Cuando vuelva a amar

Capítulo 6

—Te traje una caja de té con frutas y estos alfajores de chocolate blanco —indicó Nicolás intentando animarla, acariciando el bulto dentro de la cama que se niega a salir de su escondite—. Vamos Mon, tú no eres así. No tienes que dejar que esto arruine tu vida.

No hubo respuesta. Nicolás suspiró perdiendo la paciencia antes de tomar las mantas y quitarlas a la fuerza. Espera recibir un grito, un par de almohadazos o una grosería de su vieja amiga, pero solo vio a una mujer en posición fetal dentro de la cama con la mirada perdida.

—Ay, Mon, ¿qué te han hecho? ¿Han apagado tu vida?

Murmuró con tristeza sentándose a su lado en la cama y acariciándole el cabello.

—Ese idiota, tarde o temprano, pagará por lo que hizo.

—No pienso en él —señaló sin mirarlo.

—Vaya, veo que sigues viva, ya levántate y explícame que quisiste decir con esto —abrió la caja de alfajor—. Abre la boca.

Mónica obediente abrió la boca dándole una enorme mascada al alfajor que Nicolás acercó a ella. Comió y tragó antes de explicarse.

—Vi un niño en la plaza, un lindo niño, muy educado —suspiró para luego sonreír con tristeza—, me llamó "mamá"...

—¿Te asustaste?

—No, tonto... es que... no pude evitar pensar que tal vez nunca en la vida volveré a escuchar a alguien, llamarme así —se llevó su mano a su vientre—. Nicolás, ¿por qué Dios me castigó sin darme la posibilidad de tener hijos?

La contempló sin saber qué decir, al final acarició su espalda y le susurró:

—Tal vez porque Dios no quería que te casaras con ese idiota.

Al escucharlo, Mónica se comenzó a reír.

—Ya vamos amiga, te traje té de frutas, me lo envió mi tía del extranjero, y quiero probarlo contigo, así que levántate de esa cama, si no vas a terminar por fermentar en este lugar. Además, mi buena amiga Mon de seguro ya tienes otra idea en tu loca cabeza.

La mujer se sentó en la cama cruzando los brazos, pensativa. Con Emiliano como su tutor no puede optar siquiera a tener un empleo si él no se lo autoriza, como tampoco viajar fuera del país.

—¿Cómo una mujer puede quitarse un tutor de encima? La ley indica que tiene dos alternativas, casarse o acusar a su tutor de ejercer un control demasiado excesivo, impidiéndole incluso relacionarse con otros hombres. Pensé en eso último, hablé con una abogada de una corporación de ayuda gratuita a mujeres, el tema es que necesito pruebas para eso último. Eso es complicado.

Nicolás se sentó a su lado comiéndose el resto del alfajor.
—¿Entonces te rendirás?

—No, claro que no —al decir esto se colocó de pie—, de alguna forma debo tener pruebas. Pero lo primero, me daré una ducha y vestiré.

—Entendido —respondió Nicolás, más animado al ver nuevamente el brillo en los ojos de Mónica—, te esperaré abajo. Y apresúrate, o te dejaré sin alfajores, estos están buenísimos.

—¿No los habías traído para mí? —cruzó los brazos viéndole desaparecer riéndose por la puerta.

Quedarse en la cama y seguir lamentándose de su situación no solucionará sus problemas. Aunque reconoce que al escuchar a la abogada pidiéndole pruebas contundente la desanimó. Más recordando a ese lindo pequeño que aseguraba que ella fuera su madre, y esa sensación de sus brazos vacíos añorando lo que nunca ha tenido. Por ello se encerró en su habitación y se negó a comer, y la dejaron en paz, nadie vino hasta que apareció Nicolás.

—Veo que al fin sales —la voz de Emiliano detuvo sus pasos en las escaleras.

Vio a Nicolás sentado en el sofá con expresión incómoda, mientras que quien acababa de hablar se encuentra sentado sobre un sofá de un cuerpo, con las piernas cruzadas, una mirada fría y penetrante, como un monarca cruel viendo a dos de sus súbditos que acaban de cometer un crimen de traición contra él. No le gustan estos cambios en la actitud de Emiliano, cuando suele ser siempre amable y atento.

—Sí, tarde o temprano iba a salir —respondió, fingiendo tranquilidad y bajando el resto de los escalones hasta quedar en frente de ambos hombres—. ¿Hay un problema con eso?

—No pude venir a verte hasta ahora, pensé que no saldrías, si no venía yo a verte, pero veo que no es así.

Mónica soltó una risa sarcástica.
—No tenemos una relación especial como para que te necesite a ese nivel, eres mi tutor, no mi marido.

Emiliano tensó la mirada, sin decir palabra alguna. El ambiente se siente pesado, o eso piensa Nicolás, que se colocó de pie de inmediato.

—Mónica, vamos al jardín...

—¿Les incomodo? —preguntó Emiliano ahora sonriendo con una cordialidad que lo único que produjo fue darle escalofríos a Nicolás—. ¿No puedo desayunar con ustedes?

—¿No tienes trabajo? —Mónica habló con tono duro, dejándose caer en el sofá al lado de Nicolás, tomándolo de la muñeca para que volviera a sentarse.

Emiliano la contempló en silencio, antes de sonreír.
—¿Cómo iba a seguir trabajando si mi querida Mónica llevaba días encerrada sin querer comer? Soy tu tutor, como dijiste antes, y es mi deber preocuparme de tu bienestar.

—Ah, gracias, estoy bien, no tienes que preocuparte más.

El hombre se rio con suavidad, y se acercó a Mónica.

—Bien, tienes razón, volveré a la oficina, vendré a verte a la salida —dicho esto la tomó de la barbilla mientras la mujer arrugaba el ceño, ¿acaso se le olvida que ya no siendo prometidos no puede tomarla de esa forma?—, espero que las horas pasen rápido para volver pronto.

Se acercó como si fuese a besarla, esto no solo sorprendió a Mónica, también Nicolás se quedó enmudecido, pero al final solo le dio un beso en la mejilla, se alejó sonriendo antes de dejarlos solos.

—¡Ese hijo de...! —Nicolás no terminó su frase por respeto a la dueña de casa.

Mónica se llevó la mano a su mejilla, con su corazón latiendo con tantas fuerzas que se siente atolondrada. No reaccionó hasta que apretó los dientes con rabia, y maldijo apretando su mano, que aun su cuerpo reaccione ante la cercanía de ese hombre le da un sabor amargo.




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