Amelia permaneció en la floristería mucho después de que todos se hubieran ido. Las luces parpadeaban débilmente, proyectando sombras irregulares sobre el desastre que se extendía por el suelo: cristales rotos, macetas destrozadas y pétalos esparcidos que antes formaban parte de sus cuidadosos arreglos. El aroma embriagador de las flores se había mezclado con el olor metálico del miedo.
Se arrodilló para recoger algunos fragmentos de cerámica rota, pero sus manos temblaban. La punzada en sus cortes recientes le recordó la nota que había encontrado en su puerta. Las palabras seguían clavadas en su mente, cada letra una espina.
"No estás a salvo."
Se obligó a respirar profundo, tratando de controlar el miedo que amenazaba con paralizarla. ¿Quién haría algo así? Nunca había molestado a nadie. Su vida era sencilla: flores, estrellas y sonrisas. Pero ahora todo eso parecía tan frágil.
El suave sonido de la campanilla de la puerta la hizo girarse de golpe. Su corazón se aceleró, pero cuando vio a Sofía entrar con el ceño fruncido y los labios apretados, el alivio la invadió.
—¿Estás bien? —preguntó su amiga, cerrando la puerta tras de sí.
—No lo sé —admitió Amelia con voz temblorosa.
Sofía se acercó rápidamente, observando el desastre.
—Esto es una locura. ¿Quién haría algo así?
—No lo sé, Sofi. Nunca he tenido problemas con nadie. —Amelia se dejó caer en una silla, agotada tanto física como emocionalmente.
Sofía cruzó los brazos, su expresión endurecida.
—Tenemos que hacer algo. ¿Has pensado en irte por unos días? Alejarte hasta que todo se calme.
—No puedo dejar la floristería. Esto es mi vida —respondió Amelia, mirando el caos con ojos vidriosos.
—Tu vida también importa, Amelia. Más que las flores.
Amelia bajó la mirada, incapaz de responder. Su corazón estaba dividido entre el amor por su trabajo y el miedo que ahora ensombrecía cada rincón de su mundo.
Un golpe suave en la puerta las interrumpió. Ambas se tensaron.
—¿Esperas a alguien? —preguntó Sofía en un susurro.
Amelia negó con la cabeza, el miedo apoderándose de ella nuevamente.
Sofía tomó un jarrón roto como arma improvisada y se acercó cautelosamente a la puerta.
—¿Quién es? —preguntó con voz firme.
—Joel —respondió una voz masculina al otro lado.
Sofía abrió la puerta y dejó entrar al amigo de Gabriel, quien lucía igual de serio que siempre.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Amelia sorprendida.
—Gabriel me pidió que viniera a echar un vistazo. Quería asegurarse de que estuvieras bien.
Amelia sintió un calor inexplicable en el pecho al escuchar eso, pero lo disimuló rápidamente.
—Gracias, pero no tenías que molestarte.
—No es molestia. Además, mejor prevenir que lamentar. —Joel recorrió el lugar con la mirada y silbó suavemente al ver el desastre—. Vaya, alguien realmente se ensañó aquí.
Sofía frunció el ceño.
—¿Tienes idea de quién pudo haber hecho esto?
Joel negó con la cabeza.
—Pero Gabriel no va a parar hasta averiguarlo. —Se giró hacia Amelia—. ¿Estás segura de que no has notado nada extraño antes de esto?
Amelia dudó, pero negó con la cabeza.
—Nada que recuerde.
Joel asintió lentamente.
—Bien. Mantente alerta. Y si algo más pasa, llama de inmediato.
—Lo haré —prometió Amelia.
Después de que Joel y Sofía se fueron, el silencio volvió a envolver la floristería. Amelia se quedó de pie en medio del desastre, sus pensamientos revoloteando como pétalos al viento.
El miedo seguía presente, pero también una chispa de determinación. No iba a dejar que el miedo la venciera. No cuando tenía tanto que cuidar y proteger.
"Las flores crecen incluso entre las sombras más oscuras; Amelia estaba decidida a florecer también."