Cuánto vale quererte

Capítulo 4: Una enorme bendición

Días después:

Serví en los platillos de cristal un trozo de pastel para Esperanza la hermana de mi abuela Ana y ella lo probó. La masa era esponjosa y suave que se deshacía con facilidad al probarlo, tenía natilla de chocolate en el medio y estaba decorado con merengue de fresa y crema de chocolate.

—Pero esto está bello y delicioso. Nunca había probado un dulce así desde que mi hermana los hacía. No venden dulces así aquí, solo confituras. Esto es una finura—exclamó comiendo su pastel sonriente. La hermana de mi abuela era una mujer muy dulce y cariñosa, estatura baja y cuerpo envuelto, usaba siempre unas sayas largas que tapaban sus tobillos, siempre tenía ganas de hablar pues hasta ahora había vivido sola, le gustaba hablar de cualquier tema, tenía muchas amistadas, donde vivían todos la conocían y recibía seguido en su casa la visita de sus amigas. Su compañía más fiel eran sus cuatro gatos a quienes adoraba y que incluso tenían su propia habitación con su cama y eran tratados como si fueran sus hijos, a veces la escuchaba hablando con ellos cosa que no me asombraba porque yo también lo hacía cuando se me acercaban.

—En mi pueblo hacía pasteles con mi prima y los vendíamos—pronuncié recordando a Anabelle, quien siempre había sido como una hermana para mí y la cual después de marcarle varias veces únicamente me había enviado un mensaje que decía " Mejor que no hablemos después de lo que le hiciste a Edgar, jamás imaginé que eras así"—a eso es a lo que me dedicaba y parece que no se me da bien hacer otras cosas porque he estado buscando trabajo y nada—exclamé dirigiéndome a mi tía abuela probando mi pastel y en verdad estaba delicioso.

—Hay Elisabeth sabes algo—se paró entusiasmada—¿Por qué no haces dulces aquí y lo vendes?—sus ojos brillaron emocionados ante la idea—tengo un viejo garaje y ni auto tengo, podríamos establecer un punto de venta de pasteles y dulces y quien sabe, estoy segura de que a todos les gustarán tus pasteles tanto como a mí. Te puedo ayudar y así me entretengo, conozco a mucha gente y le diré a mis amigas que se lo digan a todos—dijo y sonreí entusiasmada haciendo planes en mi mente.

—Gracias, nada me haría más feliz que empezar a trabajar. No tengo como pagarle todo lo que ha hecho por mí—exclamé y ella sonrió, la verdad desde que llegué le estaba ayudando con los gastos de la casa pues había llevado mis ahorros pero sentía que nada de lo que hacía era suficiente para remunerar tanta amabilidad con la que me acogió en su casa y aunque aún me quedaban aún ahorros moría de ganas de comenzar a trabajar porque si solo tomaba y tomaba de ellos llegaría el día que me quedaría sin un peso.

—Hay cariño no te imaginas lo feliz que soy de que vivas aquí conmigo, de tener compañía mi sueño siempre fue tener una hija, una tan bonita y agradable como tú. Pero ven, ven a ver cariño—la seguí y observé entusiasmada el viejo garaje lleno de polvo, era enorme y espacioso,ya lo imaginaba lleno de vitrinas con mis dulces esa misma tarde comencé a limpiarlo y acomodarlo, inlcluso lo pinté, al otro día fui y compré todo lo que necesitaba para comenzar a hacer mis pasteles y empecé, con poco, con lo que tenía, no lo niego todos los comienzos son difíciles, al principio tenía pocas ventas pero a medida que iban probando mis dulces y que mi tía abuela me recomendaba a cuanta gente conocía empezaba a tener clientes, encargos para fiestas, bodas, eventos, cumpleaños. En poco tiempo ya ganaba mucho más de lo que ganaba en mi pueblo y mi agenda siempre estaba llena.

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Un mes después:

Le marqué nuevamente a mi madre y ella no respondió al teléfono, llevaba un mes completo intentando hablar con ella y con mi padre pero ninguno de los dos respondían, siquiera escribían un simple mensaje para saber si estaba viva, me daba cuenta que en verdad ellos comenzaban a hacer de cuentas que yo había muerto.

Miré en mi teléfono mis fotos con Edgar llena de nostalgia y suspiré.

—Elizabeth la cena está lista cariño—exclamó mi tía abuela y yo bajé las escaleras para cenar.

—Mira hice tu comida favorita—exclamó y sonreí feliz, olía delicioso y tenía hambre.

—Gracias, no sé qué sería de mí sin usted—exclamé.

—Pero pruébala ya—dijo y cuando tomé el primer bocado tuve que salir corriendo al baño a vomitar. Volví apenada a la mesa, con la cara que se me caía de vergüenza.

—Lo siento llevo días sintiéndome mal del estómago. Su comida es deliciosa es que llevo días teniendo náuseas.

—No te preocupes cariño quizás te ha caído mal la comida o quizás se aproxima tu período—pronunció y yo me quedé pensativa.

—Mi período tocaba el día diez mi período—murmuré y ella enarcó ambas cejas pensativa.

—Pero hoy es veinticinco cariño, tienes quince días de retraso—dijo exaltada. —Será que estás embarazada—supuso y yo tragué en seco, asustada y preocupada, eso era la único que faltaba a mi vida, tener un hijo sin padre, es más sin saber siquiera quien era el padre. Esa misma noche me hice un test de embarazo y lloré, lloré como nunca, porque llevaba un bebé en mi vientre, porque no tenía aquí a mi madre, ni a mi abuela ni a mi familia ni a Edgar, porque me sentía sola y desprotegida, porque todos verían mal a una mujer embarazada sin estar casada. Lloré más por temor de que ese hijo no fuera de Edgar y porque sabía que inclusive si lo fuera él nunca lo aceptaría, no me creería y tampoco tenía cara para regresar y decirle que esperaba un hijo de él porque sabía que mi palabra quedaría en duda, entonces mi tía abuela agendó un ultrasonido con su médico de confianza.

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—Sí, está embarazada—dijo el doctor y una lágrima rodó por mi rostro—tiene catorce semanas de embarazo—agregó y mi corazón se encogió. Iba a tener un hijo del hombre que amaba, pues yo nunca le había sido infiel a Edgar y la boda fallida y la despedida de soltera había sido hacía solo un mes. Eso me dejaba claro que Edgar era el padre de mi bebé. Que tendríamos el hijo que siempre habíamos soñados, un hijo que él nunca iba a reconocer porque dudaba de mí, porque me veía simplemente como la mujer que le había sido infiel. Entonces escuché cuando el doctor corrió el transductor el ruido fuerte de ese pequeño corazoncito y me di cuenta que no estaba sola y que quizás ese bebé era un regalo de Dios para darle sentido a mi miserable vida.




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