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Aún que a mi nunca me borraron la memoria, no puedo recordar mucho de esa época.
perdí mucho de lo que me era valioso.
No recuerdo como inicio todo, como el lugar donde vivíamos se perdió, como nuestro padre murió, o como lloro mi madre por él, mientras nos protegía.
Sólo viene a mi mente ese oscuro cielo nocturno y las estrellas incandescentes junto al sol de plata, sirviendo como nuestra única iluminación.
A partir de ese punto todo es claro para mi...
El frio insistía en atravesar los abrigos viejos que vestiamos, para lastimar nuestros cuerpos, mientras nos ocultabamos en esas ruinas de roca.
Nunca entendí el motivo por el cual cada noche mi madre nos abrazo entre sus cálidos brazos. Algunas veces pensaba que nos protegía del frío, otras del miedo, y muchas más de lo que nos rodeaba.
La última noche que pasamos a su lado es un recuerdo que protegí con mi vida, hubiera... Debí protegerlo también en la mente de mi hermano.
Como cada noche nos recostamos sobre lo que creo eran los restos de un sucio colchón de esponja. Mi madre en una orilla se aseguraba de abrazarnos cerca de ella.
— Mami, tengo sed — Chille en un susurro, mi garganta se sentía seca y mis labios ardían por la resequedad que los había agrietado. No aguantaba mas.
— También yo mi vida — Mi madre acaricio gentilmente mis mejillas llenas del sucio polvo — Pero hay que ser fuertes, mañana encontraré algo para ustedes ¿De acuerdo?
— Tengo mucha hambre — Mi hermanito casi lloraba, se podían ver lagrimitas apunto de brotar en sus ojitos — Mami mi pancita duele.
— Mi pequeño comelón — Lo sujeto más contra su cuerpo intentando consolarlo — Cuando esto termine prepararé mucho de tu desayuno favorito.
Nuestra madre sonrió con dulzura, esa dulzura que la caracterizaba, esa que extrañe cada vez que me sentía ahogada en la realidad.
— ¿Sólo para mi? — Su inocente mirada se iluminó como un rayito de sol.
— Claro que no bobito — Sonrió enternecida — También para tu hermana, para mi y para... — Suspiró — Su padre... Tanta comida te haría daño.
A pesar de que el mundo se había quebrado, ella siempre logró ser fuerte para mentir. Aseguraba que todo volvería a ser como lo era antes... Aseguraba que los desayunos en casa, con padre y su cocina envuelta en música volverían.
Aún que también, tal vez no era tan fuerte como yo creía, pues papa había muerto y si los desayunos volverían al igual que él, sólo podría ser de una forma. Volviendo nosotros a su lado. Quizás era por lo que mamá rezaba cada noche.
— Pero yo quiero...
— Mi pequeño... — Peino sus mechones desordenados. — Pronto veremos a su padre y estaremos juntos los cuatro como antes. Nada nos volverá a lastimar.
Y ojalá hubiera sido así ojalá esos hombres jamás nos hubieran encontrado, ojala jamás hubieran tomado de su largo cabello a nuestra madre para arrastrarla lejos de nosotros. Solo... ojalá hubiéramos muerto antes.
Frente a nuestros ojos, toscos hombres uniformados nos separaron de mama, uno le golpeó en su abdomen con el arma que cargaba frente a su pecho.
Ella se resistía y trato de golpear a algunos de los militares para liberarse de su agarre, pero cuando el dolor la inmovilizó en el suelo y el fluido carmesí se deslizó por sus labios, mis piernas se sintieron como gelatina, un sabor amargo e insípido se mezclo en mi boca.
Cada momento la idea de la muerte estaba presente en mis pensamientos, pero sólo ahí fue cuando se hizo casi tangible.
Pensé enseguida. Mi hermano y yo nos resistimos, gritando, pateando y rasguñando a todo aquel que se nos aproximaba. En un momento de mala suerte logre morder a uno. Al instante entendí mi error, entendí que no lo debí haber hecho, entendí que si quería mantener mis dientes en su lugar no debía repetirlo.
Con un aparato revisaron a mi madre, después uno de ellos susurro algo al oído de otro. Comenzaron a arrastrarla fuera del lugar y por primera vez, frente a nosotros la mirada de nuestra madre se quebró, llenándose de lágrimas sobre una cálida sonrisa.
Lo siguiente fue un fugaz estruendo aturdidor tras un silencio perpetuo.
Los militares nos indicaron que debíamos seguirlos y salir del lugar. Un carro esperaba afuera de las ruinas de lo que había sido nuestra casa por los últimos dos años; mi madre ya no estaba, solo había un sutil rastro, uno marcado con aquel de ese líquido vital para el organismo humano.
Antes de subir a la camioneta la suela de nuestros zapatos se mancho con la sangre que habían dejado de mi madre.
Quería desplomarme, pero no podía; quería llorar, pero las lágrimas no surgían; quería sentir algo, dolor, tristeza, enojo, angustia, pero no podía. Estaba vacía, como si el último rastro de vida en mi me lo hubieran arrebatado y hubieran dejado en su lugar un solo propósito.