Cuarentena Letal

Día 4. El profesor Salvador

Antes de que amaneciera Leyla, Helen y Johanna se escabulleron de regreso a la cabaña. Miraban atrás constantemente, temerosas de ser descubiertas y a la vez con la terrible sensación de que alguien las observaba desde la distancia. La casa era fría y su frío se quedaba en su mente aun cuando estaban afuera. Leyla se retrasó un poco mirando la aparente infinidad de ventanas oscuras que conformaban la mansión, no había nadie a la vista, aunque era difícil asegurarlo entre las sombras.

 

Las palabras de Johanna aun resonaban en su mente, era algo tan difícil de creer y la evidencia estaba justo enfrente de sus ojos…

 

-Salva y yo llevamos tiempo saliendo, desde antes del inicio de semestre. -había dicho Jo, mirando al profesor como si fuera el centro del universo. – Lamento no haberles dicho, pero tenía miedo… creí que iban a alejarse y son mis únicas amigas, además debemos mantenernos en secreto por la escuela, ambos tendríamos problemas si otro profesor llega a enterarse.

 

-Si les tranquiliza escucharlo, no estoy con ella sólo por juego o para recuperar alguna juventud perdida o como crisis de los treinta. -Completó Salva, mirándola con el mismo nivel de adoración, sus ojos verdes inundados de afecto. - Esta relación es en serio para mí, no me importa arriesgar el trabajo o esconderme hasta terminar el semestre.

 

Esa misma noche acordaron mantener el secreto (en la medida de lo posible), ya después de descansar y con tiempo para asimilar la información decidirían qué hacer a continuación, ¿Le contarían a los demás? ¿Ayudarían a Jo a mentirle a todos? Leyla no tenía problemas con mentir, en especial por amistad, había pocas cosas que no haría con tal de ayudar a un amigo en problemas. Antes ni siquiera habría contemplado ocultarle información a Jason pero ahora …

 

Helen también parecía conflictuada, ninguna sabía cómo proceder en una situación tan extraña. El profesor Salvador se asomó desde la cabaña, llevaba el cabello oscuro bien peinado y vestía unos jeans negros con camisa gris. Era tan raro verlo fuera de la escuela, sin sus usuales trajes bien planchados, cada botón cerrado a la perfección. Esa mañana lucía más relajado, libre de un peso invisible, sin la responsabilidad de enseñarle a un grupo de jóvenes a los que poco o nada les importaba aprender.

 

-Buenos días. -Las saludó, abrazando a Johanna con gran afecto. - ¿Cómo están todos?

 

-Bien, los demás aún no saben nada. -Respondió Jo.

 

- ¿Ya han decidido qué hacer?

 

Leyla miró a Helen, ésta negó, la pobre seguía aterrada por la carta y no pudo dormir bien.

 

-Yo creo que deberíamos decirle a los demás. -Confesó ella, desviando la mirada al piso de madera. - Tarde o temprano se van a enterar y es mejor no tener secretos entre nosotros. Ya tenemos suficientes dudas, lo que menos necesitamos es otra amenaza…

 

- ¿Amenaza? -Preguntó Salva, el ceño fruncido.

 

-Alguien amenazó a Helen, pero no sabemos quién.

 

-Eso sí es preocupante, ¿Por qué no me habías dicho nada? -Indagó mirando a Jo.

 

Ella se encogió de hombros. Johanna era una persona complicada de entender, o al menos así le parecía a Leyla, nunca la había imaginado como una chica interesada en tener novio o en cualquier cosa aparte de sus calificaciones perfectas. Verla al lado del profesor resultaba extraño…

 

-Regresando al tema, sería mejor que vengas a desayunar adentro, para sacar el gato de la bolsa. -Continuó ella, esperando que le hicieran caso. Tenía un mal presentimiento sobre todo últimamente, incluso dudaba de si debería confiar en el profesor. - ¿Están de acuerdo? Si tienen alguna otra idea…

 

Los dos enamorados negaron con la cabeza, ambos lucían ligeramente nerviosos, pero comenzaron a relajarse cuando todos juntos regresaron a la casa, cada vez que atravesaba esas puertas de madera oscura Leyla sentía un escalofrío y regresaba esa sensación de ser observada. El interior era frio, con una perpetua corriente de aire helado atravesándola de un lado al otro. Le sorprendió ver al profesor actuar desconcertado, mirando alrededor como si sintiera lo mismo que ella. Salvador la miró antes de seguir a su novia a la cocina.

 

-Deberíamos calentar algo. -Murmuró Helen buscando en las bolsas amontonadas sobre la mesa.

 

-Esperen, ¿Ninguno de ustedes sabe cocinar? -Las tres negaron al mismo tiempo, haciendo que el profesor suspirara un poquito exasperado. -Me están diciendo que rentaron una casa a kilómetros de la ciudad para pasar un mes encerrados y no tienen la menor idea de cómo cocinar. ¿Qué pensaban hacer? ¿Comer recalentado durante un mes entero?

 

Su silencio fue suficiente respuesta. Leyla encontraba la situación un poco graciosa, en especial cuando el profesor (murmurando algo sobre adolescentes irresponsables y sin sentido de autopreservación) se lavó las manos y comenzó a cocinar el desayuno, cortando vegetales que ellos habían dejado en el refrigerador, batiendo huevos y preparando café. Helen se fue al poco tiempo con la excusa de buscar a los demás.

 

La joven porrista se sentía incapaz de alejarse de la escena, ver al profesor Salvador en la cocina le recordaba mucho a su padre antes de que se fuera, era un hombre amable pero aún se preguntaba por qué los había dejado. Su madre decía que estaba enfermo…

 

- ¿Leyla? ¿Tomas café? - Preguntó Salvador sacándola de sus pensamientos.

 

-No gracias, prefiero el té.

 

-En eso te pareces a Johanna, parece alérgica a la cafeína. -Respondió él, sirviéndose una taza del humeante y aromático líquido. -A su edad yo prefería cualquier otra cosa: té, refresco, jugos, pero ahora, el café es mi bebida favorita.

 

Leyla no supo que contestar, no tuvo que hacerlo. Justo en ese momento entraron los demás en tropel a la cocina creando un alboroto digno de un estadio en plena final de futbol. Todos tuvieron reacciones diferentes, pero las tres más memorables fueron las siguientes:




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