Volvió a casa conduciendo sin dejar de pensar en lo que había pasado. No sabe si fue su imaginación, pero sintió que ese hombre desconocido la había mirado extraño, por unos segundos.
Pero al llegar a casa y ver el auto de Emiliano estacionado, arrugó el ceño, lo que menos quisiera ahora es encontrarse a él. Estaba a punto de retroceder y salir de los terrenos de la familia Torres cuando la puerta principal de la casa se abrió en ese momento.
Emiliano apareció con algo en mano. No parece feliz. Si no hubiera notado que tiene un sobre que teme de que podría tratarse no se hubiera detenido. Bajó del auto de inmediato dando un fuerte portazo directo a quitárselo de las manos.
Mientras se acercaba pudo leer "Notaria" y su nombre más abajo. Ahora está más segura que esos son los documentos del hotel de su abuela.
—¡Eso es mío! ¿Quién te dio el derecho de abrir mi correspondencia? —reclamó intentando recuperar ese sobre.
—¿Para qué quieres esto? —le respondió en el mismo tono.
—¡No es tu problema! Devuélvemelo ahora, Emiliano, si no quieres, ¡qué haga un escándalo aquí afuera!
El hombre tensó su mirada, como si intentara leer sus pensamientos. Apretó los dientes antes de lanzar los papeles en el piso y colocar su pie encima. Al verlo, Mónica en el acto quiso empujarlo, pero él la retuvo de ambas muñecas.
Odió no tener más fuerzas para zafarse de su agarre y darle un empujón.
—¿Para qué quieres un hotel? ¿Quieres irte a ese lugar tan lejano? No sabes lo peligroso que es que una mujer viva sola...
—¡Mi abuela pudo vivir sola sin problemas!
—Tu abuela era viuda, y cuando su marido falleció ella ya no podía dar a luz a otros hijos, por eso podía vivir sin miedo.
—¡Hijos, hijos, hijos! ¡¿Es lo único que te importa? Yo tampoco puedo tener hijos, así que tampoco debería tener problemas.
—Entonces en verdad piensas dejarme...
Pareció desilusionado cuando dijo esto, confundiendo a la mujer. Mónica sintió como el calor del rencor se agolpaba en su pecho. ¿Dejarlo? ¿Y no fue acaso él quien la dejó para casarse con otra mujer? No lo entiende.
—No necesitas esa herencia, ni irte a ese lugar, por eso mandé a demoler ese hotel —habló con un tono autoritario que antes nunca había utilizado.
Emiliano la contempla con severidad y el ceño arrugado como si la mujer hubiera cometido un delito.
—Tú no puedes... —replicó Mónica retrocediendo hasta tropezar con una piedra y caer al piso. Sin embargo, como si no sintiera dolor por la caída, solo se quedó mirándolo anonadada, sus planes de huir, ¿acaso se han arruinado?
—Te olvidas que como mujer no puedes manejar tu herencia sin la autorización de tu tutor, y que ese tutor soy yo.
—¿Cómo? —tensó su rostro al preguntárselo. Eso lo sabía, pero su tutor es el padre de Emiliano, no él.
—Se lo pedí a mi padre, por su edad ya no puede seguir siéndolo, es más seguro que sea yo tu tutor de ahora en adelante.
La mujer sintió como si en ese momento acababan de colocarle una cadena alrededor del cuello. Como un perro atado que pasa de las manos de un amo a otro. Bajó sus ojos, sin saber qué decir, hasta que vio a Emiliano a su lado, inclinándose en el piso y extendiéndole su mano para ayudarla a levantarse.
—Tranquila, no necesitas nada de eso, yo te cuidaré el resto de mi vida, lo prometo.
Le sonrió, como suele hacerlo, cuando le da una amabilidad que suele confundirla, esta vez no planea caer en su juego. Mónica le sonrió, pero no sonrió de la forma como él esperaba. Su sonrisa cargada de rencor no pasó desapercibido, y rechazó su mano colocándose de pie por sí misma.
—Ya basta...
Al escucharla susurrar sin entender lo que quiso decir, el hombre se colocó de pie mirándola a los ojos.
—Dije que basta ¡Ya basta! ¡¿Por qué no me dejas ir?! Vas a hacer tu vida con otra mujer, pero piensas dejarme encerrada en la casa de tus padres ¡¿Qué culpa tengo yo de no poder darte hijos?! ¡¿Esa es tu forma de castigarme?!
Emiliano de inmediato quiso tomarle de las mejillas y calmarla, como solía hacerlo antes, pero ella retrocedió cada vez que intenta alcanzarla.
—¡No soy tu juguete! ¡No soy algo que puedas meter en una caja de cristal toda la vida creyendo que con eso me ayudas en algo! ¡¿Es que no puedes entender que verte crecer con otra mujer me hiere hasta el punto de casi enloquecerme?!
—Mónica —al ver su ademán de irse quiso detenerla— ¿A dónde vas?
—¡Al infierno! —exclamó dando un portazo y subiendo otra vez a su auto.
—Mónica, vuelve aquí.
La mujer solo sacó la mano por la ventana mostrándole su dedo del medio mientras se alejaba de la casa. No piensa quedarse en su habitación y llorar, no lo hará, no llorará, pero no puede contener las lágrimas de rencor que se asoman por sus ojos mientras se aleja de la casa de los Torres. No puede.
Condujo por horas hasta que se hizo de noche, sin ganas de volver a esa casa. Quisiera tener un lugar a donde huir de todos y esconderse, pero ahora ni siquiera tiene el hotel que su abuela le heredó.
¿Cómo podría juntar dinero e irse cuando no puede ni siquiera la dejan trabajar?
Detuvo su auto frente a un parque que parece vacío. Se sentó en una banca mirando la enorme luna llena, intentando pensar, ¿qué hará de ahora en adelante? Ya no tiene su plan de huida, no tiene a donde ir. Suspiró tensando su rostro cuando un llanto la hizo saltar.
Sin saber si lo que escucha es real o algo sobrenatural, se envalentonó para averiguar de donde viene ese llanto. Caminó entre los juegos infantiles, hasta llegar a los arbustos. Detrás de esto vio a un muchachito de unos cinco años, agachado y llorando solo, sin un adulto cerca. Por sus ropas parece ser el hijo de alguna familia adinerada, aunque el pobre está solo, perdido y en medio de la noche.
—Niño, ¿por qué lloras? ¿En dónde están tus padres? —le preguntó al pequeño de cabellos negros y ojos verdes.