Cuatro Cortes, Una Reina

Capítulo 8: Preguntas y sombras

SIENNA

El Gran Comedor es imponente, como todo en este castillo. La mesa principal es de madera maciza, tallada con patrones que se asemejan a raíces enredadas, como si el mismo bosque hubiese crecido dentro de estas paredes. Las lámparas colgantes, formadas por ramas entrelazadas, iluminan la estancia con una luz dorada y cálida. Pero lo que más llama mi atención es la opulencia de la comida.

Platos servidos con carnes sazonadas, frutas frescas y pan tan suave que parece derretirse en los dedos. No recuerdo la última vez que vi tanta comida junta. Mi instinto es recelar, pero mi cuerpo, agotado, casi me traiciona con el hambre que arde en mis entrañas.

Bastian nos recibe con una cortesía impecable. Se inclina ligeramente al vernos llegar, con esa sonrisa que parece estar siempre a punto de convertirse en burla.

—Damas —nos saluda, y su tono es tan elegante como cautivador—. Espero que su descanso haya sido reparador.

Astrid, deslumbrada por la belleza del lugar, apenas lo escucha. Su mirada recorre la estancia con la fascinación de quien nunca ha visto algo semejante. Y cuando sus ojos se posan en la esquina más alejada de la sala, se detienen. Sigo su mirada y veo un piano. Antiguo, pero impecable, con sus teclas de marfil reluciendo bajo la luz de las velas.

Astrid siempre quiso aprender a tocar.

El brillo en sus ojos me dice que ha olvidado todo lo demás. Ni siquiera nota cómo Bastian la observa con un interés que me pone en guardia.

No aparta la vista de ella.

Camala y Agnes nos sirven con precisión experta. Cuando los platos están frente a nosotras, una sensación de alerta me invade. Espero. No tocaré nada hasta que Bastian lo haga primero.

Él, como si leyera mis pensamientos, toma un trozo de pan y lo lleva a su boca con calma. Suavemente, sin prisa, mastica y traga antes de dedicarme una mirada impasible.

—¿Ahora sí? —pregunta con diversión.

Astrid me lanza una mirada de advertencia, pero no me disculpo. He vivido demasiado tiempo en peligro como para confiar ciegamente.

Solo cuando veo que el alimento no lo mata, tomo el mío y comienzo a comer.

Mientras masticamos, la necesidad de respuestas se apodera de mí. Bastian es la clave para entender este mundo, y no voy a desperdiciar la oportunidad.

—¿Qué es exactamente la Corte Tierra? —pregunto, observándolo con atención.

Bastian apoya los codos sobre la mesa y entrelaza los dedos. Su mirada se torna más seria, aunque sigue manteniendo esa facilidad arrogante con la que parece manejar cada conversación.

—La Corte Tierra es la base de todo lo que ves. Sin ella, las demás cortes no podrían existir. El equilibrio de la naturaleza, la fuerza que mantiene al mundo en pie, nos pertenece. Somos la raíz y el tronco. El sostén de las Cuatro Cortes.

Astrid deja su copa sobre la mesa con delicadeza.

—¿Y las demás? —pregunta, con genuino interés.

—La Corte Agua, impredecible y cambiante. Su poder radica en la fluidez, en la capacidad de adaptarse a cualquier situación. Sus miembros son curanderos, ilusionistas y manipuladores de las emociones, capaces de alterar la voluntad emocional con la suavidad de una ola o arrasar con la furia de una tormenta. Son los más versátiles, pero también los más traicioneros, porque nunca sabes en qué dirección fluirán.

La Corte Aire, astuta y veloz, es la más esquiva. Se deslizan entre las sombras, intangibles como el viento, espías y estrategas cuya información es su mayor arma. Controlan las corrientes, pueden escuchar los susurros más lejanos y desplazarse con una rapidez imposible. Son el aliento de la tormenta antes de la tempestad.

Y la Corte Fuego… —su voz baja un tono, y su mirada se oscurece apenas—, es la más temida y la más letal. Son la destrucción hecha carne, la llama que devora sin distinción. No solo dominan el fuego, sino que su verdadero poder reside en el control de la voluntad ajena. Son expertos en encender deseos ocultos, en alimentar la desesperación y el miedo hasta convertirlos en armas contra uno mismo. Su influencia es como un incendio voraz, infiltrándose en la mente hasta volverla un campo de batalla donde pocos logran resistir.

Son pasión, son ira, son una tormenta de cenizas que arrasa con todo a su paso. Sus guerreros no solo luchan con acero y llamas, sino con susurros que doblegan el espíritu. Y cuando desatan su furia, no hay refugio, no hay escape. Su magia es la más devastadora de todas las Cortes, porque no solo consume… corrompe.

Mis dedos se aprietan alrededor del borde de mi plato. Un escalofrío me recorre la espalda al recordar la criatura que me persiguió aquella noche en el bosque. Su sombra aún se aferra a mi mente, y una pregunta se forma en mis labios antes de poder detenerla.

—Bastian, ¿cómo lucen los de la Corte Fuego?

Él levanta la vista, su expresión se vuelve inescrutable.

—Ojos rojos, cabello negro. Solo aquellos que llevan la sangre heredada de los lords son gigantes, algo así como yo. —Hace una pausa, su voz baja apenas un tono—. Y si algún día ves uno, corre, Sienna. No los hagas enojar, mucho menos los ataques, porque una vez que entren en tu mente y te quieran cazar… no hay retorno.

Un escalofrió me recorre, era justo lo que había hecho, pero dejo mis pensamientos a un lado y continuo con las preguntas.

—¿Y los humanos? ¿Por qué no tenemos un lugar en este equilibrio?

Bastian me observa con detenimiento. Siento el peso de su análisis, como si buscara algo en mi interior.

—Porque los humanos son débiles. Son la maleza en este mundo. No tienen poder, no tienen longevidad. Solo sobreviven porque saben esconderse. Pero el equilibrio no los necesita. Por eso fueron expulsados de las Cortes hace siglos.

Su indiferencia me enciende la sangre. Aprieto la mandíbula y me obligo a mantener la calma.

—Eso no me parece justo.

Él se ríe, pero no hay burla en su expresión esta vez.




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