Cuarenta Semanas

SEMANA 4

Catherine

La música podía escucharse desde dos manzanas de distancia. Afortunadamente, la casa se encontraba lo suficientemente alejada de los barrios como para que fuese un impedimento. Nadie llamaría a la policía porque la música no molestaría a ningún vecino. Svetlana había planeado una velada diferente a la que tenía en mente: una fiesta de pijamas. Creía que, debido a la importancia de la boda, celebraría algo semejante a lo de Dimitri. Sin embargo, me alegré de que el alcohol no fuera el tema principal, ni tampoco los bailes.

Como era de esperar, Svetlana nos informó de que deberíamos llevar ropa variada de recambio: el bikini, un pijama y algo en caso de que decidiéramos salir a algún lado. No seríamos muchos invitados, unos treinta, más o menos. Teniendo en cuenta su nueva posición social, ese número era bastante reducido. Suspiré, bajándome del coche de Alexia y cerré la puerta con un suave empujón.

—Mis padres no querían prestarme el coche —dijo mientras bajaba del vehículo—, creen que necesito más experiencia para poder conducirlo. ¡Venga ya! Me saqué el carnet tan pronto como cumplí los 18 años, no conduzco tan mal, ¿cierto?

Puse los ojos en blanco mientras sacudía la cabeza. No pensaba responderle pues sabía que contraatacaría con alguna de sus típicas bromas. Al principio yo me negué a subirme en un coche conducido por Alexia, pero tras comprobar que no era una loca al volante, tomé confianza.

Cargué con la mochila azulada a mis espaldas y subí las escaleras de mármol de dos en dos, deseando llegar al interior tan pronto como fuera posible. ¿El motivo? Tenía la necesidad de comprobar si Dimitri se encontraba allí. No pude distinguir su Volvo entre todos los coches presentes; había demasiados. Golpeamos la puerta, a la espera de que alguien nos recibiera, y una Svetlana con un bikini negro nos recibió, sonriente.

—Bienvenidas, chicas —nos rodeó con un brazo a cada una y nos estrechó contra su delgada figura.

—¿De verdad creías que nos perderíamos esta fiesta? —Alexia me golpeó con el codo y arqueó ambas cejas—. Por nada en el mundo te dejaríamos tirada en las altas esferas de la sociedad. Catherine y yo también tenemos que aumentar nuestro rango —pasó los dedos por su cabello rubio.

Quise echarme a reír; de verdad que lo intenté.

Pero lo único que salió de mis labios fue un sonido que se asemejó más a unas uñas sobre una pizarra. Los nervios me habían dominado tan pronto como vi el rostro de Svetlana. ¿Por qué había aceptado venir? Maldita sea. Nos invitó a pasar al interior y nos condujo a la segunda planta, donde había preparado diversas habitaciones para la velada. Deposité la mochila sobre una de las camas vacías y se marchó para darnos privacidad. Teníamos que cambiarnos de ropa.

A pesar de las gélidas temperaturas en el exterior, la piscina se encontraba cubierta por paneles de cristales, conservando así el calor en su interior. No solo ocupaba el espacio de la piscina, sino también parte del jardín y las mesas. Me imaginé viviendo en un lugar como este, y me caí de mi sueño tan pronto como regresé a la realidad.

Usé el cuarto de baño primero. Había consultado diversos blogs sobre embarazo antes de digerir alguna pastilla para calmar las náuseas. De esa forma me aseguraría evitar los vómitos, pero no los mareos. Pediría cita en la clínica tan pronto como pudiera. Consultar el estado del feto, y de mi cuerpo en sí, ayudaría a calmar mis alocados pensamientos. Me puse el bikini y cargué con la ropa a la estancia donde Alexia ya se había preparado.

—Caray, menuda rapidez —musité, deteniéndome frente al gran espejo.

No pude evitar fijarme en mi vientre. Lo hice de manera instintiva. Presioné las palmas de mis manos sobre mi plana barriga y giré en varias direcciones para comprobar si había alguna elevación. Nada. Mi cuerpo ni aún había comenzado con las transformaciones del embarazo.

—No te obsesiones —observé a Alexia a través del espejo—. Todo estará bien.

—No, no lo está —me dejé caer en la cama—. Alexia, no sabes cuánto me está costando guardar el secreto. No sé durante cuánto tiempo podré mantenerlo, no a Svetlana. Ella ha hecho tantas cosas por nosotras, por mí. Y yo… ¿cómo pude hacerle esto? Va a casarse con el padre del bebé. No puedo arruinarle la boda de tal forma.

—¿Sabes? —extrajo un chicle mentolado de su bolso y lo echó a su boca, masticándolo antes de señalarme con un dedo—. Me da igual lo culpable que te sientas. Yo no te veo de esa manera. Dimitri y Svetlana se conocieron en el campamento, al igual que tú y él. ¿No te das cuenta? Vuestra historia comenzó hace mucho tiempo, pero por culpa de tu testarudo carácter…

—Sí, lo sé, gracias por recordármelo —bufé—, pero, ¿qué querías que hiciese, eh? Apenas tenía 15 años. ¡Y él es claramente mucho mayor que yo! Además, me irritaba tanto su forma de ser…

Alexia esbozó una sonrisa descarada y comprobó que no había nadie por el pasillo antes de abrir la puerta. Se hacía tarde; todos deberían estar esperándonos abajo, en la piscina. Svetlana podría subir en cualquier momento y pillarnos en esta conversación.

—Podrás decir lo que quieras, Catherine, pero Dimitri se interesó por ti y no fue únicamente por la atracción sexual —suspiró con cansancio, como si el mero hecho de hablar del tema ya fuera algo sumamente agotador—. ¿Quién sabe? El destino ha barajado las cartas y mira en qué situación te ha puesto. Quizá deberías prestarle más atención en esta ocasión.

Exhalé un profundo suspiro.

—¿Dónde demonios estamos? —grité en el oído de mi amiga al mismo tiempo que recorría el lugar con la mirada.

Esto no era lo que esperaba.

Svetlana había mentido de una manera bastante descarada.

Más de doscientas personas se aglutinaban tanto en el interior de la piscina como en el césped. Los vasos rojizos apestaban a alcohol en la distancia, y la música hacía que los cristales de la mansión vibraran. Creímos en un principio que sería una fiesta de chicas. ¡Qué equivocadas que estábamos! Varios camareros con el torso desnudo y sudoroso se pasearon frente a nosotras con bandejas cargadas de copas.




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