Cuatro estaciones para amarte

Epílogo

Epílogo

Dolores y él observaban la pared recién pintada con meticulosa atención, el color verde pastel había quedado delicado, tal vez no hubiese sido el color que él hubiera elegido, pero no le disgustaba, además era para la cocina. Las cortinas le iban a dar otro toque también cuando pudieran ponerlas, pero de a poco, todo iba tomando forma.

— Tenías razón —dijo Dolores—, tendríamos que haber dejado el amarillo para acá.

Lucca volteó a verla, con el ceño fruncido y una evidente cara de «me estás jodiendo» y ella debió leer muy bien su expresión porque soltó una carcajada y le dio un beso en la mejilla.

— Era joda, me gusta mucho como quedó.

— Casi me da algo.

— Lo vi en tu cara, pero como te dije, el amarillo va a quedar mejor en el living.

— Por lo menos dejaste elegir el de la habitación —murmuró, aunque ella lo escuchó.

— Y el del baño.

— Es verdad —Lucca le dio la razón suspirando.

— ¿Estás cansado? —preguntó abrazándolo por la espalda.

— Un poco, pero creo que vamos a terminar antes de lo que habíamos planeado.

— Quiero la casa lista para nuestro aniversario, así podemos comer en la mesa por lo menos y no sentados en el piso.

Lucca sonrió, él también deseaba eso.

En dos semanas cumplirían cinco años juntos, cinco años desde aquel agosto en el que ella le había pedido que fuera su novio formalmente.

La propuesta lo había tomado por sorpresa, él pensaba preguntárselo, pero no había encontrado el momento. Sin embargo, ella le había ganado de mano. Y ahora ahí estaban, poniendo en condiciones su casa, por la que habían ahorrado años, la que le había costado horas y horas de trabajo y mucho esfuerzo, pero el sacrificio había tenido su buena recompensa.

Dolores había dejado la cafetería un año después de conseguir sus primeras horas como profesora de literatura. La editorial finalmente había rechazado su manuscrito, pero ella no había bajado los brazos y se había esforzado más en alcanzar su meta. Ahora llevaba dos años siendo una autora publicada y estaba trabajando en el segundo libro. Estaba orgulloso de ella.

Mientras tanto, él había conseguido un ascenso en el mismo lugar y así se había mantenido por el último año, lo que había sido también un cambio significativo en su sueldo.

Estaban bien, los dos habían crecido mucho en todos esos años y se habían acompañado. Dolores había sido un gran apoyo desde que la había conocido y aunque vivieran juntos desde hacía un año y medio, esto era motivo de celebración para los dos, un gran avance y claramente un sueño cumplido.

Cuando miraba hacia atrás, era raro recordar como habían empezado a hablar y como su relación había prosperado. Habían adoptado la costumbre de ir cada viernes a la cafetería, a ese rincón donde se habían enamorado el uno del otro y dónde todo les resultaba tan significativo.

Lo que más adoraba de la relación que llevaban, era la tranquilidad. Habían tenido discusiones, algunas más significativas que otras, pero no tardaban demasiado en solucionarlo, ambos preferían hablar y no dejar que las diferencias los llevaran a grandes conflictos.

Después de haber pasado por una primera relación complicada, empezaba a creer que todo eso era parte de ser maduros. De comportarse como adultos y saber arreglar los problemas hablando.

— Vamos a llegar —la tranquilizó.

— Mientras seguís acá, voy a sacar mis libros de las cajas y a ponerlos en su lugar.

— Eso aliviaría mucho el tránsito —dijo mirando la inmensa cantidad de cajas que contenían libros.

Si se había quedado sorprendido la primera vez que había ido a casa de Dolores y había visto su biblioteca, ahora podría morirse ahí mismo o pensar que había asaltado una librería.

Ya había perdido la cuenta de cuántos libros compraba y cuantos leía al año.

Y lo más gracioso, era que los había empaquetado con más cuidado que a los platos. Podría perder unos cuantos vasos, pero jamás un libro. Además, se había tomado el tiempo de separarlos por género y rotularlos en las cajas.

Era por eso mismo que habían decidido que ella debería tener una habitación para armar su biblioteca y, además, dónde pudiera escribir cómoda y tranquilamente. Donde también podía realizar las correcciones de los exámenes de sus alumnos, lo cual era admirable porque se pasaba horas leyendo sus trabajos, uno tras otro.

Admiraba completamente su trabajo, pero sobre todo su vocación. La forma en la que podía recordar a sus alumnos y también como los ayudaba. Porque según ella, quería que amaran la literatura, por eso siempre encontraba forma de hacer sus clases dinámicas y entretenidas.

Él era testigo de las horas que pasaba preparándolas y a veces simplemente se sentaba junto a ella para cebarle unos mates y hacerle menos tedioso el trabajo.

— No son tantos —se defendió ella.

— No, claro que no —dijo con sarcasmo.

— Y eso que todavía no llegaron los últimos que compré.




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