—Lo siento...
Y fue todo, no hubo más palabras, solo un llanto doloroso y sin consuelo. El diagnóstico: infertilidad.
El resultado del examen médico fue como un balde de agua fría para todos.
—No llores, no dejaré de quererte por algo como esto —dijo Emiliano acariciando su cabello. Eso no la consolaba.
Aunque nadie lo dijera, en esa fría sala de hospital, todos saben que con este resultado ellos ya no pueden casarse.
—No es cierto, solo lo dices para consolarme... —se quejó llorando—. Ahora yo... no puedo casarme contigo... soy infértil...
—Independiente del resultado, para mí siempre serás alguien especial —le susurró con suavidad.
—Entonces... ¿Te casarías aún conmigo?
No hubo respuesta, Mónica sabe lo importante que es el linaje familiar para los Torres, si no hay hijos podría perder la sucesión como herederos primordiales de su familia. La joven mujer se mordió los labios.
—No es necesario que respondas —señaló apartándose de sus brazos.
—Me casaré con una mujer solo para tener un hijo, pero te prometo que no la querré más de lo que te quiero a ti.
Quiso reírse, escuchar eso es como que le apuñalaran una herida abierta...
Mónica había nacido al año de matrimonio de sus padres, y antes de los tres años, ya su madre esperaba a su segundo hijo, sería un niño, su hermanito.
Sin embargo, un accidente en el mar acabó con todo.
Sus padres murieron y fue criada por la familia Torres, los viejos amigos de sus padres. Como la natalidad de las mujeres en el mundo ha bajado en cifras alarmantes, fueron muchos los que intentaron llevársela para criarla como futura esposa de alguno de sus hijos.
Siempre creyó que fue una suerte haber terminado bajo el resguardo de la familia Torres.
Fue cuidada con amor, ellos fueron sus tutores y benefactores. Creció con la firme idea de que a futuro se casaría con el único hijo de la familia, con Emiliano, aquel que desde niño siempre fue amigable y cariñoso con ella. No tenía una diferencia de más de tres años, y todo el mundo hablaba de la suerte de la familia Torres al poder asegurar el futuro de su linaje, con una mujer tan dulce y bonita como Mónica.
Lo amaba. Se sintió segura de enamorarse y amarlo sin miedo porque nunca esperó que algo así pudiera pasar. Su futuro era casarse, tener hijos.
Sollozó con rabia, apretando los dientes, mientras Emiliano le acariciaba el cabello.
—Nunca querré a otra mujer de la misma forma como te quiero a ti —le susurró.
"Mentiroso, maldito mentiroso"
Apenas tres años después se comprometió con una hermosa mujer de una familia que deseaba mejorar su situación económica a través de su hija. Definida con una alta probabilidad de embarazo, pronto fueron presentados.
Y contrario a lo esperado por Mónica, Emiliano pareció enamorarse de esa mujer desde la primera vez que la vio, se quedó embelesado como si hubiese sido hechizado. Tratándola de una forma distinta a como la trataba a ella, su forma de protegerla, de hablarla, era como si la tratase a su mismo nivel, como a una compañera de vida. No, como a ella, con quien el trato era como si Mónica fuera una niña incapaz.
En otras palabras, pudo darse cuenta de que ante los ojos de aquel hombre nunca dejo de ser como si fuera una hermana menor, torpe, temerosa e inútil.
Mónica entrecerró los ojos en la fiesta de compromiso engulléndose con rabia un trozo de pastel. Luego de que la noticia de su infertilidad llegara a oídos de todos, dejó de ser una mujer dulce y sumisa. Ya no le importa mantener las apariencias. Notaba las miradas curiosas a su alrededor. Sabe que una mujer infértil es considerada como un talismán de mala suerte.
Los padres de Emiliano intentaban animarla diciéndole que pronto encontrarían a un buen hombre que quisiera casarse con ella. Pero saben que eso es casi imposible, aunque las mujeres son escasas, la mayoría de las familias influyentes con hijos buscando esposa preferirían que sus hijos murieran solteros a casarse con una "flor marchita" como catalogan a las mujeres como ella.
Y la única opción sería resignarse a morir soltera o entrar a esas casas de compañía para los hombres. En esta era, ante la escasez de nacimientos femeninos, el mayor atractivo de una mujer es su fertilidad, y Mónica al carácter de esta ha dejado de ser deseable para cualquier familia.
El tema es que tampoco cuenta con bienes propios para subsistir por sí misma. No es bien visto que una mujer trabaje o estudie, ya que su tarea es procrear. En todos los ambientes laborales los hombres se encargaron de todo.
Ahora, ¿cómo podría sobrevivir una mujer como ella que solo fue criada para ser madre y esposa?
El padre de Mónica había tenido éxito en sus negocios, por lo que poseía una buena fortuna, pero su tío heredó todo, ante las sospechas de fraude que no se pudieron demostrar, dejando a la única hija viva sin un solo peso. Sin estudios, ¿en qué podría trabajar? Todo lo que les enseñan es a mantener una casa, a cuidar y criar niños, a ser una buena mujer.
De solo pensarlo, se frustra.
—¿Por qué no aprendes a comer como un adulto? —dijo Emiliano apareciendo de la nada a su lado, sonriendo y con una servilleta que tomó de la mesa limpió la boca de Mónica como si aún fuera una niña pequeña.
Ella lo apartó en el acto. Avergonzada.
—No es necesario que hagas esto.
El joven hombre alzó ambas cejas, confundido. Solía hacer eso sin que Mónica reaccionara de esa forma, es más, incluso ella le sonreía reclamando que para eso tenía a su futuro esposo a su lado.
—Lo siento, no quise incomodarte.
Mónica se sintió culpable al ver su preocupada expresión.
—No, está bien... soy ya una adulta, no una niña.
Ella misma tomó otra servilleta y se limpió. Emiliano pudo notar sus ojeras, que aunque intentó ocultar con maquillaje, al tenerla cerca son aún visibles.
—¿Aún tienes insomnio? —le preguntó colocando su mano sobre su cabeza—, debes tener cuidado con esas pastillas, no es bueno que alguien tan joven las consuma en excesos.