Cuando una flor se encuentra con las estrellas

CAPITULO 34

El eco de los disparos aún flotaba en el aire cuando Gabriel sintió el ardor en su hombro. La bala lo había rozado, pero no tenía tiempo para detenerse. La sangre resbalaba por su brazo, manchando su camisa negra, pero su mirada permanecía fija en su objetivo: Amelia. Cada segundo que pasaba era una tortura. No podía permitirse fallar.

Los hombres que custodiaban la habitación no eran simples matones. Se movían con precisión, armas en mano, listos para disparar si hacía el más mínimo movimiento en falso. Gabriel respiró hondo, evaluando la situación. Cuatro hombres, todos armados. Uno estaba más cerca de Amelia, el líder, con su cuchillo aún presionando su delicada piel.

El sudor resbaló por su frente, mezclándose con la sangre que aún manaba de su ceja rota. No podía esperar más. Con un movimiento calculado, levantó su arma y disparó dos veces. La primera bala encontró su objetivo en el pecho de uno de los guardias, haciéndolo caer de espaldas con un gruñido ahogado. La segunda, atravesó el brazo de otro, haciendo que soltara su pistola con un grito de dolor.

El caos estalló en la habitación. Los otros dos hombres abrieron fuego, obligando a Gabriel a lanzarse tras una columna de piedra. Fragmentos de roca y polvo volaron a su alrededor mientras las balas impactaban contra la superficie. Su respiración era errática, su pulso acelerado. No podía permitirse un error.

—¡Matenlo! —rugió el líder, empujando a Amelia hacia el suelo con brutalidad.

Gabriel apretó los dientes al verla caer, su frágil cuerpo golpeando el suelo con un gemido ahogado. La furia rugió dentro de él, silenciando el dolor de sus heridas. Se movió con rapidez, saliendo de su cobertura justo cuando uno de los hombres intentaba recargar su arma. No le dio oportunidad. Se lanzó sobre él como una bestia, golpeándolo con la culata de su pistola en la mandíbula, sintiendo el crujido de hueso bajo su fuerza.

El otro atacante aprovechó la oportunidad y disparó. Un dolor ardiente se expandió por su costado cuando la bala lo alcanzó, pero Gabriel no se detuvo. Con un gruñido de rabia, giró sobre su eje y disparó dos veces. La primera bala impactó en la pierna del enemigo, haciéndolo tambalearse. La segunda, en su pecho. Cayó sin un sonido más.

Solo quedaban dos.

El líder, aún sosteniendo su cuchillo, y el último guardia, que temblaba al ver a sus compañeros caer como moscas. Gabriel le dedicó una mirada fría, oscura como la noche. El miedo en los ojos del hombre fue suficiente para que tomara la decisión equivocada. Intentó huir.

No llegó lejos.

Un disparo seco resonó en la habitación y el guardia cayó al suelo con un quejido lastimero. Gabriel no pestañeó.

Ahora, solo quedaban él y el líder.

El hombre sonrió con desdén, sosteniendo su cuchillo con firmeza.

—Eres más resistente de lo que pensé —admitió, inclinando la cabeza—. Pero ya estás herido. No puedes ganar.

Gabriel rodó el hombro herido, sintiendo el ardor de la bala incrustada en su carne, pero no mostró debilidad. Dio un paso adelante, su mirada gélida.

—Lo intentarás —susurró.

El líder atacó primero, su cuchillo brillando bajo la tenue luz de la habitación. Gabriel esquivó el primer intento de tajo dirigido a su pecho, sintiendo el aire silbar cerca de su piel. Respondió con un golpe directo al rostro del hombre, pero este fue rápido y bloqueó con su antebrazo, contraatacando con una puñalada hacia su abdomen.

El filo del cuchillo cortó su camisa y arañó su piel, un dolor agudo que Gabriel ignoró mientras se apartaba con un gruñido. El líder intentó otra vez, su velocidad mortal, pero Gabriel lo atrapó. Sujetó su muñeca con fuerza, retorciéndola hasta que el cuchillo cayó con un sonido metálico en el suelo.

La pelea se convirtió en un intercambio brutal de golpes. Los puños se estrellaban contra la carne, los huesos crujían bajo la presión. Gabriel sentía su cuerpo al límite, cada golpe recibía lo sacudía, pero no podía caer. No ahora.

Con un rugido final, bloqueó un último intento de golpe y contraatacó con toda la fuerza que le quedaba. Su puño impactó en la mandíbula del líder con tal fuerza que lo hizo girar en el aire antes de desplomarse en el suelo, inconsciente.

El silencio cayó sobre la habitación, solo roto por la respiración agitada de Gabriel. Se tambaleó por un momento, el dolor amenazando con arrastrarlo a la oscuridad, pero entonces la vio.

Amelia, aún en el suelo, sus ojos grandes llenos de lágrimas de alivio. Se arrastró hacia ella, ignorando el ardor de sus heridas, y desató las cuerdas con dedos temblorosos.

—Gabriel... —su voz era un susurro quebrado.

Él no dijo nada. Simplemente la atrajo hacia su pecho, sosteniéndola con la poca fuerza que le quedaba. Amelia se aferró a él, su calor y fragilidad recordándole que todo valía la pena.

Pero no estaban a salvo.

Pasos resonaron en el pasillo, cada vez más cerca.

Gabriel cerró los ojos un segundo, reuniendo la poca energía que le quedaba. No había terminado.

La batalla aún no había acabado.




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