La noche no ofrecía respuestas, solo un manto espeso de misterio que cubría la ciudad. El aire frío rozaba el rostro de Gabriel mientras su motocicleta rugía por calles casi desiertas. Su expresión seguía siendo impenetrable, pero su mente trabajaba a toda velocidad.
Había hecho algunas llamadas rápidas antes de salir de la zona del apartamento de Amelia. Nada concreto. Nadie había visto nada sospechoso. Como si el acosador hubiera aparecido y desaparecido sin dejar rastro, salvo por los vidrios rotos y esa maldita nota.
Llegó al punto de encuentro con León, que ya lo esperaba en un callejón oscuro, apoyado contra su propio vehículo. León llevaba una chaqueta de cuero desgastada y tenía los brazos cruzados.
—¿Novedades? —preguntó Gabriel al bajarse de la moto.
—Nada relevante. Pregunté a unos contactos, pero nadie vio movimientos raros cerca del edificio. —León encendió un cigarrillo—. Esto huele raro, Gabo.
—No me llames así —gruñó Gabriel.
—Siempre tan simpático. —León exhaló humo, observándolo con atención—. ¿De verdad no crees que esto tiene que ver contigo? Tu lista de "admiradores" no es precisamente corta.
Gabriel se cruzó de brazos.
—No descartaría nada.
León chasqueó la lengua.
—Y esa chica... Amelia, ¿no? ¿Qué piensas hacer con ella?
—Mantenerla al margen —respondió con frialdad.
—Claro, porque eres famoso por alejar a la gente, ¿no? —León soltó una risa sarcástica—. La tienes más cerca de lo que crees.
Gabriel ignoró el comentario, sus ojos oscuros fijos en el pavimento húmedo.
—Voy a seguir buscando. Esto no puede quedar así.
León lo miró con seriedad.
—Ten cuidado, Gabo. A veces proteger a alguien termina siendo más peligroso que dejarlo ir.
—Déjame el drama para otro día, ¿quieres? —respondió cortante mientras volvía a montar su moto—. Me avisas si encuentras algo.
León alzó una mano en señal de despedida.
Gabriel recorrió más calles, pasando por algunos puntos estratégicos donde sabía que ciertos contactos solían merodear. Las respuestas fueron las mismas: nadie había visto ni oído nada.
Al final, regresó al taller, frustrado. El lugar estaba en penumbra, con herramientas dispersas y el aroma a aceite impregnando el aire. Se quitó la chaqueta y se sentó en el borde del escritorio, sacando la nota que había arrancado de la puerta de Amelia.
La leyó de nuevo: "No te metas donde no te llaman."
El papel crujió entre sus dedos. Tenía enemigos, sí. Pero si alguien pensaba que podía asustarlo, estaban muy equivocados.
Con el ceño fruncido, marcó otro número en su teléfono.
—Necesito un favor. Rastrear una amenaza. Ahora.
La voz al otro lado del teléfono respondió con rapidez.
—¿Alguna pista?
—Una nota y vidrios rotos. Es un inicio.
—Te aviso si sale algo.
Gabriel colgó sin despedirse y dejó el teléfono sobre la mesa. Se reclinó en la silla, cerrando los ojos por un breve instante. El rostro asustado de Amelia se coló en su mente.
Sacudió la cabeza, como si pudiera borrar esa imagen.
—Concéntrate —se dijo a sí mismo.
No podía permitirse distracciones. No ahora.
"La protección más feroz a veces nace del silencio más frío."