Amelia se despertó con el corazón acelerado. No había logrado dormir bien, atormentada por la imagen de los vidrios rotos y la nota amenazante. Su apartamento, que siempre había sido su refugio, ahora le parecía opresivo. Las sombras se estiraban por las esquinas, llenando el espacio de incertidumbre.
Respiró hondo, intentando calmarse. Había pasado la noche con las cortinas cerradas, el teléfono apretado en su mano temblorosa. Pero no podía seguir así. Tenía una floristería que atender. Su pequeño mundo de colores y aromas no podía detenerse por el miedo.
—Tú puedes, Amelia —se dijo frente al espejo, aunque su voz sonó más frágil de lo que quería.
Se vistió con una blusa sencilla y sus vaqueros favoritos. Las heridas en sus manos, aunque cubiertas por vendas, seguían doliendo. Pero el dolor físico era lo de menos. El miedo palpitante en su pecho era el verdadero enemigo.
Cuando llegó a la calle, el aire frío de la mañana la recibió con una bofetada helada. Miró a su alrededor, buscando alguna señal de que la observaban. Nada. Solo personas ocupadas en sus propias vidas, caminando rápido para escapar del frío.
El trayecto hasta la floristería le pareció eterno. Cada sombra, cada rincón oscuro, la hacía tensarse. Pero llegó, finalmente, a su pequeño refugio de pétalos y hojas.
Metió la llave en la cerradura, pero algo no estaba bien. La puerta no ofreció resistencia; estaba entreabierta.
Su corazón se aceleró.
—No... —susurró.
Empujó la puerta con cautela y el tintineo de la campanilla sonó más fuerte de lo habitual, casi como una alarma.
El interior estaba en caos. Macetas volcadas, flores pisoteadas, estanterías derribadas. Un nudo se formó en su garganta al ver su lugar feliz reducido a un desastre.
Caminó lentamente, esquivando los restos de su trabajo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no dejó que cayeran. No ahora.
Entonces lo vio. En el mostrador, donde solían estar sus arreglos más delicados, había un ramo destrozado de rosas negras. Y junto a ellas, una nota escrita con letras torpes y agresivas:
"Esto es solo el comienzo."
Amelia retrocedió, sintiendo que el aire abandonaba sus pulmones. El miedo la envolvió, pero también algo más: una chispa de determinación.
—No me van a quebrar —susurró, aunque su voz temblaba.
Sacó su teléfono con dedos temblorosos y marcó un número que había memorizado la noche anterior.
—¿Gabriel? —Su voz era apenas un hilo.
—¿Qué pasa? —respondió él, frío como siempre.
—Alguien... alguien entró a la floristería. Todo está destrozado. Dejaron otra nota.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.
—¿Estás bien? —preguntó finalmente, su tono bajo y controlado.
—Mis manos... están bien. Solo... —Se interrumpió, luchando por mantener la compostura.
—Voy para allá. No toques nada.
La llamada se cortó antes de que pudiera responder.
Amelia se dejó caer en el suelo, rodeada por el caos de su floristería. Las lágrimas finalmente se liberaron, rodando por sus mejillas.
Pero en medio de la desesperación, una cosa era segura: no estaba sola.
Amelia, aún temblorosa, se apoyó contra una estantería volcada. Entonces llegó Sofía, su mejor amiga, que la abrazó de inmediato.
—¿Estás bien? Dios, Amelia, esto es una locura —exclamó Sofía, apartándose para examinarla.
Un murmullo grave se escuchó desde la entrada. Gabriel había llegado, acompañado de su mejor amigo, un hombre de mirada seria y postura relajada. Ambos irradiaban una presencia imponente que hizo que los policías intercambiaran miradas cautelosas.
—¿Qué tenemos aquí? —preguntó el amigo de Gabriel con tono tranquilo pero firme.
—Vandalismo y una posible amenaza —respondió el oficial al mando.
Gabriel no dijo nada. Su mirada fría recorrió el desastre, deteniéndose en el ramo de rosas negras sobre el mostrador. Sus labios se fruncieron apenas.
—¿Tocaste algo? —le preguntó a Amelia, su voz cortante.
—No, solo llamé a la policía —respondió ella, tratando de no dejarse intimidar por su tono.
Sofía alzó una ceja, mirando a Gabriel con desconfianza.
—¿Y tú quién eres para hablarle así? —espetó.
—Gabriel —intervino el amigo de él, poniendo una mano en su hombro—. Relájate.
Amelia intercedió antes de que las cosas se tensaran más.
—Está bien, Sofía. Él me ayudó anoche cuando... cuando pasó lo de la nota.
—¿Nota? —Sofía abrió los ojos sorprendida.
—Es complicado —dijo Amelia, queriendo evitar los detalles frente a tanta gente.
—Complicado es poco —murmuró Gabriel.
El oficial al mando se acercó a ellos.
—Vamos a necesitar declaraciones completas. También vamos a revisar las cámaras de seguridad de la zona.