Cuánto vale quererte

Capítulo 3: Todos me odian

Me desperté con la luz del sol entrando por la ventana y un dolor de cabeza horrible, allí estaba mi abuela observándome, con una tasa de te en su mano. Me lo ofreció, yo lo tomé avergonzada sin decir absolutamente nada y ella me miró.

—Lisi qué sucedió, pensé que amabas a Edgar. Si no querías casarte con él debiste haberlo hablado.

—Amo a Edgar abuela, nunca le sería infiel. Ayer fui a la despedida de soltera y bebí unas copas y luego no sé que pasó. Lo único que sé que desperté en mi habitación con un dolor terrible de cabeza sin poder recordar nada de lo que pasó. Ahora Edgar me odia, no tengo vergüenza para mirarlo a la cara, todos creen que soy una desvergonzada y lo peor tienen razón—exclamé llorando.

—Hay hija, la verdad todo eso suena tan mal. Pero todos nos equivocamos, no es el fin del mundo.

—Para mí sí lo es, todas las personas que quiero me desprecian, mis padres, Edgar. Tenía que haber muerto, no sé comi vivir así, con esto, como voy a salir a la calle. Me iré de aquí...

—Sería lo mejor, vete dos meses siquiera, aunque sea un tiempo hasta que todos olviden un poco lo que pasó. Tu padre algún día te perdonarán y yo siempre estaré aquí para ti. Ve a casa de mi hermana en Europa, ella estará muy feliz de tener compañía, no tiene hijos, nunca se casó y cuando hablamos siempre me dice lo sola que se siente.

—Eso haré—tomé del té que me preparó como si fuera una decisión y no la única opción que tenía. Mi rostro estaba inchado de llorar y mi mente inundada de tantas cosas que habían ocurrido.

Fui a mi departamento acompañada de mi abuela, mis amigas habían desaparecido y mi madre ni siquiera tomaba el teléfono, supongo que mi padre no se lo permitía, llamé a Edgar varias veces para hablarle y ofrecerle una disculpa y sin embargo nunca atendió, tomé mis ahorros y una maleta con mis cosas y fui hasta la empresa de Edgar porque sabía que estaría allí. Mi abuela me esperó en el taxi, cuando entré todo el mundo me miraba con desprecio, sentía los murmuros a mi espalda, Edgar era el dueño de una enorme compañía constructora, un hombre respetable, de carácter fuerte, multimillonario, reconocido y admirados por todos. Nadie me interrumpió, nadie me habló fui hasta la oficina y empujé la puerta que estaba entrejunta. Inmediatamente cuando me vio levantó la mirada y cerró su laptop, se cruzó de brazos y me observó, los ojos que alguna vez fueron de amor hoy estaban repletos de odio e ira, sin embargo aunque solo había pasado un día del trágico suceso de ayer él estaba enfocado trabajando, ocupando su mente en otras cosas aue no fuera yo.

—¿Podemos hablar? —pregunté con un nudo en la garganta. Él se levantó y se puso de pie, caminó hasta quedar frente a mí y me miró, mis ojos estaban llenos de lágrimas que contenía para no desplomarme frente a él. No dijo nada, simplemente su mirada se quedó fija en la mía.

—Lo siento, juro que nunca te sería infiel, pero ayer fui a la despedida de soltera y bebí, cuando desperté estaba sola en mi casa y no recordaba que pasó y luego,luego...

—Shh! —exclamó—No he solicitado el servicio de ninguna prostituta en mi oficina—derramé una lágrima dando un paso hacia atrás—sin embargo—agregó soltándose un poco el nudo de su corbata—dime cuanto vales, ni siquiera pareces ser tan cara.

—Edgar...

—No quise creer lo que me dijeron de ti pero tenían razón—pasó la mano por su rostro y luego sacó su billetera tirándome un montón de billetes encima—eso es lo que querías ¿verdad? Tómalos y vete, una mujer fácil como tú jamás estará a mi nivel—yo me quedé muda mientras él abrió la puerta de su oficina y salí de allí con mi rostro empapado en lágrimas. Entré al taxi y mi abuela que me acompañaba me abrazó sin decir nada.

—Ya mejor vamos al aeropuerto, tu padre está muy alterado, acabo de hablar por teléfono con él y solo te va a destruir más—exclamó. Yo asentí sabía que ahora entre tantas emociones removidas me seguía odiando incluso me preguntaba si algún día me perdonaría y dejaría de hacerlo. Por su parte estaba completamente segura de que absolutamente todo lo que alguna vez existío entre Edgar y yo estaba muerto. Todo era mi culpa, nunca siquiera debí ir a esa despedida de soltera, él no quería que yo fuera. Me abracé de mi abuela fuertemente cuando llegó el momento de montar al avión , ella era la única que parecía no odiarme. Monté en el avión e incluso allí lloré, porque la vida que conocí antes había terminado, el hombre que amaba me odiaba e iba a un lugar completamente desconocido, nunca siquiera había salido del país y en esta ocasión ni siquiera lo hacía porque lo deseaba sino porque no tenía más opción que escapar, pero cómo escapaba de mi misma si yo misma me odiaba




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