Cuando vuelva a amar

Capítulo 3

Mónica observó lánguidamente el tejido que la mujer mayor colocó sobre su regazo. Si antes le ponía empeño en mejorar su técnica, solo lo hacía creyendo que un día tejería ropa para su marido y sus hijos.

Ahora eso no le llama la atención.

—Emiliano me habló de tus planes, nosotros felices que quieras vivir con nosotros. Nos preocupaba que te pusieras triste por no poder casarte. Por lo que no seguiremos con el tratamiento, ¿estás de acuerdo?

"¿Mis planes?", pensó alzando ambas cejas.

Solo sonrió, incómoda. No es una decisión que ella haya tomado, es una decisión de Emiliano. Son los planes de él, no de ella. Vivir encerrada en esta casa, sin un futuro más que quedarse aquí, envejeciendo, como el botón de una flor que nunca se abrirá, no es algo que ella quisiera.

No quiere esto terminar así. Pero finge no oponerse, siente que si lo hace se podrían dar cuenta de sus verdaderas intenciones. Tiene miedo que al escucharlos intentar convencerla se arrepienta de querer irse de ese lugar, en donde es tratada con tanto cariño. Lo que la sigue atando no es una cadena física, es una psicológica, lo que la hace más difícil de romper.

—Muchas gracias —fue todo lo que dijo.

La mujer mayor la miró preocupada pero no insistió. Mónica no tomó el tejido, ni siquiera lo miró. Se colocó de pie dejándolo encima del sofá. Y antes de que la mujer le preguntara lo que pasaba, ella habló primero.

—Me duele la cabeza, ¿puedo subir y recostarme?

—Claro, cariño, te llamaremos cuando la cena esté lista.

Subió a su habitación y se recostó encima de la cama sin poder cerrar los ojos, aunque lo intentó y al final terminó por tomar su teléfono viendo unas fotos que Francisca le enviaba pidiendo su opinión. Eran las fotos de Emiliano probándose trajes de novio.

Endureció la mirada, escribiendo con amargura "No lo sé, eres tú quien se va a casar con él, tu decisión será lo mejor". Y luego de eso apagó el teléfono, dándose la vuelta y quedándose acostada de espalda, mirando hacia el blanco cielo de su alcoba.

Tocó su vientre, nunca una flor crecerá dentro de él, como un árido desierto sin vida. Se mordió los labios girando hacia un lado y deteniendo su atención en las ventanas. Las cortinas se mueven con suavidad meciéndose con el viento, mientras una fresca y agradable brisa entra al interior de su habitación.

Cerró los ojos.

Se sintió ahogada, hundiéndose bajo las olas del mar que la atacan con violencia, viendo como sus padres eran arrastrados por la marea. Intentó alcanzarlo, pero mientras más lo intentaba más se alejaban.

Se despertó de un salto, con el sudor pegado a su cuerpo, y las manos temblando por la pesadilla que acababa de tener. Los golpes en su puerta, la hicieron reaccionar y se sentó en la cama notando el cielo oscuro, ya es de noche, durmió más horas de lo que esperaba.

Hace frío a estas horas, por lo que primero cerró la ventana antes de abrir la puerta.

Al abrirla se encontró de repente frente a Emiliano, pestañeó confundida, por un momento se sintió confundida. Es como antes, cuando él aún vivía aquí, en casa de sus padres. Luce tan joven y viste de forma informal, como si los años nunca hubieran pasado.

Quisiera creer que han vuelto al pasado, o que todo lo de la infertilidad y el compromiso no fue más que otra de sus pesadillas.

Pero al ver su anillo de compromiso se dio cuenta de que esta sí es su realidad. Sintió una pesadez en el corazón y la amargura que recorrió todo su cuerpo. Y esto se reflejó en su serio semblante.

—Mamá me dijo que no te sentías bien —dijo preocupado.

Mónica sonrió bajando la cabeza sin que él notara la ironía en su rostro.

—Solo fue un ligero dolor de cabeza, ¿qué haces acá? ¿Viniste a ver a tus padres?

—Vine con Fernanda para que cenemos juntos.

Y sin ser invitado, entró a la habitación de la joven mujer sentándose sobre la cama. Es como solía hacerlo cuando ambos aún estaban comprometidos para casarse, cuando aún creían que el futuro de ambos era un camino en común. Pero ahora es algo que no debería hacer, o eso es lo que piensa Mónica. Hizo el ademán de querer sacarlo cuando él comenzó a hablar.

—Tienes que ir a hacerte un chequeo médico, desde hace días te noto pálida y ahora con ese dolor de cabeza. Incluso dejaste de lado el tejido que antes solías amar tanto.

—Bueno, solo cambié de gustos —masculló la mujer desviando la mirada.

—¿Por qué? ¿Ya no te gusta?

—Soy caprichosa —sonrió con orgullo fingido—, cambio de gustos muy rápido. Puede que algo me guste tanto que me obsesiono, y de un día para otro ya deja de parecerme interesante y me aburre.

Emiliano pensaba decir algo, pero luego recordó las veces que Mónica decía que quería aprender a tejer bien para hacerle ropa a sus hijos. Así pudo darse cuenta de que ella solo dice eso porque no quiere decir la verdad.

La contempló con compasión, e incluso quiso acariciarle la mejilla, pero la joven mujer retrocedió evitando el contacto. Empuñó la mano sin borrar la tristeza de su rostro.

—Serás una tía maravillosa, a mis hijos les va a gustar que les teja ropa, con Fernanda planeamos tener unos tres hijos. Puedes quererlos como si fueran tuyos, no dejes de lado algo que amas tanto.

La falta de tacto del hombre la hiere de una forma que él parece no notarlo, ¿cómo se le ocurre decirle que podrá querer a los hijos que tenga con otra mujer? ¿Qué siga aprendiendo a tejar y se conforme con tejer para los hijos de él? ¿Acaso nunca tuvo verdaderos sentimientos hacia ella para darse cuenta de que sus palabras la hieren? ¿No se pone en su lugar?

Se le hizo un nudo en la garganta, y tuvo miedo que al hablar este se desatara y llorara frente a un Emiliano que carece de empatía.

Solo movió la cabeza de forma afirmativa, sintió la mano del hombre caer encima, acariciando su cabello como si fuese un gato.

—Buena chica, te hará bien retomarlo. Y mira lo que te compré —dijo entregarle una bolsa de tono rosa.




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