Cuando una flor se encuentra con las estrellas

CAPITULO 19

El humo del cigarrillo aún flotaba en el aire cuando Gabriel salió del taller, dejando la puerta entreabierta. Las calles estaban desiertas, envueltas en un silencio inquietante. El farol titilaba sobre su cabeza, proyectando sombras alargadas sobre el pavimento agrietado.

León había vuelto a mandar otro mensaje, pero Gabriel lo ignoró. Sabía cómo manejar esto sin que nadie metiera sus narices. Después de todo, su vida había sido una constante negociación entre la amenaza y la tranquilidad fingida.

Subió a su motocicleta y arrancó con un rugido que cortó el silencio de la noche. La ciudad desfilaba a su alrededor: edificios envejecidos, luces parpadeantes y ventanas cerradas. Sin embargo, su mente no estaba en el camino; estaba en Amelia.

Había algo en esa chica que rompía su resistencia habitual, una chispa de luz en medio de su oscuridad. No tenía tiempo para esas distracciones, pero el hecho de que alguien la estuviera siguiendo complicaba las cosas.

Frenó frente a un edificio anodino, cuyo exterior escondía una red de conexiones e información. Tocó una tecla en su teléfono y esperó.

—¿Gabriel? —La voz de Sofía sonó al otro lado.

—¿Tienes algo?

—Sí. Hice un cruce de datos. El hombre que viste cerca de Amelia está vinculado con un grupo que busca rastros de antiguos operativos.

—¿Mi nombre está en su lista?

—Directamente no, pero están escarbando en archivos que no deberían.

—Elimínalos.

—¿Seguro? No hay vuelta atrás si lo hago.

—Nunca la hay. Hazlo.

Colgó sin esperar respuesta. Sofía era eficiente; haría lo necesario.

De regreso al taller, Gabriel se quitó la chaqueta de cuero y la arrojó sobre una silla. El cansancio pesaba en sus hombros, pero su mente no le daría descanso. Había aprendido que la guerra no terminaba cuando dejabas el campo de batalla; solo cambiaba de escenario.

Se apoyó contra la mesa de trabajo, mirando fijamente una flor que había quedado allí, olvidada. Era pequeña y frágil, con pétalos de un blanco delicado. La había visto caer del cabello de Amelia cuando había corrido hacia ella en la colina.

Gruñó, molesto consigo mismo por siquiera pensar en algo tan absurdo.

El teléfono vibró de nuevo.

—León aquí. Encontré algo interesante. —La voz de su amigo sonaba con ese tono que solo usaba cuando había problemas reales.— ¿Estás seguro de que esa chica no es alguien importante?

—No. —La respuesta de Gabriel fue cortante.— Pero el tipo que la siguió es alguien que quiero fuera de mi radar.

—Entendido. Haré algunas preguntas.

—Hazlo sin que te vean.

León soltó una risa baja.

—¿Desde cuándo necesito consejos tuyos?

Gabriel cortó la llamada sin responder. No tenía tiempo para bromas. Su vida había sido construida sobre decisiones rápidas y precisas, y no iba a permitir que alguien irrumpiera en su paz autoimpuesta.

Miró la flor una vez más antes de aplastarla bajo su mano, deshaciéndose de ese símbolo molesto de algo que no podía permitirse.

"Algunas batallas se libran en silencio, pero son las que más dejan cicatrices."




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