No hubo fiesta ni nada de eso, y Mónica en su interior agradeció que fuera así. No se sentiría cómoda verse rodeada por la familia de la novia que huyó, tampoco quisiera ser abordada por gente que de seguro le preguntaría sobre su relación con su ahora esposo.
Afuera ya comenzaba a hacer frío, y pequeñas gotas comenzaban a caer dejando sus marcas en el pavimento. Héctor se quitó su chaqueta colocándolo sobre la cabeza de la joven sin decir palabra alguna.
La mujer lo contempló de reojo, luego miró hacia atrás, esperando que Nicolás volviera pronto. Aquel le había dicho que le diera unos minutos antes de que se fueran. Y aunque Héctor no se negó, tampoco dijo estar de acuerdo en esperarlo. Sin embargo, Mónica no se irá sin despedirse de su único y fiel amigo.
Observó su teléfono y al verlo se dio cuenta de que tenía más de veinte llamadas perdidas de Emiliano. Es extraño, ¿por qué la ha llamado todas esas veces? ¿Acaso se dio cuenta de su ausencia? ¿O ya sabe la locura que acaba de cometer? Tensó su mirada sin soltar el aparato. En realidad no se esperaba esto, se siente como un preso que estando a punto de huir es descubierto por los gendarmes. Que más quisiera subirse al vehículo antes de que Emiliano apareciera en este lugar. Lo que menos quisiera ahora es darle explicaciones sobre la decisión que tomó.
De repente Héctor le habló sin mirarla
—¿Quieres un nuevo teléfono?
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque si ver tu teléfono te pone así de mal, ¿para qué quieres seguir teniéndolo?
—No es necesario —musitó de inmediato.
Mónica movió la cabeza en forma negativa antes de guardar el teléfono en la cartera. Vestida aún de novia llevando una cartera, no se ve nada común. Héctor sonrió al girar su cabeza en dirección opuesta.
—¡Mónica! —la voz de Nicolás llegó a sus oídos y sintiendo una alegría que no pudo controlar, sonrió alzando ambas manos—. Perdón por la demora...
Dijo apoyando sus manos sobre sus rodillas y respirando fatigado, es evidente que vino corriendo hacia acá. Extendió una bonita caja de joyas frente a la mujer.
—Era tu regalo de cumpleaños, pero por la ocasión te lo daré como un regalo de bodas —habló aún cansado.
Mónica lo contempló con emoción. No se esperaba recibir un regalo en una boda tan apresurada como esta. Abrió la caja encontrándose con un bonito brazalete de plata. Detuvo sus ojos llorosos frente a su amigo, y aquel sin tampoco poder decir demasiado, la abrazó con fuerzas.
—Espero que seas feliz, no me olvides, llámame una vez en cuando, no seas ingrata, soy y seré siempre tu amigo —agregó conmovido.
—Bien, entonces es hora de marchar—Héctor habló viendo a ambos despedirse. Miró la hora de su reloj, quisiera darles más tiempo, pero debe volver pronto a su ciudad. Había viajado porque este lugar era el lugar en donde vive la mujer con quien iba a casarse.
—Cuídate Mon, no olvides escribirme —se despidió Nicolás, sin ocultar su preocupación, aunque quisiera hacerlo, no puede evitar pensar que esto no es una buena idea.
—Le dejo la dirección en caso de que quiera visitar a la señora —dijo seriamente el asistente entregándole un papel.
La verdad es que la letra es demasiado bonita para un tipo que parece la mano derecha de un gánster. Los ojos del asistente se detuvieron en Nicolás ante este, que aún no tomaba el papel que le extendía. Lo tomó de inmediato disculpándose sin que el otro hombre parecía importarle.
La puerta del auto de color negro, que estaba frente a la pareja recién casada, fue abierta por un hombre serio de semblante intimidante, con una cicatriz que pasa por encima de su ojo izquierdo, sus manos incluso son enormes. Es aquí donde Mónica comenzó a darse cuenta de que quien ahora es su esposo ha sido acompañado de estos hombres todo el tiempo. Incluso su familia lucía también así de extraña y peligrosa.
Una idea le pegó de golpe en la cabeza, y antes de subirse se dirigió hacia Héctor.
—Su nombre es Héctor Ibarra... —recordó la historia que Nicolás le había contado antes—. ¿Acaso es parte de esa familia Ibarra?
A eso se refiere a una peligrosa familia dueña de muchos hoteles, y negocios de dudoso origen. Mónica palideció. Héctor sonrió tomándola de la mano y e invitándola subir al interior del vehículo, sin responder a su pregunta.
—Jefe, ¿a dónde vamos? ¿Al hotel? —le preguntó el chofer cuyo rostro no se ve nada amigable.
—No hay tiempo, conduce a casa —dijo seriamente—, Paolo, llama a casa que se preparen que vamos para allá, ¿entregaste mis órdenes?
—Sí, señor, todo estará listo cuando llegue usted y la señora.
—¿Y Julián?
—Con su niñero ya en casa, dijo que se durmió temprano y sollozo reclamando que no quiere una nueva mamá —no quiso ahondar en el asunto de que el niño hizo un berrinche reclamando que había encontrado a su verdadera madre aunque nadie le creyó en ese entonces, porque incluso hasta el padre dudó de las palabras del niño.
Ahora piensa que con quien se encontró debió ser con la nueva esposa de su jefe, ya que su parecido con la señora fallecida es algo que no pasa desapercibido, menos para un niño, que aunque perdió a su madre cuando aún era un bebé, se ha criado viendo sus fotografías de su madre por toda la casa.
Fotos que fueron retiradas a orden de Héctor, que no quiere asustar a Mónica llevándola a una casa en donde el dueño no oculta la obsesión con su amada esposa difunta, incluso aunque ella falleció hace casi años atrás.
Héctor observó a la mujer que no deja de mirar el paisaje, nota cierta preocupación en su semblante. Si tan solo fuera "ella" podría tomar la libertad de reconfortarla, acariciando su mejilla, para luego besar su frente, y hacer que apoye su cabeza en su hombro. A Javiera solía gustarle ser mimada de esa forma.
El viaje terminó sin contratiempos, Mónica al bajar vio la enorme casa, quedándose sorprendida. La casa de los Ibarra es mucho más grande que la casa de los Torres, de eso no hay duda. El jardín delantero es extenso, con el pasto bien cortado, y arbusto que guían el camino hasta llegar a la entrada.