El mundo estaba en máxima alerta, una terrible enfermedad había aparecido y nadie debía salir a la calle o podían resultar contagiados. Las personas reaccionaban con miedo y pánico, encerrándose en sus hogares con sus seres queridos. En cuestión de horas las calles quedaron vacías, como si la humanidad hubiera desaparecido: los parques desiertos, los mercados vacíos de gente y productos…
Para la joven, guapa y popular Leyla esta cuarentena era la oportunidad perfecta para pasar más tiempo con sus amigas y su novio, Jason, quien insistió en que sus amigos debía asistir también a su escapada. No tenían clases y sentían esa libertad que sólo se experimenta cuando no se tiene ningún tipo de responsabilidades.
-Es una situación seria, Leyla, no son vacaciones.-Había dicho su sobreprotectora madre cuando le contó sus planes.- Hay que cuidarse, no lo olvides.
-Claro mamá, pero puedo cuidarme con Jason en vez de encerrada con ustedes-Respondió ella, pensando en todas las cosas que debía empacar (maquillaje, cargador, dinero, su diario).-Además no vamos a salir, si eso es lo que te preocupa...
-Tienes diecinueve años, no esperes que salte de alegría porque quieres quedarte a solas con tu novio.-Replicó su madre, las manos en la cadera y esa expresión de "no-te-saldrás-con-la-tuya" en el rostro.-Si tu abuela se enterara te encerraría en tu cuarto el resto de la cuarentena.
-Ya soy mayor de edad, ¿sabes? Eso significa que puedo tomar mis propias decisiones
Leyla entró a su cuarto, ¿cuándo iba a entender su madre que ya no era una niña? ¡No necesitaba permiso para irse! Estaba determinada y nada, ni siquiera la toda poderosa chancla de su madre, podría detenerla. Para demostrar la firmeza de sus intenciones comenzó a empacar sus cosas, sólo lo necesario, claro; su bolsita de maquillaje, ropa cómoda pero cool, un par de libros escolares (para convencer a su madre de que estudiaría con sus amigas y no sería sólo fiesta), su monedero y su siempre confiable diario.
Jason llegaría por ella pronto, pensó viendo el viejo reloj de agujas en la pared. Jason, el chico más perfecto del campus, capitán del equipo de futbol, alto, musculoso y con ojos azules capaces de eclipsar al cielo. Llevaban dos años juntos, en ambas ocasiones fueron los reyes del baile de fin de curso. Eran la pareja perfecta, los dos más populares de la escuela, todos matarían por ser como ellos...
-¿Te vas a ir?-Preguntó una pequeña voz desde la puerta, su tía, Aurora, una mujer demasiado tímida para su propio bien pero con un gran talento para el diseño.- Deberías quedarte.
-¿Bromeas, verdad? Tía ya no soporto a mamá, es taaaaan pesada. Siempre quiere controlarme.-Respondió Leyla, pintándose los carnosos labios de color rojo mate.-No porque su vida es un desastre debería intentar arruinar la mía.
-Sólo quiere protegerte.
-Pues quizás no necesito su protección.
Aurora asintió, ella nunca tuvo hijos y nunca llevaba a nadie a las reuniones familiares. Era la tía-perdedora-solterona, destinada a envejecer en su casa rodeada por una colección de gatos. Leyla sentía lastima por ella, alguna vez fue bonita y tuvo todo, ahora no tenía nada. Aún no entendía porque pasaba tanto tiempo en la casa, desde la muerte de los abuelos casi se había mudado con ellos.
-Tía no quiero ofenderte, pero prefiero pasar mí tiempo con gente que en verdad me importa.-Confesó la adolescente, sin saber que esas palabras serían las últimas que le diría a su tía.
-Ya veo...-Murmuró aquella antes de cerrar la puerta.
Leyla sintió un poquito de culpa, no la suficiente como para seguirla y disculparse, pero esa sensación de pesadez permaneció en ella por varios minutos, hasta que recordó que todo valdría la pena cuando viera a su novio. Estaba enamorada, si alguien le pidiera describir su vida de seguro diría algo así: "Mi vida es perfecta, como una película romántica." Nadie se molestaba en decirle que existía más en la vida que el romance, por el momento era todo cuanto le importaba. Poco le interesaba la Universidad, conseguir un trabajo o viajar.
-Ay Jason, este mes va a ser perfecto.-Suspiró la enamorada, parándose enfrente de su espejo de cuerpo completo.
Se miró detenidamente, evaluando cada aspecto de su cuerpo y vestimenta como si se tratara de una fotografía en una revista; cabello dorado, piel blanca como la nieve, ojos azules delineados para hacerlos resaltar, cejas delgadas, nariz ligeramente respingada y perfectos labios carnosos. Vestía una blusa tipo top vino y jeans negros. Tenis blancos de marca completaban su atuendo, al igual que una delgada cadena de plata con un dije azul que siempre llevaba alrededor de su delgado cuello.
Su teléfono sonó, era un mensaje de Jason, "Ya llegué", decía. Leyla sonrió y agarró sus cosas sin preocuparse por su familia o por la situación que vivía el mundo a su alrededor. Salió de su cuarto y después de la casa sin despedirse, tampoco volteó atrás, si lo hubiera hecho tal vez habría visto las lágrimas que desbordaban los ojos de su madre, o la expresión de tristeza en el semblante de su tía.
Apenas cruzó la puerta Leyla se puso sus lentes de sol, sin importarle que el día estuviera nublado y se dirigió con pasos seguros a la camioneta tipo van blanca que ella y sus amigos habían rentado para la ocasión. Todos eran de familias con buena economía y como eran sus padres quienes trabajaban nunca dudaban a la hora de despilfarrar el dinero que no hicieron nada para obtener.
Sin dudarlo subió a la parte posterior, ahí estaban los mejores amigos de Jason: Peter, el Rojo y Arturo, todos pertenecientes al equipo de fútbol. Los cuatro jóvenes eran atléticos pero Jason era el más guapo de ellos, Peter el más inteligente, Arturo el más aventurero y el Rojo, como su apodo indicaba, se ponía totalmente rojo cuando le daba el Sol. Jason conducía, aun así volteó para saludarla con una radiante sonrisa antes de arrancar el auto.
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Editado: 21.10.2020