Cuatro días de un puente

Libro completo

Cuatro días de un puente

****

Me giré hacia María, que me miraba con una mezcla de asombro y una pizca de envidia mal disimulada.

—¡No sé cómo lo haces, pero... siempre acabas saliéndote con la tuya!

—No creas —dije encogiéndome de hombros—, a veces las cosas no salen precisamente como yo quiero.

—¡Pues apenas se nota!

Seguimos charlando mientras caminábamos hacia nuestro puesto de trabajo. Yo, soy cajera en un supermercado muy conocido, de esos donde entras, compras y ni te fijas en la pobre mujer que te pasa los productos con cara de “¿cuándo han puesto esta oferta? Y… ¿Por qué soy la última en enterarme?” Hoy me ha tocado el turno de tarde. Odio las tardes; son eternas, pesadas… pero claro, tengo gastos, vivo sola y los tiempos no están para andar con exquisiteces. Además, hay que mantener al perro, que no aporta nada, salvo ladridos y pelos por toda la casa.

¡Aunque esta vez he logrado algo grande! ¡Tengo un puente largo solo para mí!

Eso, en este trabajo, es como encontrar una pepita de oro en el congelador. ¡Y no fue fácil conseguirlo!

El señor Ramírez, mi encargado, es un hombre delgado, de esos que parecen que se pueden romper con una ráfaga de aire; Lleva unas gafas tan grandes que jurarías que no son suyas, y cada vez que le pido algo me mira como si le estuviera pidiendo un órgano vital.

—¡Es que… fíjese, un viaje! ¡¡Un viaje!! —le solté con un entusiasmo tan exagerado que hasta yo misma empecé a creérmelo…

— ¡A Tenerife! ¿¡Cuándo voy yo a poder costearme un viaje así, si no es porque me ha tocado en la rifa benéfica del pueblo de mi tía Nieves!? ¡Nunca! ¡Señor Ramírez, no se lo pediría si no fuese absolutamente necesario!

Frunció el ceño y se ajustó las gafas, mirándome por encima del marco como quien sospecha que le están timando.

—Pero es un día con mucha clientela, Julia. No te corresponde, lo siento…

Respiré hondo. La cosa pintaba fea, sin embargo, no estaba perdida. Quedaba mi última carta: la carita de “¿quién podría negarme algo?”. Con mi padre siempre funcionaba. Incliné ligeramente la cabeza, entrecerré los ojos y lo di todo al poner mi mejor expresión de cordero indefenso al borde del sacrificio.

—¡Le prometo que los dos próximos puentes se los hago yo! ¡¡Los dos turnos!! ¡Mañana y tarde! ¡Sin rechistar! ¡Y con una sonrisa! ¡Se lo juro por… por mi perro!

Ramírez me miró como si estuviera calculando cuánto más podía aguantar antes de explotar, no obstante, ya sabía que lo tenía en el bote.

—¡Tres puentes… y no se hable más! Pero les dices a tus compañeras que te has puesto enferma o que se te ha muerto la tía Nieves, la del pueblo. No quiero ningún problema al respecto, ¿entendido?

—¿¿¿Tres??? —Achiqué los ojos y ahogué un suspiro—. ¡¡Entendido y comprendido!! ¡Señor Ramírez, es usted el mejor de los mejores encargados de toda la cadena Marcaramba!

Salí de su oficina como si acabara de conquistar un reino. Hacer reverencias me parecía poco; me encontraba tan feliz que tuve que controlarme para no cantar allí mismo “Paquito el chocolatero”. ¡Mi puente estaba asegurado!

Honestamente, no había mentido del todo… Quería esas mini vacaciones para un viajecito. Pero, claro, las Canarias me caen demasiado lejos y se salía de mi presupuesto. Así que me conformo con Benidorm: un hotelito económico y mis plegarias al cielo para que el sol no se haya marchado todavía, a pesar de que ya estamos a finales de octubre.

¿Y lo de la rifa?… Pues no, jamás de los jamases me ha tocado nada, salvo algún llavero promocional y una caja de bombones que sabían rancios en la tómbola del barrio.

De vuelta a mi puesto, el tintineo monótono de los artículos pasando por el lector de la caja me hizo entrar en modo automático. Mientras tanto, mi cabeza seguía dándole vueltas al asunto. “Tal vez no debería habérselo contado a María… ¿Y si se va de la lengua? ¡Si el señor Ramírez se entera de la verdad, me despide fijo! Aunque, pensándolo bien, a veces María no escucha ni cuando le hablas de frente, así que…”

—¡Ups! —murmuré en voz baja. Creo que le acabo de pasar este artículo al señor dos veces… El cliente me miró, ladeando la cabeza, pero no dijo nada. ¡Mejor!

Por fin, mi turno había terminado. Ahora venía lo más importante: planear los últimos detalles, lejos del trabajo. Tras una tarde entera cavilando, creía tenerlo todo bajo control… ¿O tal vez no?

Ya sentía la emoción y podía imaginarme tumbada en la playa, con la arena fría de otoño y una toalla que, probablemente, no secaría nada… ¡Pero no importa!

—¡Mier… da! —exclamé de golpe, recordando algo crucial—. ¿Y a quién le voy a dejar a Jonás mientras estoy fuera? Bueno, seguro que a mis padres… —susurré más alto de lo que pretendía en el autobús, completamente metida en mis pensamientos.

El hombre que estaba sentado a mi lado me miró, curioso, como si esperara que continuara la conversación conmigo misma. Le lancé una mirada de reojo con toda la intensidad de quien ya ha tenido suficiente por hoy:

—Señor, ¿quiere un perro? —murmuré entre dientes mientras le dedicaba una sonrisa.



#3143 en Novela romántica
#1094 en Otros
#374 en Humor

En el texto hay: viajes, humor, romanticismo

Editado: 09.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.