—Pequeño… —Una voz casi imperceptible semejante a un cálido arrullo o, tal vez, al coletazo final de un suspiro, reverberó distante en sus oídos.
Agudizó su audición por un instante, para comprobar si lo que había escuchado era real y se removió inquieto, mas, ante la duda, decidió ignorarlo y volvió a sucumbir en el estado letárgico inicial, placenteramente inducido por la ingesta copiosa de sustancias dulces. Ese había sido un desliz desafortunado que podría tener repercusiones ingratas, pero, al ser algo excepcional, lo había disfrutado con enorme gozo y profunda satisfacción. Fue inevitable que volviera a sumirse en un pletórico sueño azucarado.
—¡Pequeño! — Otra vez ese sonido molesto vino a perturbarlo cuando caía en la benignidad de la inconsciencia. En esta oportunidad lo oyó con certidumbre. Había sonado con firmeza para que confirmara que alguien le estaba hablando o al menos eso pretendía.
-—¿Qué pasa? ¿Quién sos? ¿Qué hacés aquí? —inquirió temeroso...
—No te asustes. Vine a verte porque sé que me necesitás Todas las preguntas que desees hacerme te las responderé después. Primero debemos hablar. Estoy acá para escucharte.
—¿Sos un ángel? — cuestionó el pequeño incrédulo y maravillado ante esa posibilidad. La visión distorsionada que le ofreció el desconocido, contribuyó a atribuirle carácter celestial.
—Algunos nos consideran así. No es lo importante. Quiero saber qué es lo que te tiene tan preocupado -el visitante se mostró impaciente como si contara con poco tiempo.
—¿Nos? — Al pequeño no le había pasado desapercibido el uso del plural.
—Te prometo que te voy a explicar todo cuando terminemos nuestra conversación. Allí comprenderás todo. Ahora te pido que me cuentes cómo te sentís y qué es lo que te tiene tan inquieto. el intruso trató de serenarse y hacer gala de una paciencia suprema pese a su evidente nerviosismo.
El pequeño titubeó ante el solapado tono autoritario de su interlocutor. No entendía nada, comenzando por el hecho de que no comprendía siquiera cómo lo podía estar oyendo y menos aún asimilando sus palabras cuando aún no estaba capacitado para ello. Era todo muy extraño y perturbadoramente incomprensible. El lugar en el que se hallaban confinados implicaba una situación irreal y, por otra parte, el diálogo no debería estar llevándose a cabo debido a su condición. Lo meditó brevemente y optó por confiar en él. Quizás la curiosidad era muy poderosa como para obviarla. Le contaría sus pesares y luego lo acribillaría a preguntas que se vería obligado a responder, tal como había prometido.
—Estoy asustado-—comenzó tímidamente-—. No es por mí. Tengo mucho miedo por mi mami -—El extraño le hizo una seña afirmativa para que continuara-—. Percibo que está muy triste y no puedo hacer nada para ayudarla. No quiero que llore. Sentirla angustiada me duele y me da mucha bronca porque me genera impotencia. No sé cómo explicarte lo que siento…
—Creeme que te comprendo más de lo que puedas imaginar —agregó escuetamente su confidente-—, pasé por tu misma situación—. A continuación, le sonrió en triste complicidad y lo animó a seguir expresando sus sentimientos.
—No tengo idea de qué es lo que pasa. Lo único que sé es que sufre. Quizás haya pasado por situaciones duras y quisiera que esta no fuera una de ellas si ese fuera el caso, pero no sé cómo evitarlo. Pude advertir que rogó a Aquel que Todo lo Puede en un nuevo aniversario de su Natalicio, pero también pidió a todo ser sobrenatural o terrenal que acudiera n su auxilio. Traté de suplicar por la felicidad de mi mami, aunque no supe cómo hacerlo. Me siento inútil y vacío —. El pequeño lloró sobrenadando en un mar de lágrimas desgarradoras. Su nuevo amigo, hondamente conmovido, le permitió que se desahogara y lo acompañó en el dolor con sus propias perlas saladas. Sabía por lo que estaba atravesando. Lo había vivido en primera persona.
Cuando se serenaron ambos, el pequeño volvió a la carga con la batería de preguntas que el otro no tuvo más remedio que responder.
—Somos cuatro. No somos ángeles. Estamos tratando de ayudarte. Conocemos este lugar, estuvimos antes aquí -—. Las respuestas eran poco expresivas y cortantes, pero eran respuestas al fin.
—¿Qué les sucedió? —seguía con dudas no saciadas — ¿Cómo se llaman? ¿Por qué no vinieron todos?
—No había espacio para todos. Era mi responsabilidad venir como cabeza del grupo, en representación de los cuatro. Nunca tuvimos nombres o al menos no conocido por nosotros, solo motes. Soy Cielo y los otros tres son Ilusión, Gema y Brillo.