Cuando una flor se encuentra con las estrellas

CAPITULO 31

La tarde caía pesadamente sobre la ciudad, mientras Gabriel observaba el mapa extendido sobre la mesa del cuartel improvisado en el almacén de Joel. Su semblante era una mezcla de frialdad cortante y una tensión palpable que electrificaba el aire. Llevaba dos días sin dormir, sin comer realmente, y sin admitir el nudo que se retorció en su estómago desde el momento en que descubrió el secuestro de Amelia.

Joel, sentado al otro extremo de la mesa, lo observaba con cautela. —Gabriel, necesitas descansar. No vas a ser de ayuda si te desplomas por agotamiento.

—No necesito consejos— replicó Gabriel, frío y tajante, sin siquiera levantar la vista del mapa. Sus ojos recorrían las marcas que habían hecho: posibles rutas de escape, almacenes abandonados, pistas vagas que se diluían en la nada.

—Lo digo en serio. Esto no es solo un trabajo más, y lo sabes.

Gabriel levantó la mirada, dura como el acero. —Esto es exactamente eso, Joel. Solo un trabajo. Encuentro, neutralizo y me largo. Nada más.

Joel bufó, pero no dijo nada. Sabía que intentar atravesar la muralla de emociones reprimidas de Gabriel era una tarea imposible.

El sonido de su teléfono interrumpió el tenso silencio. Gabriel lo agarró con fuerza y contestó sin preámbulos.

—Habla.

—Tenemos algo—informó una voz del otro lado. Era uno de sus contactos.

—¿Dónde?

—Un galpón en las afueras. Las coordenadas están en el mensaje.

Gabriel cortó la llamada y se volvió hacia Joel. —Vamos.

El trayecto en el vehículo fue silencioso, cargado de tensión. Joel trató de iniciar una conversación, pero la mirada helada de Gabriel lo hizo desistir. El comandante no era conocido por ser afable, pero en esos momentos era un muro infranqueable.

Al llegar al galpón, la atmósfera se volvió aún más densa. Gabriel se movía con precisión calculada, sus sentidos en alerta máxima. Joel lo siguió de cerca.

El galpón estaba oscuro y olía a aceite viejo y metal oxidado. Avanzaron lentamente, con las armas desenfundadas.

De repente, un destello en el piso llamó la atención de Gabriel. Una pequeña luz roja parpadeante.

—¡Atrás! —gritó, empujando a Joel justo antes de que una explosión sacudiera el lugar.

El estruendo fue ensordecedor. Polvo y escombros llenaron el aire. Gabriel se levantó con dificultad, sus oídos zumbando. Joel también estaba aturdido, pero ileso.

En medio del caos, Gabriel encontró una nota clavada en un pedazo de madera astillada. La arrancó con furia y la leyó.

“Estás perdiendo el tiempo, comandante. Ella está más lejos de lo que imaginas.”

Gabriel apretó los puños, su mirada incendiada por una rabia contenida.

—Esto no ha terminado—gruñó, con una frialdad que helaría la sangre de cualquiera.

Joel se acercó, tosiendo ligeramente por el polvo. —¿Estás bien?

Gabriel no respondió. Solo guardó la nota en el bolsillo, sus pensamientos ya maquinando el siguiente paso.

"Cuando el mundo parece desmoronarse, el fuego del deber y la obstinación es lo único que queda para mantenerte en pie."




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