Cuarenta Semanas

SEMANA 7

Catherine

Suspiré profundamente, reteniendo el aire en mis pulmones, antes de soltarlo con lentitud. Me encontraba en la cola de espera de la enfermería del hospital. Según mi papel, mi turno era el 13. Y la persona situada frente a mí era la número 12. Mi pánico a las agujas era irremediable. Comenzó cuando tenía 6 años, y todo fue a causa de una vacuna obligatoria que tenían que administrarme. Mi madre tuvo que aferrarme de ambos brazos y piernas para evitar que soltara alguna que otra patada al doctor. Al final todo se resolvió de forma pacífica.

—Siguiente —la enfermera situada tras un escritorio tachó lo que parecía ser mi nombre.

Entregué el papel correspondiente al mismo tiempo que remangaba mi camiseta. Era mi turno. Me tocaba superar mi terrible pánico a las agujas o me desmayaría ahí mismo, frente a todos. Un joven de ojos grisáceos sonrió con amabilidad y me indicó que tomara asiento. Extendí el brazo ante él y no tardé en notar el sudor frío resbalando por mi nuca.

—Mira para otro lado si quieres, tan solo será un pinchazo —me dijo al ver mi nerviosismo.

—Ya, claro, un pinchazo. Sí, pequeño —me burlé yo.

Como había supuesto, me mareé, y mucho. No quise mirar al tubo de sangre, y cuando me incorporé, mis piernas estaban temblando. El enfermero hizo el amago de levantarse para ayudarme a caminar, sin embargo, otro par de manos ya me estaban aferrando por las caderas.

—Te tengo, ya, respira hondo. Se pasará, es un leve mareo —una voz familiar sonó cerca de mi oído.

Me ayudó a tomar asiento en una de las sillas de la sala de espera y me ofreció un pequeño sobre de azúcar para subir los niveles. Eso ayudaría a calmar el mareo. No obstante, no tenía ganas de tomar nada, así que rechacé la oferta con amabilidad. Tras secar el sudor, pude estudiar el rostro de la persona que había evitado quedar ridiculizada ante todos los presentes.

—Lo reconocí al instante.

—Eres tú —le señalé, como si no fuera obvio—. Un momento, ¿cuál es tu nombre? ¿Cómo sabes que estaba aquí? ¿Me estás siguiendo? —balbuceé con rapidez.

Madrugar me volvía más tonta, si era posible.

—Me encontraba en la cola, detrás de ti —alzó su papel blanquecino—. Número 14. Me temo que ya he perdido mi turno, volveré a pedir cita para la próxima semana —dijo el chico entre risas. Eso le hizo parecer más guapo de lo que ya era—. Mi nombre es Nathaniel, Nate para los amigos.

—Catherine —extendí una mano hacia su posición—. Perdona, no sé por qué he dicho eso.

—No te preocupes, es normal —tomó asiento junto a mí—. ¿Te encuentras bien ahora? Sigo pensando que un buen trozo de chocolate te subirá la tensión y los ánimos. Te invito a desayunar. Creo que hay una cafetería justo al torcer la esquina…

—Ya estoy mejor, ha sido por culpa de esa aguja —repliqué.

Me observó durante unos instantes más antes de esbozar otra sonrisa arrebatadora. Me ayudó a incorporarme y se aseguró de que no me caía hacia los lados al caminar antes de acompañarme al exterior. El frío de la mañana me ayudó a relajarme. Apoyé las manos sobre una de las barandillas antes de estudiar el rostro de aquel joven.

Tenía una mandíbula bien marcada y una sonrisa encantadora. La forma de sus ojos y la expresión completa de su cara me recordó a Dimitri, y no supe por qué. Aclaré mi garganta cuando caí en cuenta de que me estaba mirando y señalé a la parada de autobuses.

—Me temo que debo marcharme. La universidad me espera —comprobé la hora en mi teléfono de nuevo. Eran apenas las ocho y media, disponía de tiempo suficiente como para coger un autobús y llegar a la primera clase.

—Yo te llevo —jugó con las llaves que parecían ser de su coche—. Tardarás menos, y así te ahorrarás dinero. Además, podrás pasar tiempo conmigo, ¿qué hay mejor que eso?

—Me recuerdas a alguien que no me cae nada bien —mentí de manera descarada antes de exhalar un suspiro—. No quiero molestarte, seguro que tienes cosas que hacer.

—Para nada.

Me sostuvo la mirada antes de señalar a un vehículo de color negro aparcado al final de la larga fila de coches. Ladeé el rostro para estudiarlo mejor, queriendo comprobar si se trataba de un espejismo o ese coche se encontraba allí realmente. Puestos a ser sinceros, viajar con Nathaniel —Nate—, no me suponía molestia alguna. Es más, podría llegar a ser divertido.

No tenía nada que perder.

Desistí de la idea de ir caminando y acepté con amabilidad su invitación. Procuré no arañar nada cuando tomé asiento en el lado del copiloto y abroché el cinturón. Durante el trayecto hablamos acerca de nuestras respectivas vidas. Me contó que trabajaba como técnico informático en el distrito de Brooklyn, a menos de una hora de Manhattan. Tenía 25 años, vivía solo, por lo que me dio a entender que estaba soltero. Aunque no quise pensar en aquello.

Antes de pasar por la universidad nos detuvimos en una cafetería. Me invitó una donut rellena de chocolate y un café. Sonreí con amabilidad y, justo antes de bajar del coche —una vez que llegamos a la puerta de la residencia, por supuesto—, me pidió mi número de teléfono.

—Si tienes dudas acerca de alguna asignatura, no dudes en llamarme —dijo desde el interior del coche, ensanchando la sonrisa—. Los números y las matemáticas son lo mío. Y no me supondrá ninguna molestia, suelo venir mucho por aquí.

—Gracias.

Cerré la puerta y me despedí con la mano. No me esperé a que se fuera, sino que me apresuré a llegar a mi habitación, recoger los libros correspondientes, y salir corriendo a clases. No podía llegar tarde, no de nuevo, pues el profesor comenzaría a anotar mis retrasos y eso afectaría a mis calificaciones. Me extrañó no ver a Alexia en la habitación, supuse que estaría en clase. Comprobé que todo estaba en su sitio antes de abandonar la residencia y adentrarme en ese tumulto de personas.

 

 

Dimitri

Coloqué las gafas de sol en el interior de su respectivo estuche y miré a mi reflejo. Había envejecido en estos últimos días lo que no había hecho en diez años. Froté mi barbilla, recordando que debería afeitarme pronto, antes de resoplar. Acababa de regresar de mi supuesto viaje de negocios, y tenía que hacerle frente a la realidad, cosa que había ido posponiendo durante la última semana.




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