Duele, duele demasiado. Apretó los dientes sintiendo como el líquido recorre sus venas como si le hubieran derramado ácido. Aun así, Mónica solo permanece con los dientes apretados, las manos tensas, con el corazón latiendo agitado y su cuerpo temblando, pero sin quejarse ni llorar.
Los Torres la observan del otro lado del vidrio. Con expresiones serias, semblante, tensó y la preocupación impresa en sus miradas.
No hubo caso, todo el esfuerzo y el dolor por nada. Otro tratamiento fallido.
Para cuando Mónica despertó le contaron el desafortunado resultado. Ella solo sonrió y bajó la cabeza resignada. No hay forma de ir contra la naturaleza. El vacío que sintió se hizo más grande, viendo como entre sus manos se deslizaba como arena seca ese futuro al cual aún se mantenía aferrada.
—¿Por qué lo hiciste? —dijo Emiliano entrando a su habitación con expresión preocupada antes de notar el lamentable estado de la joven mujer.
Acostada en la cama, con el rostro muy pálido, el cabello trenzado y sus ojos apagados y ojerosos, lo miró en silencio. Emiliano tembló pensando en lo peor, tomó sus delgados dedos entre los suyos, quiso besarlos pero se detuvo. La estrechó entre sus brazos, ¿Por qué perderla lo pone tan asustado?
—Lo hice porque yo solo quería... —"casarme contigo..." Mónica no continuó, se siente tan débil y enferma que no puede controlar su estado de ánimo y sintió que sus ojos se enrojecían, como dos fuentes cargadas de agua a punto de reventar.
—Piensa en tu salud —le reprendió afirmando sus manos con más fuerzas, y sin detenerse esta vez besó sus dedos con una calidez y dulzura que la asustó—. Nada vale la pena para arriesgarte de esa forma. No quiero verte sufrir.
Mónica apretó los dientes, bajó la mirada. Le abruma la decepción que siente en ese momento. Hubiera querido que esta vez no fallara, que en esta ocasión nada impidiera que ellos pudieran casarse, porque aún quedaba tiempo...
—Esa fue mi... última esperanza.
Tosió al sentir picazón en su cuello sin poder terminar sus palabras. La tos la ahogaba y se aferró con fuerzas a las mantas de su cama. No se dio cuenta de que lloraba hasta que Emiliano le limpió las lágrimas con sus dedos antes de besar el recorrido que estas hicieron desde sus ojos a sus mejillas.
Sintió casi un roce sobre sus labios, Mónica lo apartó sorprendida.
—Tú... ¿Ibas a besarme? —preguntó ella llevando sus manos a su boca—. Entonces yo te gust...
—No, te quiero, pero no de esa forma —la interrumpió con expresión triste, borrando la ligera sonrisa que se dibujó en el rostro de la mujer—. Yo tengo a Fernanda, amo a mi prometida, con ella me casaré. No quise hacerte creer otra cosa. Lo nuestro nunca fue en realidad, tú lo sabes, te quiero mucho, pero como si fueras mi hermana.
La mirada de Mónica, que por unos momentos se había iluminado, volvió a ponerse opaca. La culpa es suya, aferrándose a una tonta esperanza que no existe. Avergonzada se envolvió en las mantas de su cama, ocultando su cabeza.
Emiliano quiso decir algo para animarla, pero no supo qué palabras usar. Intentó quitar las mantas de su cabeza con suavidad mientras le hablaba con cariño.
—¡Vete! —le gritó Mónica.
No insistió, la contempló con tristeza, y solo palpó cariñosamente la espalda de la mujer con suaves golpecitos.
—Te compraré algo, ya verás, buscaré el oso de peluche más hermoso que puedas imaginar.
La mujer apretó los dientes debajo de las mantas, con el corazón, latiéndole con violencia. No puede controlar la rabia que siente en ese momento.
—No soy una niña, odio los osos de peluche...
Masculló en tono seco. Hubo silencio, y luego unos pasos que se alejaron y salieron cerrando la puerta de su habitación. Después de eso, Emiliano no volvió a casa durante días, o por lo menos a entrar a su cuarto, a visitarla. Lo vio llegar a casa con su novia, presentarla a la familia, e irse sin siquiera subir a verla. Dejando en cada visita algún objeto cursi de regalo detrás de la puerta de Mónica, como golosinas, pequeños frascos de perfumes y cachivaches de tonos rosas y bonitos.
La recuperación de Mónica del último intento por revertir su infertilidad la tuvo varios días en la cama sin siquiera poder caminar más allá del baño. Y cuando pudo recuperarse solo lo hizo para asistir a la fiesta de compromiso de Emiliano.
Estos son los recuerdos del último tratamiento que intentó. Entrecerró los ojos mirando el tejido que ha metido en el closet sin tocarlo por días, y lo desarmó como una forma de desahogo contenido. Con la amenaza de Emiliano, los Torres ahora también se oponen a que se realice otro tratamiento más.
No sabe si debería odiarlo o no. ¿Por qué se sigue entrometiendo en su vida si ella no tiene cabida en la suya?
Entrecerró los ojos mirando el jardín que hay bajo su ventana. Emiliano plantó cada una de esas flores como un regalo para ella cuando se descubrió que era infértil, lo hizo porque según él despertar cada mañana y ver esas flores de diversos colores, era para animarla, como decirle que la vida sigue adelante.
Y aunque antes la hacía sentirse así ahora quisiera arrancarlas todas porque verlas no hace más que producirle amargura. Cerró las cortinas de golpe.
En ese instante recibió la llamada de su amigo Nicolás, que la invitaba a tomar unos helados. Respondió afirmativamente a la invitación. Lo que más necesita ahora es salir de esa casa y olvidarse de Emiliano.
—Escuché que un miembro de una peligrosa familia ha venido a casarse a este lugar, el lugar ha sido concurrido por guardaespaldas, matones. Pero... —se acercó a susurrarle—, dicen que la novia no ha escatimado en gastos, pero se ha dedicado a pasear por todos lados exhibiendo a otro hombre, al que mima frente a todo el mundo. Sin nada de vergüenza. Hasta dicen que han pasado la noche juntos...
Habló Nicolás cuando ya se encontraban dentro de un local comiendo dos copas de helados, el calor afuera es insoportable, pero dentro de la heladería se siente una brisa fresca y agradable.