El sonido de la puerta al abrirse interrumpió el silencio en la sala. Gabriel levantó la mirada, pero no era el médico ni ninguna enfermera. Era Joel. Su mejor amigo. Había estado allí con él durante todo el día, esperando junto a él, en silencio, sin hacer preguntas. Pero ahora, al verlo entrar, algo en Gabriel se rompió. Joel no había estado en el centro de todo eso, no sabía lo que él estaba sintiendo, no podía comprender el peso de la culpa, el miedo y la impotencia que lo consumían por dentro.
Joel lo miró con cautela, como si supiera que las emociones de Gabriel estaban al borde de estallar. Se acercó lentamente, sin decir nada, y se sentó en la silla que quedaba cerca de él. No le dijo nada, ni siquiera le ofreció palabras de consuelo. Sabía que no había nada que pudiera decir que lo calmara. En ese momento, Gabriel no quería escuchar nada, no quería que nadie tratara de explicarle las cosas de manera lógica. No quería que nadie le dijera que "todo estaría bien", porque él sabía que no lo estaba.
Después de unos segundos, Joel rompió el silencio, su voz baja y firme:
—¿Cómo estás?
Gabriel no respondió de inmediato. Miró al frente, a la pared opaca, como si el simple hecho de enfrentar a su amigo fuera más de lo que podía manejar en ese momento. Pero luego, la frustración estalló en su interior. Se levantó de golpe, su silla cayendo hacia atrás con estruendo.
—¡¿Cómo voy a estar?! —gritó, dando un golpe en la mesa que estaba junto a él. Sus puños se apretaron, los dedos blancos por la presión—. ¡Amelia está en coma, Joel! ¡Y no puedo hacer nada! ¡Nadie puede hacer nada! ¿Qué se supone que haga con esto?
Joel lo miró con calma, sin moverse, sin intentar detenerlo, sabiendo que en ese momento Gabriel necesitaba liberar su rabia. Pero no se apartó. Sabía que si se quedaba en silencio, Gabriel lo necesitaba más que nunca.
—Nada de esto tiene sentido —continuó Gabriel, su voz temblorosa por la mezcla de rabia y dolor—. ¿Por qué ella? ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? ¡¿Por qué ella?! ¡Ella no se merece esto!
Joel respiró profundo, manteniendo su postura firme. Le costaba ver a su amigo de esa manera, tan vulnerable, tan perdido. Pero sabía que Gabriel no estaba buscando respuestas. No buscaba consuelo. Estaba buscando una forma de procesar todo lo que sentía, y en ese momento, no sabía con quién más descargar su frustración.
—Gabriel… —dijo Joel, suavemente, pero firme, tratando de calmarlo—. No puedes controlar esto. Nadie puede.
Gabriel le dio la espalda, sus hombros rígidos y su respiración agitada. Estaba tan furioso que sentía que podía romperlo todo, que podía destruir algo solo para sentir que tenía el control de algo.
—No quiero escuchar tus malditos consejos —respondió, con un tono cortante—. ¿Qué sé yo de lo que no puedo controlar? ¿Qué sé yo de lo que puedo o no hacer? No quiero que me digas qué debo hacer o cómo debo sentirme. No me sirve, Joel. Nada de lo que digas sirve.
Joel no se movió, solo lo observó en silencio. Sabía que su amigo necesitaba descargar todo eso, aunque no fuera fácil de soportar. No era la primera vez que veía a Gabriel tan fuera de sí, pero siempre había sido más fácil hablar con él cuando las cosas no parecían tan desesperadas.
Gabriel dio una vuelta rápida y empezó a caminar de un lado a otro, como si tuviera que liberar algo de su cuerpo, como si estuviera buscando algo en el aire para gritar. Se detuvo de golpe, miró a Joel con los ojos llenos de furia y dolor, su respiración errática.
—¿Sabes qué me molesta más? —dijo, su voz más baja pero aún cargada de rabia—. Que ella está ahí, y yo no puedo hacer nada. Ni siquiera puedo ir a su lado, porque no puedo… no sé qué hacer cuando todo está fuera de mi control. Y lo peor de todo es que ahora entiendo lo que Amelia siempre decía, las malditas estrellas, las malditas flores… y yo no… yo nunca le creí. ¿Sabes qué significa eso? Nunca le presté atención, Joel. Nunca le di el valor que realmente tenía. Y ahora, ella está ahí, en esa cama, y no sé si alguna vez se va a despertar.
Joel se levantó, sus manos en los bolsillos, observando a su amigo. Sabía que Gabriel no buscaba respuestas, que no quería consuelo. Pero le preocupaba cómo su amigo estaba manejando todo esto. Gabriel nunca había sido de mostrar sus emociones. Siempre había sido fuerte, distante, pero ahora… estaba completamente perdido.
—No te estoy pidiendo que creas en las estrellas o las flores —dijo Joel con tranquilidad, acercándose—. Pero debes saber que no estás solo en esto. Ella te necesita, Gabriel. Ella te necesita más que nunca, y aunque no puedas controlarlo, aunque no puedas hacer nada ahora mismo, estar allí para ella es lo más importante.
Gabriel se giró nuevamente hacia él, los ojos llenos de frustración, pero algo en las palabras de Joel le tocó un lugar que no había querido ver. La rabia seguía allí, palpitando en su pecho, pero las palabras de su amigo empezaron a calmarlo, aunque fuera solo un poco.
—No sé cómo hacer esto —dijo, finalmente, su voz más suave, pero aún rota por el dolor—. No sé cómo esperar. No sé cómo ser el tipo que ella necesita ahora.
Joel lo miró fijamente, con la comprensión que solo un amigo de verdad podría tener.
—Vas a hacerlo, Gabriel —respondió, con una firmeza tranquila—. No tienes que ser perfecto. Sólo tienes que estar allí. Y si necesitas gritar, grita. Si necesitas pelear, pelea. Pero recuerda que no estás solo. Y Amelia… ella te necesita más de lo que crees.