Cuarenta Semanas

SEMANA 2

Catherine

Froté mi rostro con ambas manos mientras rodaba en la cama.

El mismo tema regresó a mi cabeza tan pronto como me espabilé: si iba a continuar con este embarazo no quería hacerlo sola, o, al menos, no sin la compañía del otro responsable. ¿Sería capaz de mirarle a los ojos cuando lo tuviera frente a mí? Me levanté y, tras tomar una ducha, cambié el pijama por una ropa un tanto holgada. Era una completa estupidez preocuparme por temas como este a tan temprana altura, sin embargo, esa manía ya se había deslizado en mi mente y no iba a desaparecer sin más.

Comprobé la hora por última vez y abandoné la residencia.

Las clases no comenzaban hasta pasados tres días, y la boda de Dimitri se celebraba dentro de dos fines de semana. Hoy era viernes. Sabía que esto arruinaría por completo sus planes y su final de cuento de hadas, y de veras, no deseaba contarlo. No obstante, me veía obligada a hacerlo.

Le dejé una nota a Alexia para que cuando despertara no se preocupase por mi ausencia y subí la cremallera de la chaqueta de cuero hasta arriba. Introduje las manos en los bolsillos para protegerme del frío y agaché el rostro. Afortunadamente, nadie nos había visto entrar en la residencia ese lunes de madrugada, tras la fiesta, así que el secreto permanecía, por el momento, entre Alexia y yo.

Dimitri Ivanov impartía clases de financias y economía en la facultad, así que no tendría problemas para dar con él. Además de empresario, mujeriego y millonario, él empleaba parte de su tiempo en enseñar. ¿Cómo podía calificar aquello sin incluir adjetivos negativos? Me aproximé al mostrador donde se encontraba la conserje y apoyé los brazos en este.

—Buenos días, Catherine —la señora Bernard mostró una encantadora sonrisa—. ¿Qué le trae por aquí? Rara vez la veo pasar por esta zona.

—Estoy buscando al profesor Ivanov. ¿Se encuentra aquí?

—Sí, en el aula 305. ¿Ocurre algo?

Me encogí de hombros.

—No, tan solo olvidé entregarle el regalo para su boda. Ya sabe, no puedo evitar adelantarme a los acontecimientos —una risotada histérica escapó de mi garganta y me adentré en el pasillo.

La señora Bernard me estudió de arriba abajo antes de meter la cabeza en el papeleo. Subí las escaleras de dos en dos hasta llegar a la tercera planta y busqué la clase correspondiente. A través del pequeño ventanal que adornaba la puerta de madera pude verle: sentado sobre una esquina del escritorio, con corbata y chaqueta, explicaba lo que parecía ser unos gráficos. No supe si era más irresistible con o sin ropa.

Intenté alejar ese tipo de pensamientos. Ya me sentía lo suficientemente arrepentida como para añadirle más cargos a la lista.

—¿Profesor? —pregunté tras golpear la puerta varias veces—. ¿Puede salir un momento, por favor?

Dimitri depositó los folios sobre el escritorio y buscó mi mirada. Vi cómo su rostro se crispaba el tiempo suficiente para saber que no se esperaba mi visita; al menos, no tras lo ocurrido. Los alumnos intercambiaron una confusa mirada y Dimitri se excusó para poder salir.

Evitó rozarme cuando pasó por mi lado y cerró la puerta.

—¿Qué haces aquí? —murmuró con voz alterada.

—¿Creías que iba a volatilizarme en el aire?

No logré distinguir si estaba tan asustado por reencontrarse con una de sus falsas amantes —yo no me consideraba así de todas formas—, o porque estaba arrepentido por engañar a su prometida.

—No. Lo cierto es que yo también deseaba hablar contigo sobre… Ya sabes. Dios, ni siquiera soy capaz de pronunciarlo en voz alta. No te puedes imaginar lo mal que me siento —dijo.

Aquello me sentó como una patada en el estómago.

—No te preocupes por Svetlana, no pienso contarle ni una maldita palabra —añadió—. Esto será un secreto entre nosotros, ¿de acuerdo? Joder, de verdad que lo siento. Estaba muy borracho, no me molesté en pensar dos veces antes de abalanzarme…

—Vaya, esto no está siendo para nada incómodo —ironicé.

—Catherine, por favor, tienes que perdonarme, pero no soy capaz de estar aquí por más tiempo. Lo siento. Sé que es egoísta de mi parte pedirte que no te presentes en la boda, y también resultaría extraño para Svetlana, sin embargo, es lo que siento que debo hacer.

Quise protestar, no obstante, mantuve la boca cerrada y asentí una sola vez. Dimitri parecía sufrir por dentro pues sus ojos brillaron y no fue por emoción o alivio al quitarse ese peso de encima. Fruncí el ceño, creyendo que en cualquier momento se echaría a llorar como un niño. Entonces giró sobre sus talones y regresó al interior del aula, cerrando la puerta con un sonoro estruendo.

Me dejó ahí, estupefacta, incapaz de creer lo que acababa de suceder.

—Ha sido muy amable de tu parte conocer tu opinión —murmuré en la soledad del pasillo.

Abandoné el edificio con rapidez y me estremecí cuando una suave brisa de aire me removió el cabello. Jugué con mi labio inferior con inquietud en un vano intento de aguantar el llano y me senté en uno de los bancos libres.

—Estamos solos, pequeño —dije mientras apoyaba una mano en mi estómago.

Crucé las piernas y estudié los alrededores. La gente iba y venía de un lado a otro, pues no todas las facultades tenían los mismos días de vacaciones. Yo estudiaba Historia, y disponía de una semana y media de descanso por motivos de fiesta regional.

Intercepté a Alexia en la distancia. Hablaba por teléfono mientras reía como una posesa. Cuando miró en mi dirección, alcé la mano y la sacudí en el aire. Precisaba de su ayuda después del baldo de decepción que había caído sobre mis hombros. No era una chica a la que le agradaba llorar; en raras ocasiones lo hacía. Sin embargo, en estos momentos…

Alexia guardó el teléfono en su bolso de mano y se dejó caer a mi lado.

—¿Qué tal te ha ido con Mr. Cañón? —movió las cejas.

—¿De verdad quieres saberlo? —aparté la mirada.




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