Gabriel se quedó frente a su taller, inmóvil bajo la luz amarillenta de un farol callejero. El rugido de la motocicleta aún resonaba en sus oídos. Aunque el aire nocturno estaba frío, el calor de la rabia y la inquietud mantenían su cuerpo tenso.
Volvió a encender el cigarrillo que se había apagado en el camino, aspirando el humo con lentitud mientras sus pensamientos giraban en torno a la presencia de aquel desconocido que había seguido a Amelia. No era solo un asunto de seguridad; lo que le molestaba de verdad era la intromisión.
Con el cigarrillo en los labios, empujó la puerta de metal del taller, que chirrió al abrirse. El lugar olía a aceite, metal y caucho. Sus herramientas estaban alineadas meticulosamente en la pared, justo como le gustaba.
El teléfono vibró de nuevo. Un mensaje de León: "Te mando ubicación de posibles sospechosos. Algo raro se mueve por ahí." Gabriel gruñó y apagó el cigarrillo contra el metal de una mesa.
—Siempre algo raro —murmuró.
Marcó el número de León.
—¿Qué tienes? —preguntó sin saludar.
—No mucho, pero hay actividad en el puerto. Parece que alguien está haciendo preguntas sobre ti. Puede que tengan conexión con la chica.
—No me interesa el puerto. Concéntrate en mi zona.
—Siempre tan simpático, Gabriel. Por cierto, ¿quién es la chica?
—Nadie.
—¿Nadie? Ya veo. Nadie lo suficiente importante como para que te muevas otra vez. Curioso.
Gabriel cortó la llamada sin responder. No tenía tiempo para las insinuaciones de León.
Se dirigió al escritorio y encendió la vieja computadora. Los registros de las cámaras de seguridad locales eran accesibles gracias a ciertos "favores" pendientes. Recorrió las imágenes de las calles cercanas a la floristería de Amelia.
Ahí estaba. Un hombre con una gorra oscura y chaqueta de cuero, demasiado atento a cada movimiento de Amelia. Gabriel apretó los dientes. Había aprendido a leer a la gente, y ese tipo no estaba paseando por casualidad.
El teléfono volvió a vibrar.
—¿Qué? —espetó al responder.
—Soy Sofía, de la central. Encontré algo curioso en la base de datos. Un informe reciente habla de un operativo disuelto que buscaba información sobre ex agentes. Tu nombre está en la lista.
—Dame nombres. —La voz de Gabriel era hielo puro.
—No los tengo aún, pero puedo seguir buscando.
—Hazlo. Y no me llames a menos que tengas algo concreto.
Colgó y se quedó mirando la pantalla de la computadora. El tipo con la gorra había seguido a Amelia por varias calles antes de desaparecer en un callejón.
Gabriel apretó los puños. Había dejado ese mundo atrás, pero parecía que el mundo no quería dejarlo ir.
Se levantó, decidido. La próxima vez que ese tipo apareciera, lo estaría esperando.
A veces, el pasado no toca a la puerta; simplemente la derriba.