Cuando una flor se encuentra con las estrellas

CAPITULO 32

Amelia se encontraba sentada en el rincón más oscuro de aquella fría habitación, con las manos atadas y los labios resecos. Sus muñecas estaban enrojecidas por el roce constante de las cuerdas, y su cuerpo temblaba, no solo por el frío sino por la falta de alimento y agua. Dos días habían pasado, y aunque el miedo la envolvía, su mente no dejaba de regresar al mismo pensamiento: Gabriel.

—Maldito gruñón —murmuró con una voz ronca, casi inaudible. Quien diría que el hombre más complicado que había conocido sería también un mar de problemas.

Recordó cómo sus ojos duros y palabras secas podían hacer que cualquiera se sintiera pequeño. Sin embargo, había algo en él, una chispa que ella no lograba definir, pero que la mantenía aferrada a la esperanza. Si alguien podía sacarla de allí, era él.

El rechinar de una puerta la sacó de sus pensamientos. Un hombre alto, de rostro endurecido y con una cicatriz que le cruzaba la mejilla, entró en la habitación. Amelia levantó la barbilla con desafío, aunque su cuerpo estuviera al borde del colapso.

—Sigues con ese brillo en los ojos —se burló el hombre—. Te aseguro que no durará mucho.

—¿Qué quieren de mí? —preguntó Amelia, con la voz quebrada pero firme.

El hombre sonrió de forma siniestra. —No es a ti a quien queremos. Eres solo una pieza en el juego. Esto es por Gabriel.

Amelia sintió que el corazón se le hundía en el pecho. ¿Por Gabriel? ¿Qué tenía que ver ese hombre con todo esto? La confusión se mezcló con el miedo.

—No sé de qué hablas —insistió.

—Claro que no —dijo el hombre, acercándose peligrosamente—. Pero él sí lo sabe. Y vendrá por ti. Solo que cuando lo haga, será demasiado tarde.

Amelia sintió un nudo en la garganta, pero no dejó que las lágrimas brotaran. Tenía que mantenerse fuerte. Tenía que creer que Gabriel aparecería por esa puerta, aunque cada segundo que pasaba pareciera desvanecer esa posibilidad.

Cuando el hombre salió, dejándola nuevamente sola, Amelia cerró los ojos e inspiró profundamente. Pensó en las flores, en su fragancia suave y en el consuelo que siempre habían encontrado en ellas. Pero sobre todo, pensó en las estrellas. Ellas siempre habían estado ahí, brillando en la oscuridad.

—Por favor —susurró al aire—, ayúdenlo a encontrarme.

La frialdad de la habitación seguía envolviéndola, pero en su corazón seguía ardiendo una llama diminuta: la esperanza.

"Cuando todo parece perdido, aferrarse a la esperanza es el acto más valiente de todos."




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