El viento cortante de la noche soplaba contra la piel de Gabriel mientras se adentraba en la oscuridad. Cada sombra podía ser un enemigo, cada sonido, una trampa. Pero no le importaba. Su único objetivo era Amelia. Su sangre hervía, una mezcla de rabia y determinación. Lo habían llevado demasiado lejos.
El primer guardia cayó sin hacer ruido. Un golpe seco en la tráquea lo dejó boqueando, su cuerpo desplomándose en el suelo sin oportunidad de pedir ayuda. Gabriel no se detuvo. El siguiente reaccionó apenas a tiempo para levantar una pistola, pero Gabriel lo desarmó con un brutal giro de muñeca antes de estrellarle el puño en el rostro, sintiendo el crujido del cartílago al romperse.
La pelea se intensificó. Tres hombres lo rodearon. Uno lanzó un puñetazo que Gabriel esquivó con facilidad, girando sobre su propio eje y enterrando su codo en las costillas del atacante. Otro intentó atacarlo por la espalda, pero Gabriel se agachó justo a tiempo, sintiendo el filo de un cuchillo rozar su hombro antes de que él respondiera con una patada directa a la rodilla del hombre, doblándola en un ángulo antinatural. Un tercer hombre lo sujetó con fuerza por la espalda, pero Gabriel se dejó caer de golpe, arrastrándolo al suelo antes de clavarle un codazo en la sien.
No salió ileso. Un puño se estrelló contra su costado, robándole el aire por un segundo. Luego otro impacto en su rostro lo hizo tambalearse, el sabor metálico de la sangre llenando su boca. Pero Gabriel no cedió. Se irguió, su mirada helada y asesina.
—Eso casi me dolió —murmuró con ironía, escupiendo sangre antes de lanzarse sobre su atacante.
Los golpes eran veloces, brutales. Gabriel no solo luchaba, destruía. Un enemigo tras otro caía a sus pies, algunos inconscientes, otros retorciéndose de dolor. Pero aún no había terminado.
Un disparo resonó en la distancia, haciendo eco por los pasillos. Gabriel se giró justo a tiempo para ver un destello de fuego en la oscuridad. Se lanzó al suelo, sintiendo el impacto de la bala rozar su brazo. Maldijo en voz baja, rodando sobre sí mismo y tomando la pistola de uno de los hombres caídos. Sin dudarlo, disparó de vuelta, alcanzando a su atacante en el hombro. El hombre gritó y cayó hacia atrás, su arma resbalando de sus dedos.
Los refuerzos llegaron. Más hombres, todos armados. Gabriel respiró hondo, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo. Levantó la pistola y disparó dos veces más, eliminando a otro de los agresores antes de moverse entre las sombras, esquivando el fuego enemigo.
Su cuerpo ardía, los cortes y golpes pasándole factura, pero siguió adelante. Sabía que no podía detenerse. Amelia lo esperaba.
Cuando finalmente llegó a la sala principal, su pecho subía y bajaba con dificultad. El sudor y la sangre se mezclaban en su piel. Y entonces la vio. Amelia.
Atada a una silla, su piel pálida reflejando la escasa luz de la habitación. Su mejilla tenía una delgada línea de sangre, pero su mirada seguía siendo la misma: dulce, frágil… viva. Sus ojos lo buscaron de inmediato, y por un segundo, una chispa de alivio apareció en ellos.
Pero no estaba sola.
Cuatro hombres la rodeaban, cada uno con un arma, y en el centro, el líder. Alto, con una cicatriz recorriéndole la mejilla, su sonrisa cruel y confiada. Sujetaba un cuchillo contra la garganta de Amelia, disfrutando de la tensión en el aire.
—Llegaste tarde —dijo con burla, presionando apenas la hoja contra su piel. Un hilo de sangre se deslizó por su cuello.
Gabriel sintió su cuerpo endurecerse. Quería destrozarlo. Romperle cada hueso. Pero no podía precipitarse.
—Vas a soltarla —dijo con voz baja, helada.
El hombre rió.
—¿Y si no quiero? ¿Qué harás? ¿Matarme? No antes de que le haga mucho daño a ella. —Deslizó la punta del cuchillo por el cuello de Amelia, haciéndola estremecerse. Pero a pesar del miedo en sus ojos, Amelia no habló. Solo miró a Gabriel, confiando en él.
—Si la tocas una vez más, te juro que te haré suplicar por la muerte —susurró Gabriel, sus ojos oscuros como un abismo.
El hombre sonrió, pero su agarre sobre Amelia se tensó. Sabía que estaba jugando con fuego. Y Gabriel estaba listo para quemarlo todo.