—Te ves hermosa —las palabras del padre de la novia tocaron el corazón de su joven hija.
Sonrió pesé a no sentirse cómoda, el vestido que usa ni siquiera pudo elegirlo ella misma. Aunque con la mala situación de su familia no pudo quejarse ante la elección de su novio. Había elegido un bonito vestido de novia, amplio, elegante, de cuello escotado, tal como una princesa de un cuento de hadas. Pero el vestido que en realidad quería Fernanda era otro, menos pomposo, más pegado al cuerpo.
—"Este es el vestido que Mónica adoraba" —fueron las palabras que Emiliano le dijo luego de hacer que se lo probara.
Y sin preguntarle, lo eligió y compró, diciéndole que aquella mujer lo había elegido para ella. Por amabilidad lo aceptó, y creyó que en verdad fue así, pero bastó con ver la mirada de Mónica para darse cuenta de que no lo eligió para ella, sino que seguramente lo hizo pensando en su propia boda.
—¿Estás bien? —le preguntó su padre, preocupado.
—Estoy bien —respondió sonriendo.
En fin, es solo un vestido, pronto será la esposa de un buen hombre, amable, educado, de buena familia. Sus hijos gozarán de una vida sin limitaciones, y tanto ella como su familia mejorarán su situación. Eso es bueno, es en lo que tiene que pensar. Además, ella se ha ido enamorando de ese hombre desde el día que los presentaron, y sabe que se amaran una vez ya estén casados. Él ha prometido cuidarla, toda la vida.
Mónica salió de su habitación para ver a lo lejos a Fernanda usando ese vestido de novia. Retrocedió de inmediato, evitando encontrarse con ella, y se escondió detrás de la puerta de su habitación, esperando que las voces se alejaran.
No quisiera reconocerlo, pero la mujer luce, hermosa, rodeada de sus padres y hermano, es evidente el cariño que le tienen. Cerró la puerta dejando escapar un suspiro y mirando la fotografía de su familia. Sus padres, con el vientre de su madre abultado y ella aun siendo una niña. Todos murieron ahogados, y ella fue la única que logró salvarse.
Aún sigue teniendo pesadillas de ese accidente, y le cuesta dormirse en las noches, una y otra vez sueña que se ahoga en un mar oscuro y frío, ve a sus padres hundirse e intenta alcanzarlos, a su hermano sostenerla con fuerzas y llevarla afuera, grita y llora abrazada a él. Y despierta. Lo raro es que su hermano no llegó a nacer y ella era una niña como para verse en sus sueños como una mujer adulta.
—¡Mónica! —la puerta se abrió en ese momento y vio a Emiliano entrando a su habitación.
Se colocó de pie de inmediato ante la sorpresiva aparición. El hombre usando ya su traje de novio la dejó enmudecida, ¿cómo puede verse tan apuesto? Sintió una dolorosa punzada en el pecho. Aquel se acercó colocando ambas manos en las mejillas de la mujer.
—¿Estás bien? Te hemos estado llamando, ya debemos irnos —le dijo preocupado ante la expresión aturdida de la joven mujer.
Mónica reaccionó, pensando en sus padres y su accidente, viendo entrar a Emiliano vestido así y acercándose a ella de esa forma tan íntima, la había hecho olvidarse de lo que estaba pasando en ese momento.
Lo apartó de inmediato.
—Estoy bien, solo pensaba en mis padres —exclamó buscando su cartera.
—Te ves preciosa, pese a que ese tono de color no es el que te queda mejor. Si hubieras usado el vestido que te compré, lucirías aún más hermosa —señaló con pesar.
—No es correcto querer lucirse más que la propia novia —respondió ella con seriedad.
—Mónica... —susurró el hombre antes de abrazarla con fuerzas, con tantas que la mujer sintió que la rompería en pedazos—, solo espera, te compensaré por todo, sé buena, quédate con mis padres. Ningún hombre sería bueno con una mujer que no puede tener hijos, solo querrán usarte para satisfacer sus sucios deseos. Estarás protegida con mi familia, y como te gustan los niños, mis hijas te querrán como a su tía especial.
Dijo esto sonriendo mirándola a los ojos, con una expresión cariñosa que la mujer no puede entender, ¿es que aún intenta hacerla sentirse mal por no haber podido darle hijos y le dice toda esa zarza de tonterías?
—No me gustan los niños —respondió con sequedad—, ¿de dónde sacaste eso?
Emiliano la miró confundido.
—Siempre quisiste que tuviéramos muchos hijos...
—Que quiera hijos no significa que me gusten los niños ajenos —habló cortante, intentando alejarse, pero Emiliano la sostuvo de ambos brazos.
No parece molesto, sino más bien preocupado, aunque que la sostenga así le produce dolor.
—Me estás haciendo daño —se quejó Mónica apretando los dientes.
—Sé que todo lo dices porque aún estás resentida conmigo, pero te cuidaré toda mi vida, te colmaré de todo lo que quieras, te compraré todo. Y sé que serás una tía dulce y cariñosa, que querrá a mis hijos como si fueran tuyos, los cuidará y mimará. Tendrás una buena vida, para siempre, con mi familia.
—¿Estás loco? ¿Acaso escuchas lo que estás diciendo? —preguntó la mujer extrañada por la mirada de Emiliano, y como si aquel se diera cuenta, le sonrió de inmediato con esa amabilidad que suele usar.
—Lo siento —la abrazó—, es que me da tanto miedo de no poder protegerte siempre y que alguien quiera dañarte, los hombres afuera son malos, tratan a las mujeres que quedan como objetos, y no quisiera que un tipo te engañara con falsas promesas de amor. Mi pequeña y dulce Mónica, es que debes entender que nadie jamás te amara, nadie ama a una mujer infértil.
Mónica se apartó de sus brazos, con los ojos bien abiertos y estupefacta se quedó mirándolo sin decir nada. Lo que acaba de decir fue tan cruel que cualquiera en su lugar se hubiera puesto a llorar con amargura. Pero la mujer no lloró, solo lo miró en silencio, dándose cuenta de que es así como en realidad la ve ese hombre. Una pobre mujer, sola, sin nada, y sin futuro, solo dedicada a cuidar a sus padres y a sus hijos. Nada más.
—Subiré al auto... —exclamó sin despegar su mirada del hombre y tomó su cartera.