Cuando una flor se encuentra con las estrellas

Capítulo 27: Entre Sombras

El frío del lugar era cortante, como si la humedad de las paredes grises hubiera decidido aferrarse a la piel de Amelia. Las manos le dolían, aún marcadas por los cortes del vidrio de su floristería. Sus muñecas estaban atadas con una cuerda áspera que mordía su piel cada vez que intentaba moverse.

La oscuridad la envolvía casi por completo, apenas rota por un tenue foco colgante que oscilaba ligeramente sobre su cabeza. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos, acelerados por el miedo y la incertidumbre.

Amelia respiró hondo, tratando de calmarse. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que la habían forzado a subir a aquella furgoneta. Recordaba los forcejeos, los golpes que había lanzado con toda la fuerza que su cuerpo le permitía. Por un breve instante, pensó que había logrado escapar, pero uno de los hombres la atrapó de nuevo con brutalidad, arrastrándola hasta que sus piernas cedieron.

El sonido de una puerta metálica abriéndose hizo que levantara la cabeza de golpe. Una figura alta y corpulenta se acercó lentamente. No podía ver su rostro, pero la presencia intimidante era suficiente para hacer que su piel se erizara.

—¿Por qué estoy aquí? —preguntó con la voz temblorosa, aunque intentó sonar firme.

El hombre no respondió de inmediato. Dio un par de vueltas a su alrededor, como si estuviera evaluándola.

—No deberías haberte cruzado en el camino equivocado —dijo finalmente, su voz grave y carente de emoción.

—¿Camino equivocado? —repitió Amelia, confundida—. No entiendo... yo solo tengo una floristería. No le hago daño a nadie.

El hombre se detuvo frente a ella, inclinándose ligeramente.

—A veces, el problema no eres tú, sino a quién conoces.

Amelia sintió un nudo en el estómago. ¿Se referían a Gabriel? ¿Qué tenía él que ver con esto?

—No sé de qué están hablando —insistió—. Solo quiero volver a mi casa.

El hombre soltó una risa seca.

—Eso no depende de ti.

Amelia apretó los labios, sintiendo cómo el miedo intentaba apoderarse de ella. Pero también había algo más: una chispa de determinación. No iba a quedarse allí esperando a ser rescatada. Si había aprendido algo en la vida, era que a veces tenías que ser tu propia salvación.

Aprovechando un descuido del hombre, quien giró brevemente hacia la puerta, Amelia se levantó de golpe y corrió hacia el lado opuesto. Sus piernas temblaban, pero el instinto de supervivencia la impulsaba. Escuchó los gritos detrás de ella, pasos pesados persiguiéndola.

Tropezó con una caja, cayendo al suelo con un golpe seco. El dolor se extendió por su codo, pero no se permitió detenerse. Se arrastró hacia una esquina, buscando desesperadamente una salida.

—¡Detente! —rugió el hombre.

Amelia encontró una barra de metal y la sostuvo con ambas manos. Cuando la figura se acercó, lanzó un golpe desesperado, impactando en su brazo.

El hombre maldijo, retrocediendo un paso. Pero no fue suficiente. Antes de que pudiera levantarse por completo, otros dos hombres aparecieron, sujetándola con fuerza.

—¡Suéltenme! —gritó, forcejeando con todas sus fuerzas.

Pero eran demasiado fuertes. La arrastraron de vuelta al centro de la habitación, donde la ataron nuevamente, esta vez con más firmeza.

—Tienes agallas, lo admito —dijo el hombre, frotándose el brazo donde Amelia lo había golpeado—. Pero eso no te servirá de nada aquí.

Amelia respiraba con dificultad, el sudor mezclándose con las lágrimas que no había permitido salir hasta ese momento.

—¿Qué quieren de mí? —susurró.

El hombre se acercó de nuevo, esta vez más serio.

—Queremos un mensaje. Y tú eres el medio perfecto para enviarlo.

Amelia sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las sombras a su alrededor parecían cerrarse aún más, pero en su interior, algo se negaba a romperse.

"A veces, incluso las flores más frágiles tienen espinas afiladas."




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