, apretó el paso, deseando llegar a una calle más concurrida. Los escaparates estaban cerrados y las casas parecían dormidas, sumidas en un silencio casi opresivo. La figura detrás de ella también aceleró.

Amelia sintió cómo la adrenalina comenzaba a correr por sus venas. El miedo se enroscó en su pecho, pero se negó a dejarse dominar por él. Giró bruscamente en una esquina, buscando atajos que conocía bien.

El sonido de pasos rápidos la siguió.

—No, no, no —murmuró entre dientes, sintiendo el sudor perlándole la frente.

Sus piernas comenzaron a moverse por instinto. Corrió, el aire cortándole la respiración mientras el paisaje se desdibujaba a su alrededor. Tenía que encontrar ayuda, alguien que pudiera protegerla.

Entonces, como si las estrellas hubieran escuchado sus súplicas, lo vio.

Gabriel.

Estaba al otro lado de la calle, con su chaqueta de cuero y su figura imponente recortada bajo la luz de un farol. Parecía una estatua tallada en piedra, pero sus ojos se afilaron al verla correr hacia él.

—¡Gabriel! —gritó, su voz quebrada por el miedo.

Él reaccionó al instante, cruzando la calle con pasos decididos. Amelia apenas tuvo tiempo de llegar a su lado antes de que las lágrimas comenzaran a arder en sus ojos.

—¿Qué pasa? —preguntó él con voz áspera, sus manos firmes sujetándola por los hombros.

—Alguien... me estaba siguiendo —logró decir entre jadeos, señalando hacia la esquina.

Los ojos de Gabriel se endurecieron. Sin soltarla, echó un vistazo rápido hacia donde Amelia había señalado. La figura se había desvanecido en la oscuridad.

—Espera aquí —ordenó con tono grave.

—¡No! —Amelia lo agarró del brazo—. No vayas.

Gabriel frunció el ceño, claramente irritado.

—No voy a dejar que alguien te asuste así.

—Por favor —susurró ella, su voz temblorosa—. Solo quédate conmigo.

Hubo un momento de silencio tenso antes de que Gabriel soltara un gruñido resignado.

—Está bien. Pero si vuelve a aparecer, te juro que lo haré lamentarlo.

Amelia tragó saliva, sintiendo una mezcla de alivio y nerviosismo. La presencia de Gabriel era como un escudo contra el miedo.

—Gracias —dijo en voz baja.

—No tienes que agradecerme nada —refunfuñó él—. Vamos, te llevaré a casa.

Caminaron juntos en silencio, con Gabriel lanzando miradas desconfiadas hacia las sombras. Amelia, aunque todavía sacudida, se sintió extrañamente segura a su lado. Había algo en su actitud protectora que contradecía su carácter arisco.

Cuando llegaron a la puerta de su edificio, Amelia se detuvo.

—¿Quieres pasar a tomar algo? —ofreció, intentando suavizar el ambiente.

Gabriel negó con la cabeza.

—No. Pero asegúrate de cerrar bien la puerta.

Amelia sonrió, a pesar de todo.

—Lo haré. Buenas noches, Gabriel.

Él asintió, su expresión suavizándose apenas un poco.

—Buenas noches, Amelia.

Mientras lo veía alejarse, Amelia sintió una calidez inesperada en el pecho. Había algo en Gabriel, algo que, aunque él mismo se empeñaba en ocultar, hablaba de un corazón más grande de lo que estaba dispuesto a admitir.

Algunas sombras solo necesitan la luz adecuada para disiparse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.